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Paz y Ciencia

jueves, 17 de mayo de 2012

Erich Fromm habla de la Sociedad Patriarcal





[...] El hijo es una propiedad, ha sido propiedad desde la época romana, y sigue siendo una propiedad. Todavía ocurre qu el padre tiene el derecho absoluto de disponer de su hijo. En varios países tratan ahora de acabar con esto y de autorizar a los tribunales a retirar la patria potestad cuando haya graves motivos para creer que los padres son incapaces de criar al hijo. Pero se hace más que nada por las apariencias, porque pasa  mucho tiempo hasta que un tribunal decide que los padres son incapaces, aparte que también los jueces son padres, y lo mismo de incapaces, ¿y cómo van a decidir?
En general, he llegado a la conclusión, como Laing y otros, de que, dejando a un lado el amor semiinstintivo y un poco narcisista de la madre por su niño, hasta la edad en que muestra los primeros signos de tener voluntad propia, a partir de este momento se impone la tendencia a dominar y poseer, y no hay más. Para la mayoría de las personas, la única posibilidad de tener una sensación de importancia, de tener poder y dominio, de hacer mella, influir algo y mandar, es teniendo hijos. Y es natural, no estoy pintando mal a los padres. A la clase alta inglesa la traían sin cuidado los hijos. La clase alta europea tenía sus ayas e institutrices, y a las madres no les importaban un pepino sus hijos, porque la vida estaba llena de satisfacciones para ellas. Tenían sus devaneos amorosos, celebraban sus fiestas y se interesaban..., bueno, en Inglaterra, por los caballos, y cosas así.
En cuanto al deseo de tener sea la cualidad dominante de la estructura de carácter de una persona, esta considerará a los hijos como una propiedad. Hay personas en las que no predomina este deseo de tenr, pero son raras. Y los niños están acostumbrados a tomarlo como natural, porque toda la sociedad dice que es natural. Y este consenso viene desde los tiempos de la Biblia, que ordena apedrear y matar al hijo rebelde. Ahora no hacemos esas cosas, pero en el siglo XIX tampoco lo pasaban muy bien los hijos rebeldes.
El amor paternal es una facultad humana que puede entenderse muy bien, que llena de simpatía, solicitud, e incluso de pena y compasión. Pero, en la mayoría de las personas, se trata esencialmente, en el mejor de los casos, de una posesividad benigna y, en otros muchísimos, de una posesividad maligna, que les hace pegar y herir, herir de muchas maneras de las que ni siquiera se es consciente, herir la dignidad y el orgullo, hace que el niño, tan sensible y tan inteligente, se crea un pelele, un estúpido, que no comprende nada. Y se porta así incluso la gente mejor intencionada. Exhiben a sus hijos ante los demás como si fuesen unos pequeños payasos. Hacen todo lo imaginable por humillar su sentimiento de confianza en sí mismos, su dignididad y su libertad.
Esta postura de Freud de conformidad con los que mandan, con la clase dominante, con lo establecido, corrompió en gran medida su teoría sobre el niño y devirtuó también en gran medida su teoría sobre el niño y desvirtuó también en gran medida su terapéutica, porque le llevó a plantearse problemas equivocados. Hizo del psicoanalista el defensor de los padres, y yo creo que el psicoanalista debe ser el acusador de los padres. Debe tener una idea objetiva, pero si es el defensor de los padres, según conviene a lo establecido, no hará mucho bien al paciente. Daré un paso más añadiendo que no basta considerar a los padres y a la familia entera, sino que debemos considerar a los padres y a la familia entera, sino que debemos considerar la sociedad entera, porque la familia no es más que un fragmento, un modelo de ella.
Al decir que para Freud el niño es culpable, no quería dar a entender que el niño sea siempre inocente, ni que los padres sean siempre culpables. En cada caso, hay que hacer un estudio completo de la medida en que contribuye también el niño a la reacción de los padres. Por ejemplo, algunos padres son precisamente alérgicos a cierto tipo de hijos; pongamos el caso de una madre muy sensible, un poco tímida, que tiene un hijo agresivo y tosco (lo que puede verse ya a la edad de ocho semanas), el temperamento con que ha nacido. Y no puede soportar al hijo, no podrá soportarlo nunca, con estas cualidades. Entonces, nos encontramos con un cuadro muy malo, porque no podemos culparlo, ha nacido así, y tampoco podemos culpar a la madre, porque no puede hacer nada.
Son terribles, hay niños que nacen terribles, ya con una arrogancia entrema, como Freud de pequeño, tan arrogante frente a su padre. Recuérdese la escena en que se orinó en la cama de su padre y lo consoló diciendo: "Cuando sea mayor, te comrparé la cama más bonita de Viena". No se apenó ni se excusó, como habrían hecho la mayoría de los niños sino que permaneció seguro de sí mismo. Pues bien, para algunos padres, habría sido intolerable en un chico esta clase de arrogancia. En otras palabras, también el niño contribuye un poco a la reacción de los padres, y es falso creer que, por ser el hijo propio, ya tiene que nacer siendo simpático con uno. Después de todo, está en juego la lotería de los genes, y a uno no le toca siempre la lotería. Aparte de esto, el niño hace también muchas cosas de las que podemos hacer responsables a los padres.

Erich Fromm: "El Arte de Escuchar". Paidós. 2012, Barcelona. Pp.:56-59

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