La Depresión
Estamos empezando a conocer las raíces de la depresión. Hasta hace muy poco existía una noción romántica, la cual subyace en la literatura, que asociaba depresión con creatividad. Afortunadamente estamos abandonando el reflejo que otorga un tratamiento privilegiado o intelectual a esta creciente epidemia moderna y empezamos a reconocer la cruda realidad: la depresión es una enfermedad. Parece ser que es el resultado, entre un 30 y un 40 por ciento, de condicionantes genéticos. El 60 por ciento restante se debería al entorno. Por supuesto, existen problemas y circunstancias acuciantes que generan depresión, como los abusos sexuales en la infancia, el abandono o determinadas coyunturas familiares difíciles. En otras ocasiones, el entorno que propicia la depresión en la madurez de las personas puede ser mecánico, por ejemplo debido a disfunciones prenatales del feto en el útero materno. Nos enfrentamos a un puzle compuesto de muchas piezas, todas ellas determinantes para nuestro desarrollo y equilibrio. Siempre han existido indicios de que las hormonas actúan de un modo peculiar en las personas que padecen depresión. Más tarde se ha descubierto la importancia de los neurotransmisores, como la serotonina, la norepinefrina o la dopamina, palabras que se incorporaron al vocabulario científico junto a otras como Prozac o Celexa, posibles remedios que atenúan estos desarreglos hormonales. Y si comprobamos los nuevos estudios sobre la genética de la depresión, éstos indican que existen grupos de personas privilegiadas cuyo cerebro maneja de forma insólita la serotonina. Resulta improbable que estas personas lleguen a padecer una depresión.
No incide sólo en el cerebro. Afecta a los huesos, la sangre y el sistema vascular. Es una enfermedad invasora
Más recientemente, los científicos han empezado a observar que la depresión produce cambios anatómicos en el cerebro. Se ha detectado, por ejemplo, que puede reducir el volumen de la parte del cerebro que llamamos hipocampo hasta un diez por ciento. Existen investigaciones que demuestran que el de ciertas mujeres deprimidas se encoge proporcionalmente al número de días que han estado privadas de tratamiento médico. Ahora sabemos, además, que con 60, 70 u 80 años se fabrican nuevas neuronas en esta zona cerebral. Este fenómeno también se observa en algunos de los tratamientos que se aplican contra la depresión el Prozac, el electroshock y el litio que tienen este mismo denominador común: estimulan la producción de nuevas neuronas o de conexiones neuronales en el hipocampo. A pesar de que la eficacia de estos tratamientos varía, algunos investigadores creen que son absolutamente necesarios porque estimulan el crecimiento de las conexiones en el hipocampo.
Sabemos algo más acerca de la depresión: no incide solamente en los órganos cerebrales, sino también en los huesos, en la sangre y hasta en el sistema vascular. Incluso si decidiésemos no catalogar los problemas mentales como enfermedades, tendríamos que seguir considerando la depresión como tal por sus efectos en el corazón y en los vasos sanguíneos. Si una persona tiene un ataque al corazón y está deprimida tras el infarto, tendrá el mayor factor de riesgo individual de cara a sufrir un nuevo ataque. Las personas depresivas tienen entre dos y seis veces más posibilidades de sufrir una cardiopatía que la gente que no la padece. Las mujeres deprimidas tienen menos calcio en los huesos, sus glándulas hormonales sufren anomalías, el estado de las plaquetas en la sangre difiere del de las personas sanas… Se trata de una enfermedad invasora, como la diabetes, que afecta a todos los órganos del cuerpo.
Recuperando la memoria del genio divulgador
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