ALEJANDRA PIZARNIK Y SALA DE PSICOPATOLOGÍA
"Escribir es darle sentido al sufrimiento" (anotación de A. Pizarnik en su diario, 1971)
"Y cuando me asomé a la ventana altísima, sobre la calle que miré sin ver, me sentí de repente uno de esos trapos húmedos con los que se limpian cosas sucias y que, dejados en la ventana para secar, se olvidan, retorcidos, en el parapeto que manchan lentamente" (Bernardo Soares)
El ser humano se asemeja a un puntito negro, que la muerte va y se traga. Alberto Manguel escribió alguna vez que Alejandra Pizarnik parecía siempre la más joven de todos en cualquier reunión: porque tenía cara de nena y además era pequeña, menuda y de mirada traviesa. También dijo que tenía el hábito de hablar con la seguridad de un niño, señalando verdades simples que todos los demás son demasiado adultos para destacar.
La cuestión es que hace un tiempo volví a leer Sala de psicopatología, poema que Pizarnik escribió durante su estadía en el Hospital Pirovano. Es un poema bellísimo e irregular, que parece escrito con aquella mezcla de juego y método llamado "asociación libre", inventado por los surrealistas con ayuda de Freud.
Al leer nuevamente el poema me surgieron algunas reflexiones -tal vez obvias, o tal vez afanadas de algún ensayo de Susan Sontag- como aquella que asegura que la dicha y el placer son mudos, y que sólo la desgracia y el sufrimiento hablan. Las voy poniendo al azar, mientras me vienen a la memoria (los recuerdos surgen en avalancha, pero como el lenguaje es sucesivo, los ordena a su manera):
Hay mucho de cierto en aquellos que afirman que la nuestra es una era que persigue conscientemente la salud y que, sin embargo, sólo cree en la realidad de la enfermedad. Mesuramos la verdad en términos de costo en sufrimientos para el escritor, y no a partir de la pauta de una verdad objetiva, a la que corresponderían sus palabras. Todas y cada una de nuestras verdades deben tener un mártir.
Personalidades como las de Kierkegaard, Nietzsche, Dostoievski, Artaud, Kafka, Pessoa, Baudelaire, Rimbaud o la misma Alejandra Pizarnik tienen autoridad sobre nosotros precisamente por su aire enfermizo. Si perseguimos nuestra salud mental, preferiremos ser felices y escribir mal que pagar el precio que ellos han pagado por su arte.
Me considero lo suficientemente cuerdo como para no querer vivir la vida de Kafka ni la de Rimbaud ni la de Pizarnik, porque no quiero sufrir como ellos, pero no puedo dejar de conmoverme con esa gente, porque está entre las poquísimas que se animan a mirar al abismo de frente y con los ojos bien abiertos. Hay que tener mucho coraje para eso. No hablo del tipo que se tira en parapente y desafía el peligro. No hablo del enajenado que se agarra a trompadas con media hinchada de Chacarita. No, no, no, ni amor a la adrenalina ni terror al aburrimiento ni cultivo de la violencia para escapar de la falta de sentido. No, simplemente CORAJE literario.
El poema tiene fragmentos hermosísimos, que me recordaron a Pessoa haciéndole decir a Alberto Caeiro:
"No tengo ambiciones ni deseos./ Ser poeta no es una ambición mía, /es mi manera de estar solo".
Tal vez el motivo fundamental por el que uno escribe es para ser querido, no por todos ni por muchos sino por aquéllos que cuentan. También sé que los motivos para escribir se abren al infinito: para huir del dolor, para provocar, para llamar la atención, para seducir, para hacernos odiar por alguien que nos cae antipático, para evitar pegarnos un tiro... Supongo que Alejandra Pizarnik escribía impulsada por un ardor interior que no le permitía dejar de hacerlo, y también para huir de la muerte y para hacerse querer y para mostrarnos que no se puede decir lo indecible y por tantísimas causas que uno ignora y que seguramente ella también.
Los amores auténticamente trágicos son los amores de los niños, de los viejos y de los tullidos, porque no tienen esperanza... Hay una hermosa escena de la película "Babel", donde una japonesa sordomuda está rodeada de chicos que por su discapacidad ni la registran: más adelante se desnuda y se ofrece a un oficial de policía que la mira totalmente extrañado sin saber qué hacer, y luego viene el padre, la cubre con una manta y la abraza en silencio. Es posible que Alejandra Pizarnik haya intuido algo de ese carácter trágico cuando, desde algún rincón del hospital, observó a esa "señora originaria del más oscuro barrio de un pueblo que no figura en el mapa", posiblemente medio loca de tanta soledad, que le dice "el dotór me dijo que tengo problemas. Yo no sé. Yo tengo algo aquí (se toca las tetas) y unas ganas de llorar que mama mía".
Destaco algunos fragmentos del poema que me han gustado:
y como soy tan inteligente que ya no sirvo para nada,
y como he soñado tanto que ya no soy de este mundo,
aquí estoy, entre las inocentes almas de la sala 18,
persuadiéndome día a día
de que la sala, las almas puras y yo tenemos sentido, tenemos destino,
Es obvio que si está tratando de persuadirse de que ella y las almas tienen sentido es porque no está muy segura…
porque -oh viejo hermoso Sigmund Freud- la ciencia psicoanalítica
se olvidó la llave en algún lado:
abrir se abre
pero ¿cómo cerrar la herida?
El alma sufre sin tregua, sin piedad, y los malos médicos no restañan la herida que supura.
El hombre está herido por una desgarradura que tal vez, o seguramente, le ha causado la vida que nos dan.
Y luego este fragmento me parece profundamente verdadero:
pero le pasó (a Kafka) lo que a mí:
se separó
fue demasiado lejos en la soledad
y supo -tuvo que saber- que de allí no se vuelve
se alejó -me alejé-
no por desprecio (claro es que nuestro orgullo es infernal)
sino porque una es extranjera
una es de otra parte,
ellos se casan,
procrean,
veranean,
tienen horarios,
no se asustan por la tenebros
aambigüedad del lenguaje
(no es lo mismo decir Buenas noches que decir Buenas noches)
El lenguaje-
yo no puedo más,
alma mía, pequeña inexistente,
decidíte;
te las picás o te quedás,
pero no me toques así,
con pavura, con confusión,
o te vas o te la picás,
yo, por mi parte, no puedo más.
Y luego esta parte:
Para reunirme con el migo de conmigo y ser una sola y misma entidad con él tengo que matar al migo para que así se muera el con y, de este modo, anulados los contrarios, la dialéctica supliciante finaliza en la fusión de los contrarios.
El suicidio determina un cuchillo sin hoja
al que le falta el mango.
Entonces:
adiós sujeto y objeto,
todo se unifica como en otros tiempos, en el jardín de los cuentos para niños lleno de arroyuelos de frescas aguas prenatales,
ese jardín es el centro del mundo, es el lugar de la cita, es el espacio vuelto tiempo y el tiempo vuelto lugar, es el alto momento de la fusióny del encuentro,
fuera del espacio profano en donde el Bien es sinónimo de evolución, de sociedades de consumo,
y lejos de los enmierdantes simulacros de medir el tiempo median-te relojes, calendarios y demás objetos hostiles,
De modo semejante a Pessoa, tal vez Alejandra Pizarnik concibe al ser humano como una suerte de insecto ciego e inane que zumba contra una ventana cerrada. Instintivamente presiente que hay luz y calor más allá del vidrio, pero es ciego y no puede verla, ni puede ver aquello que se interpone entre él y la luz. Por eso lucha confusamente por acercarse a ella. Puede apartarse de la luz, pero no consigue aproximarse a ella más de lo que el vidrio lo permite. ¿Cómo irá a ayudarlo la ciencia? Puede descubrir la irregularidad y las protuberancias propias del vidrio, puede constatar que el cristal es aquí más grueso y por allá más fino, más grosero de un lado y en otra zona más delicado. ¿Pero hasta qué punto se aproxima el científico a la luz? ¿Y el filósofo?
Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo Clínico.Zaragoza. Psicoterapeuta. Humanista. Psicoterapia Integrativa. Gran Vía 32. 3° Izqda. TELÉFONO;653 379 269.
Página Web: Psicólogo Zaragoza-TLP
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