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Paz y Ciencia

lunes, 14 de diciembre de 2020

El que fue el mayor experto del espectro borderline

 



Las personas con trastorno límite de personalidad suelen experimentar crisis a lo largo de toda su vida. Se trata de episodios de inestabilidad emocional que viven con mucho sufrimiento y, en la mayoría de los casos, con temor al abandono. Ahora bien, ¿qué hay detrás de estas crisis y cómo podemos actuar?

El trastorno límite de la personalidad (TLP) implica un patrón de inestabilidad en las relaciones interpersonales, la autoimagen y las emociones que, en la mayoría de los casos, podría considerarse como destructivo.

Se trata de un trastorno en el que la persona experimenta diferentes crisis a lo largo de su vida como respuesta a algún estresor o factor biológico.

El trastorno límite va perdiendo fuelle a medida que pasan los años, pero no podemos olvidar que al tratarse de un desorden de personalidad, estamos hablando de algo crónico que merece la pena aprender a gestionar.

Las crisis de TLP son vividas como un tsunami emocional tremendamente difícil de controlar. La impulsividad, el miedo al desamparo o al abandono y, en ocasiones, la necesidad de hacerse daño a uno mismo se abren camino sin que la persona pueda apenas hacer nada para remediarlo.


Es como si otra identidad le hubiese poseído. De hecho, una vez terminada la crisis, aparecen los sentimientos de vergüenza y culpa, al no sentirse identificado con el episodio.

Por otro lado, el entorno, que no comprende lo que le ocurre al individuo que sufre una crisis de TLP, intenta por todos los medios que no realice actos de los que luego pueda arrepentirse.

Evidentemente, el dolor por el familiar que padece el trastorno es enorme. No solo porque las crisis pueden albergar incluso agresiones verbales o físicas, sino porque saben que en el fondo, es el paciente con TLP el que más está sufriendo.

Si preguntamos a varios pacientes con trastorno límite de la personalidad qué necesitan cuando están en plena crisis, es muy probable que nos contesten que lo único que demandan es afecto, comprensión y, en definitiva, amor.

Cuando surgen las crisis, la persona se siente tremendamente vacía, como si le faltase alguna pieza emocional. Y en función de esta sensación, sale a la caza de esa “pieza“, aunque no lo hace de la manera más apropiada. En lugar de demandar cariño y afecto con palabras, lo hace a través de demandas y críticas teñidas de ira, inestabilidad o disforia constante.

Es posible que, en un principio, el entorno le preste atención e intente comprenderla, razonar con ella, etc. Pero al comprobar que esto no entraña resultados, finalmente lo más seguro es que termine alejándose. Esto termina por confirmar esa sensación de abandono tan temida por las personas con TLP, lo que acrecienta sus emociones disfóricas. Por lo tanto, lo más sensato y recomendable es prestar acompañamiento sin juzgar en presencia de una crisis de TLP, por parte de los familiares o pareja. A continuación profundizamos en este aspecto.



La mayoría de las personas que sufren trastorno límite de la personalidad han crecido en ambientes en los que no se les han validado sus emociones, lo que se conoce como entornos invalidantes. Esto, unido a cierta predisposición biológica a padecer el trastorno, contribuye a su desarrollo.

Si bien la parte biológica no podemos controlarla, no podemos decir lo mismo de la parte ambiental.

Como hemos dicho, en mitad de una crisis de TLP, la persona necesita compañía sin juicios, una aceptación incondicional y una validación de sus emociones. Esto, de manera paradójica, hará que la intensidad emocional descienda y que las crisis sean de menor duración.

Así, algunas estrategias que, como familiares, podemos practicar para reducir la intensidad de las crisis de TLP pueden ser las siguientes:

Aceptación incondicional

La persona con trastorno límite necesita aceptación incondicional de su persona, a pesar de padecer el trastorno. Esto implica que la persona que esté a su lado acepte que tiene este desorden y que, a veces, aparecerán crisis y las adjetive como tal: crisis de una enfermedad.

De esta manera, cuando aparezcan, no sermonearemos al paciente, nos pondremos a la defensiva o en su contra, sino que entenderemos que forma parte de su trastorno y que tienen una duración finita.

Proveer afecto

En plena crisis, como ya hemos señalado, la persona que padece TLP necesita amor, compañía, afecto y empatía. Para esto, no necesitamos nada más que estar a su lado sin juzgarle.

Si insulta, no es recomendable ponerse a la defensiva ni echárselo en cara. Simplemente hay que expresarle que estás ahí a pesar de todo. Es difícil ser tan frío cuando alguien que queremos nos trata mal, pero es la manera de desactivarlo.

Si entramos a discutir, lo único que podemos conseguir es que la intensidad de la crisis sea mayor y que la situación no acabe bien.

Ayudarle a defusionarse de su patología

Podemos recordarle que no es su TLP. El TLP va por libre. Como en cualquier otra enfermedad, va a generar síntomas y esos son los suyos, pero eso no quiere decir que sea mala persona o que esté de acuerdo


Mantener su seguridad

Como, a veces, puede haber intentos de autolesión que actúan como reguladores emocionales, es importante que, en plena crisis, no le dejemos solo.

Además, si intuimos que puede haber intentos de lesión o suicidio, sería conveniente eliminar de su alcance objetos como cuchillos, pastillas, etc.

No sobreprotegerlo

Dar afecto a alguien no es sinónimo de sobreprotegerlo. Una cosa es validar las emociones y tolerar el desorden y otra hacerlo dependiente. Es positivo incentivar a la persona a mantener sus rutinas diarias, su autonomía y responsabilidad.

Así, se toleran las crisis y se comprenden, pero la vida del paciente debe continuar como siempre.

Las crisis de TLP no son fáciles de conducir, ni por el paciente ni por la familia. La intensidad emocional alcanza niveles tan elevados que lo único que queremos es alejarnos de ello. El paciente intenta regularse haciéndose daño a sí mismo y el entorno, alejándose. 

Quizás podríamos plantearnos la estrategia a la inversa. En lugar de huir de la vorágine emocional del paciente TLP, podríamos empezar a abrazarla. Aunque no nos nazca, aunque en ese instante queramos evitarlo a toda costa. Podríamos sorprendernos de cómo los abrazos muchas veces desactivan a los demonios y hacen que la persona vuelva en sí misma.

Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo Clínico.        Psicoterapeuta. Zaragoza. N° Col.: A-1324.    Teléfono: 653 379 269 Gran Vía 32. 3°izqda.

Presencial y Online. 



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