Walt Whitman (1819-1892) está considerado el máximo poeta de los Estados Unidos. Un crítico mundialmente respetado, como Harold Bloom, llegó a colocar su célebre y única obra “Hojas de hierba” (“Leaves of grass”) por encima del “Moby Dick” de Herman Melville y el “Huckleberry Finn” de Mark Twain, dos monumentos de la prosa de todas las épocas. Sin embargo los comienzos no le resultaron sencillos a Whitman, quien había pagado de su propio bolsillo la primera edición de su obra en 1855 y ante la escasa aceptación rebajó el precio de venta de dos dólares a cincuenta centavos. Lo que lo salvó del fracaso, y acaso también lo proyectó hacia el futuro, fue una carta que le escribió su consagrado colega Ralph Waldo Emerson.
El filósofo de Concord fue generoso y afectuoso con el joven bardo: “Me complace tu pensamiento libre y valiente. Me deleita. Encuentro cosas incomparables dichas incomparablemente bien, como debe ser. Encuentro en ti el coraje de enfocar las cosas, que es algo que nos deleita y que sólo una percepción profunda puede inspirar. Te felicito al comienzo de una larga carrera, que debió tener un principio en algún lado para dar lugar a un inicio como este. Me froté un poco los ojos para asegurarme de que este rayo de sol no fuera una ilusión; pero el sólido sentido de este libro me dio sobrada certeza. Tiene los mejores méritos, concretamente, esfuerzo y coraje”.
Semejantes palabras en boca de Emerson le dieron a “Hojas de hierba” (que incluye el famoso “Canto a mí mismo”, muy leído en castellano gracias a la traducción del poeta español León Felipe) un decisivo espaldarazo, y fueron también el comienzo de la amistad entre ambos escritores. Leamos (o más bien, escuchemos) el fragmento de una carta de Whitman a Emerson, en la cual pone de manifiesto el fervor por su país que lo caracterizó siempre, además de su también típica exaltación del cuerpo humano y del sexo y una visión panteísta del universo: “Al abandonar sin reservas sus viejas tradiciones, como lo han hecho nuestros políticos, los poetas y literatos americanos no reconocen en el pasado nada superior a lo que tienen presente, reconocen con alegría las fuertes formas vivientes de los hombres y mujeres de estos Estados, la divinidad del sexo, la perfecta ilegibilidad de las hembras por el macho, todos los Estados Unidos, la libertad y la igualdad, las verdaderas instituciones, los diferentes comercios, la mecánica, los jóvenes de Manhattan Island, las costumbres, los instintos, la jerga vulgar, Wisconsin, Georgia, el noble corazón del Sur, la sangre ardiente, el espíritu que no quiere ser menos que amo, el espíritu filibustero, el hombre occidental, las percepciones vernáculas, la visión de las formas, los modelos perfectos de las cosas hechas, el fuerte sabor de la libertad, California, el dinero, el telégrafo eléctrico, la libertad de comercio, el hierro y las minas de hierro; reconocen sin vacilaciones esos poemas negros magníficos e irresistibles, los barcos a vapor de los Estados de la costa, y esos otros poemas irresistibles y magníficos, las locomotoras, seguidos a través de los Estados del interior por hileras de coches ferroviarios”.
Lo extenso de la cita permite valorar el estilo de Whitman, que en este fragmento de una simple misiva se asemeja al de su poesía, de amplio aliento, vigorosa, llena de aire, confianza en los hombres (y mujeres) y devota pasión por la vida. Pero además, el texto entrega una precisa postal de su inacabable fe en el futuro de su país, al que veía —tras la derrota del Sur esclavista y oligárquico en la Guerra Civil—como el portavoz planetario de la democracia, capaz de plasmar también una inédita armonía entre el avance avasallante del capital y las sagradas fuerzas de la naturaleza.
No sucedió así. Décadas más tarde, otro gran poeta, el español Federico García Lorca (1898-1936), desembarcaba en Nueva York y escribía su “Oda a Walt Whitman”, sombría y trágica: “Duerme, no queda nada. / Una danza de muros agita las praderas / y América se anega de máquinas y llanto”, dijo el andaluz, que había contemplado con clarividente tristeza la pesadilla en que el sueño de Whitman se había transformado.
La pregunta que inevitablemente surge es: ¿quién continúa en los Estados Unidos del presente, bajo el liderazgo presidencial del racista y misógino Donald Trump, el mensaje amoroso del poeta de la barba blanca? Acaso sea la música la que todavía levante su bandera purificadora. Tal vez, los más legítimos continuadores de Whitman se llamen Bob Dylan y Bruce Springsteen.
Mientras tanto, el reinado del dinero sigue sometiendo a la Tierra.
Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo Clínico. Psicoterapeuta. Teléfono: 653 379 269
Presencial/Online. Gran Vía 32. 3°izqda. Zaragoza. Página: Experto en Ansiedad, Depresión
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