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Paz y Ciencia

viernes, 19 de septiembre de 2014

El Amor en las Psicosis: Jacques-Alain Miller


He tomado algunos textos, entre los cuales me ha sido de gran utilidad el libro “El amor en la psicosis” que reúne muchos artículos, que hablan sobre este particular.
Para responder a esta pregunta, Lacan siguió el método clínico de Freud: el estudio exhaustivo de un solo caso de paranoia de autocastigo; su paciente Aimée, quien presentaba una erotomanía, tenía la certeza de ser amada y dispuesta a llegar al asesinato para salir de su impasse.
En el caso Aimée, Lacan vuelve sobre los pasos de Freud, para quien el amor no parte del Otro, sino del narcisismo, y a continuación muestra que en éste, está la raíz de la patología mental. El narcisismo es el amor que el sujeto experimenta, por sí mismo, por su imagen, por su yo.
Nada denota con mayor claridad esa fuerza del narcisismo, que la clínica de la psicosis, una psicosis, que en ocasiones Freud designaba, con la expresión “neurosis narcisística”.
En la psicosis, el amor está ligado al Ideal del Yo del sujeto, que cobra una fuerza tan grande que acaba por sustituir al otro de la realidad, reducido a una figura ideal.
Lacan, veinte años después de sus estudios sobre el caso Aimée, en uno de sus artículos en los Escritos, acerca del presidente Schreber, señala que este sujeto construye su delirio en torno de una erotomanía divina en la cual él es el amado de Dios. Y señala entonces, que dicha erotomanía divina, bordea el agujero que ha abierto en el sujeto, el rechazo del símbolo de una figura más modesta del Otro: que es padre.
Cada uno de los casos que están presentes en este volumen, nos enseña algo sobre el amor, pero también sobre ese lazo amoroso tan particular que constituye el amor de transferencia, que algunos querrían ver hoy expulsado de toda psicoterapia en nombre del cientificismo y la terapia on line.
Lacan llegó a decir que el amor era posible en la psicosis, pero que era un “amor muerto”.
Ese carácter mortífero o mortificado, está ligado al hecho de que allí más que en otra parte, el sujeto solo se ama a sí mismo, o ama a un ideal, con el que sustituye, la realidad del partenaire.
¿O acaso ese sujeto psicótico ama a Otro, tan Otro que no puede encarnarse en un ser viviente, sino en una ficción delirante?
¿O será, por último que el sujeto no ama sino su delirio, según lo expresado por Freud?
En una carta a Fliess, le dice que en la psicosis, el delirio ocupa el lugar del ser amado, señala “aman su delirio como a sí mismo y ese es el secreto (de la paranoia)”.
Pero al amor en la psicosis también nos enseña sobre el amor en general. Los múltiples rasgos que nos sirven para especificar el amor en la psicosis en comparación con un” amor normal” ¿no se aplican, de manera inflexible, al amor como tal?
Amar es ante todo, querer ser amado y uno sacrifica su subjetividad para hacerse objeto del amor del otro ¿El amor es amor por el otro o goce de ese discurso tan particular, que constituye el hecho de “hablar de amor”
En ambos casos hay poca diferencia entre amor y erotomanía. Con la salvedad de que “el fallo” del Otro, producido por el narcisismo, presenta consecuencias más o menos radicales. También la realidad del sujeto mengua en el amor, a veces hasta el punto de borrarse. El amor en efecto, puede ser rechazo del ser, repulsa del deseo y olvido del sexo, para quien lo experimenta.
Sobre el amor podríamos señalar dos tipos:
1.-Un amor coagulado, muerto que se apoya esencialmente sobre una identificación imaginaria
2.- Un amor vivo, ajustado al deseo, en relación a la falta. Entonces cómo hablar, del amor en la psicosis, si en éste la significación fálica queda en suspenso, la dialéctica del deseo, es inaccesible y la puesta en juego de un goce localizado en un Otro está ausente.
Desde este punto de vista, sí es posible entender mejor las palabras de un sujeto psicótico cuando dice que para él, “el acto de amor es equivalente a una violación de su propio cuerpo”, o las de aquel otro sujeto a quien el amor por las mujeres lo conduce a la idea loca de transformarse en mujer, para renunciar finalmente a ese proyecto, y aceptar la idea delirante de que “antes” ha sido una mujer.

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