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Paz y Ciencia

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Winnicott y los padres: Paula Larotonda

En www.espaciopotencial.com.ar

La obra entera de Donald Winnicott está llena de referencias al papel que jugaron en ella las familias de sus pequeños pacientes. En su consultorio, DWW colocaba el escritorio en el otro extremo de la puerta, de este modo observaba cómo un chico era sostenido-traído por un adulto a una consulta terapéutica y sin duda ya allí comenzaba su tarea.
Se cuenta que una vez uno de estos niños se soltó de la mano de su madre y entró en el consultorio diciendo: "Doctor, mi mamá se queja de un dolor en mi panza..." DWW intuiría así -a partir de ese gesto y de ese enunciado- el pedido que ese niño le hacía, para separarse del sufrimiento de su madre y apropiarse del suyo propio.
Winnicott y los padres



por Paula Larotonda

Winnicott tenía entrevistas con los padres, con los abuelos, con cualquier otro integrante de la familia que fuera significativo para el niño; tomaba notas de lo que los niños y los adultos hablaban en la sala de espera -antes y después de las consultas-; enviaba y recibía cartas de sus pacientes y de sus padres en los intervalos entre consultas (1); en suma, le otorgaba una gran importancia al vínculo de confiabilidad que se pudiera establecer entre el terapeuta y los padres de los chicos que llegaban a su consulta.





I.
A través de la historia del pensamiento psicoanalítico, una de las tantas cuestiones que ha despertado controversias fue la pregunta por el lugar que ocupan los padres en el tratamiento psicoanalítico de un chico y por la función que un analista les adjudica en dicho tratamiento. Distintas teorías han debatido y tomado posición respecto de este tema que está sostenido por una pregunta más abarcativa: ¿cómo se forma un sujeto, como se constituye un aparato psíquico?. Al respecto, en otras entregas (2) propuse que el sujeto se constituye en una tópica intersubjetiva, es decir que se va construyendo en interdependencia con los otros integrantes de la estructura familiar. Así, el funcionamiento de un aparato psíquico se da en el encuentro entre lo inter y lo intrasubjetivo, lo cual derivará de un modo particular de pensar la inclusión de los padres en los tratamientos que piden para sus niños.


II.
Propongo así un recorrido en el que la primera referencia que propongo es la famosa polémica entre Anna Freud y Melanie Klein sobre la clínica de niños, discusión que dividió a la Sociedad Psicoanalítica de Londres en los años 30, en base a la pregunta por si era pertinente o no analizar psicoanalíticamente a un chico.
Anna consideraba que los chicos no podían desarrollar una neurosis de transferencia, ya que -decía- sus objetos primarios -sus padres- eran aún objetos de amor en la vida real (y no en la imaginación como en los adultos). Había tomado de su precedesora y maestra , Hermine von Hug-Hellmuth, la idea de que era imposible psicoanalizar a un niño, dado que "...el niño se halla inmerso en experiencias reales que están provocando su neurosis...". De esto deriva que, si no es posible analizar a un chico, por la presencia actual de sus padres en tanto objetos primarios de amor, los padres eran para Anna la dificultad misma para el trabajo analítico con sus chicos.
Por otra parte Anna había heredado de su padre la idea de un superyó -como instancia del psiquismo- formado recién a posteriori del tránsito por el Complejo de Edipo, que se despliega entre los 3 y 5 años. Esto incidiría negativamente en la posibilidad de llevar a cabo un tratamiento con los niños, ya que estos aún tenían un superyó debil, lo cual la inducía a pensar que si se exploraba a fondo el complejo de Edipo y se estimulaban las pulsiones reprimidas, estas quedarían indomeniadas cuando el chico se liberara de la neurosis y como consecuencia, ese niño no se adaptaría satisfactoriamente a las exigencias educacionales y a las de las personas que lo rodeaban.
Asimismo -y consecuente con lo planteado- ella pensaba que el análisis de los sentimientos hostiles del chico con respecto a sus padres arruinaba la relación entre ellos y finalmente, al estar éste vinculado emocionalmente tanto al analista como a los padres, se convertía en objeto de una disputa.

Para Melanie Klein, en cambio, un chico analizado psicoanalíticamente se adaptaba mejor a su medio y dicho análisis ejercía una influencia favorable en las relaciones padres-chicos, aliviando y resolviendo los sentimientos negativos entre los chicos y padres, hermanos, etc.
Melanie le respondería a Anna que los chicos sí podrían establecer una transferencia con el terapeuta, del mismo modo que los adultos, toda vez que se utilizara el método analítico, es decir, que se evitara toda medida educacional y que también se tuviera en cuenta los impulsos hostiles dirigidos al analista.
Sin embargo en su práctica, MK intentaba mantener a los padres alejados del análisis de sus hijos, ya que -sostenía- aquellos poseían sus propios complejos que los podían llevar a perturbar el tratamiento. Este modo de pensar la clínica psicoanalítica es solidario con pensar a un aparato psíquico constituido desde los orígenes, un sujeto funcionando con un aparato rudimentario en el que los padres son, desde el vamos, imagos de objetos buenos o malos, que el bebé proyecta e introyecta, más allá de que frustren o gratifiquen "de hecho", ya que lo que cuenta es el bagaje genético.

En resumen: Con Anna, el peso de la teoría estará puesto del lado de la realidad, habrá casi un esceso de realidad (podríamos preguntarnos la realidad de quién?). Con Melanie, a su vez, el acento estará puesto en las fantasías ya que el análisis de dirigirá a los contenidos de la fantasía. En ambos casos, en los tratamientos de chicos, los padres quedarán fuera del consultorio.


III.
En los años 50 y 60 respectivamente, Francoise Dolto y Maud Mannoni -las dos, discípulas de Lacan- , pondrán el acento en la importancia de tomar en cuenta el discurso familiar en los tratamientos psicoanalíticos con niños. Habíamos visto anteriormente que en tanto Anna se proponía como educadora de sus pacientes, Melanie, atenta a las producciones fantasmáticas de sus pacientes, casi no se ocupaba de los efectos del discurso familiar sobre los mismos. El proceder de F. Dolto, en cambio, se ordena alrededor del contexto cotidiano que el niño expresa a través del dibujo y del propio discurso. Es por esto que recupera la lengua hablada por los pequeños, dirigiéndose a ellos desde el universo simbólico que proponen, en contraposición a la ráfaga interpretativa kleiniana.
Francoise no tratará al niño aislado, sino que interrogará ante todo la dinámica familiar. A partir de esta corriente de pensamiento se abonará la idea de que el niño es síntoma de sus padres, y en tal sentido se propondrá escuchar a los padres y al niño. Tampoco dudará en dar consejos a los padres y hasta a los maestros; sin embargo -a pesar de mantenerse atenta a una situación global- Doltó no se ubicará como terapeuta familiar sino como analista del joven paciente, es decir que tratará al niño como sujeto autónomo, posicionado en relación a un deseo propio que lo habita.

Maud Manonni, por su parte, nos indica que el síntoma por el que los padres consultan siempre recubre otra motivación que permanece oculta. El analista, entonces, no debe tomar al pie de la letra la demanda de los padres, para poder develar la neurosis familiar de la que el niño con su síntoma es el soporte.
Ella sostiene que muchos padres utilizan las consultas de sus hijos para ir al analista. En definitiva, va a ocuparse de la palabra de los padres y en particular de la madre, ya que piensa que la posición que el padre tenga para el niño, dependerá del lugar que aquel ocupe en el discurso materno.


IV.
Hasta aquí, entonces, se considera que la teoría kleiniana, tomando lo intrapsíquico y lo filogenético como base de la constitución subjetiva, deja fuera de consideración el papel del Otro en la fundación del Inconciente del sujeto-infans y en la estructuracion de la fantasía. De este modo cabría preguntarse cómo incluir la historia del sujeto.
Por su parte, la teoría lacaniana y lo intersubjetivo: La fundación de la subjetividad adviene del campo del Otro, es decir que el sujeto a devenir está ya determinado por el el lugar que ocupe en el deseo de la madre y por la forma en que el padre ejerza la castración sobre ambos.
Dos teorías opuestas, el riesgo de dos condenas similares: el fatalismo de lo innato y el fatalismo de la preexistencia del orden simbólico. ¿Cómo salir de estos impasses?
Un intento es el de Jean Laplanche, que, a partir de su ruptura con Lacan cuestiona la legalidad del discurso materno en la fundación del inconciente del niño. Para él existen entrecruzamientos en el proceso de constitución del aparato psíquico: "El deseo de la madre incide en el campo del niño, pero se modifica, se metaboliza. Lo que funda el Inconciente es un resto no metabolizado." (3)
De este modo existiría una superposición entre la dinámica psíquica del niño y la de sus padres.


V.
Para Winnicott, la incipiente vida de un sujeto se va desplegando en relación estrecha con aquellos que lo cuidan, en principio la madre o quien cumple su función, le proporciona un soporte que posibilita la constitución de su aparato psíquico. Por esto DWW concedió mucho valor a esta relación madre-infans. Y propuso que un niño atraviesa un proceso de maduración propia que el medio ambiente debe facilitar. Así, a cada etapa del desarrollo anímico del niño, corresponderá un cierto aporte del medio que lo sostiene.
Cuando un chico era llevado a una consulta psicoterapéutica, DWW pensaba que ese desarrollo emocional se hallaba obstaculizado por alguna razón. Como no consideraba al niño un ser aislado -sino más bien en relación a un núcleo familiar-, entonces esperaba de la familia la ayuda necesaria tanto para encontrar las posibles razones del obstáculo a dicho desarrollo, como para armar una estrategia para que el proceso siguiera su curso. Asimismo, los cambios que se produjeran -como consecuencia del tratamiento- no serían eficaces si el medio no acompañara dichos cambios.
Es por esto que DWW destacó la necesidad de contar con padres sensibles y confiables y que a su vez, depositen su confianza en el terapeuta.
Asimismo observó que, en algunos casos, el síntoma del niño reflejaba la problemática de alguno de los padres o de ambos y en otros casos el niño era de hecho el miembro enfermo del grupo y quien necesitaba tratamiento.


VI.
Se plantea entonces un modelo de consultas terapéuticas en la que el rol de los padres es el de posibilitar, en definitiva, la tarea del psicoanalista, en el sentido de un trabajo en común. Así, entre Freud y el padre de Hans, llevaron a cabo la primera psicoterapia psicoanalítica infantil, el famoso caso Hans, en los arbores del pricoanálisis.
Ahora bien, a partir de estas ideas, derivan otros interrogantes: ¿Qué autoriza a tomar a un chico en un tratamiento?¿Cuándo, en qué momento incluirlo? ¿Es suficiente la angustia de los padres para iniciar un tratamiento con un chico? ¿El pedido de un colegio es lo justo? ¿Se debe tomar en consulta a un chico sin el consentimiento de uno de los padres?...Recibimos los más variados pedidos de tratamiento, sea que el chico está celoso de su hermanito, o que está disperso en el colegio, etc. Y creo que más allá de la pregunta por la pertinencia, me parece que habría que cuestionarse si un tratamiento es util para un chico, sobre la base de este tipo de demandas.
Por mi parte suelo tomar a los padres en entrevistas, la cantidad que sea necesario para que funcionen como un tiempo lógico de comprender lo que puede estar sucediendo con su hijo. Si tal sucede, intento buscar con la ayuda de ellos las estrategias para encontrar la solución del conflicto. En los casos en los que decido incluir al niño, lo hago al modo Winnicott de consultas terapéuticas: entrevistas de "contacto" con el paciente y con su sufrimiento, que posibilitan -en el mejor de los casos- un diagnóstico y una estrategia posible a ser compartida con los padres, quienes serán los que llevaran a cabo el posterior trabajo. Considero que sin la ayuda de los padres, no hay tratamiento posible para el niño y que -como decía DWW- si el niño debe volver a insertarse en un medio enfermo, no se debería iniciar un tratamiento.


VII
Hace un tiempo, una pareja me consultó por su única hija de 3 años, Eugenia. La pequeña se había chupado el dedo pulgar desde que ellos podían recordarlo. Sin embargo, de a poco se le habían ido sumando algunos otros hechos que hicieron que finalmente, estos padres muy angustiados, se acercaran a mi consultorio.
A principio de ese mismo año, cierto día a la hora del baño, la madre le encontró a Eugenia la vagina muy irritada, le preguntó a la nena qué le había sucedido y ésta le respondió que en el jardín de infantes, un compañerito le había "metido un palo". A partir de esto, la madre acude al colegio, expone el problema, espera durante unos días una respuesta de la directora, pasan los días, nadie le sabe decir qué ha sucedido...finalmente, deciden cambiarla de jardín. Sigue sobrevolando la duda, me preguntan: "¿es posible que haya sido solo una fantasía de la nena?".
La madre relata que desde bebe, Eugenia, al tiempo que le chupaba la teta, se incorporaba y buscaba una posición más erguida para refregarse contra sus piernas, conducta que aún mantiene, "como un perrito", habiéndose agregado un toqueteo de sus propias tetillas. Al tiempo de la consulta, Eugenia se masturba compulsivamente, delante de cualquiera y de todos, pero sobre todo, delante de la madre, a la que -en tono provocativo- le pide: "mirame", cuando lo hace. Parece estar dedicado a ella. En efecto, la relación madre-hija es de una economía afectiva muy densa. Relatan que los caprichos más tontos pueden terminar en escándalo solo si la madre está presente, escándalos que -en la intimidad o bien en la calle- tienen la característica que nadie los puede parar, pueden durar horas de llantos y gritos y se aplacan cuando finalmente Eugenia somete a su madre, la doblega en su intención.
Por las noches, Eugenia no consigue dormir de corrido en su cama, una y otra vez se pasa a la cama de los padres. La sóla idea de implementar estrategias un poco más efectivas para que esto deje de suceder, como cerrar la puerta con llave, es rechazada por insoportable... por violenta.
Así fue esta primera entrevista, conmovedora, intensa. Ellos se quedaron avergonzados, yo no supe qué decir. Nadie se dio cuenta de que se iban sin pagar.
Ya en la segunda entrevista relatan algunas situaciones que ponen a Eugenia ansiosa, excitada. Y el papá comenta que considera que su esposa, la mamá de la niña, no debería mostrarle a su hijita que casi siempre le duele la cabeza o la espalda "o alguna otra parte, casi todos los días...", porque le parece que esto pone nerviosa a la pequeña.
Sin entender aún de qué se trataba, digo algo parecido a: "Eugenia muestra aquello que debería hacer en la intimidad (refiriéndome a la masturbación) y vos (dirigiéndome a la madre) también mostrás algo que deberías ocultar...(Les pregunto a ambos): ¿qué se les ocurre con mostrar y ocultar?."
Ambos se miraron y comenzaron a hablar con tono de confesión y alivio: Eugenia había sido concebida la única vez que esta pareja había tenido relaciones sexuales luego que se casaron, hacía cinco años. Seguían juntos -según dijeron- por esta hija, y porque aún se querían y respetaban, sin embargo, ella no quiso ni quería tener más acercamientos sexuales, ni con él ni con nadie. Durante este tiempo él tampoco había estado con otra mujer, se masturbaba. De esto, que ni siquiera entendían, no habían hablado nunca hasta este momento, ni entre ellos mismos, ni con otra persona.
Esta segunda entrevista no fue menos conmovedora e intensa que la anterior. Se despidieron agradeciendo profundamente.
Las pocas entrevistas que siguieron estuvieron destinadas a armar juntos una estrategia que incluyó la decisión de comenzar un tratamiento individual para cada uno, la posibilidad de una separación, y mi indicación de que sólo cuando ellos hubieran ordenado esta situación, si fuera necesario, volverían a consultarme por Eugenia.


VIII
Me parece que preguntarnos por el lugar de los padres es aludir a una tópica, a un espacio... Winnicott decía que un análisis se daba en la superposición de dos áreas de juego, dos zonas virtuales, dos espacios psíquicos que debían superponerse: analista y paciente compartiendo el juego del análisis. Creo que en la clínica con chicos se superponen tres areas de juego: analista, padres y chico, lo cual es solidario de la asunción -por parte de los adultos- de una posición de no-saber: en el caso de los padres, para no pretender educar en vez de criar a sus hijos; en el caso del analista, para no culpabilizar a los padres de aquello por lo que son simplemente responsables. En fin, para que todos puedan jugar, como hacen los chicos...

Notas
(1) Por ejemplo su paradigmático caso Piggle: una niña de 2 años y medio al momento de la consulta. Este tratamiento se desarrollaba bajo el método "on demand", es decir, las entrevistas se sucedían a pedido de Piggle, esta familia no vivía en Londres, por lo que a menudo Piggle le envía dibujos a Winnicott y sus padres le informan acerca de la salud de la pequeña. En la primera carta, la madre le informa : "(Piggle) Fue amamantada hasta los nueve meses. Tenía un gran sentido del equilibrio: rara vez se cayó....desde los primero tiempos evidenció sentimientos muy apasionados hacia su padre....tuvo una hermanita a los veintiun meses, yo consideraba que era demasiado pronto. Y tanto esto como nuestra ansiedad al respecto, parece haber dado lugar a un gran cambio en ella..." (Aquí DWW hace una llamada y acota "no supe hasta mucho mas tarde que la propia madre había pasado por la experiencia de tener un hermano a esa misma edad")
(2) Propongo la lectura de: "Winnicott en el espejo" y "Siendo tiene que empezar a ser", en la cocina de espaciopotencial.com.ar
(3) Laplanche, J., El inconciente y el Ello.... "El deseo de la madre está presente en la manera en que se ocupa del niño; pero este deseo no está allí develado, sino vehiculizado y oculto a la vez en los cuidados, las maniobras, las actitudes. De manera mas esquemática, está simbolizado por el pecho, o al menos será retomado en el inconciente en la forma de cierto número de elementos representativos, como lo es el pecho. Pueden ver ustedes en qué sentido es demasiado fácil y se va demasiado rápido cuando se dice que el inconciente es el discurso del Otro. El inconciente del niño no es directamente el discurso del Otro, ni tampoco el deseo del Otro. Entre el comportamiento significante, cargado de sexualidad (lo que se pretende olvidar), entre este comportamiento-discurso-deseo de la madre y la representación inconciente del sujeto, no hay continuidad ni tampoco pura y simple interiorización. El niño no interioriza el deseo de la madre. Él no conoce el fantasma materno (...) el niño no se desliza del mismo modo en el fantasma parental. Entre estos dos "fenómenos de sentido" (empleo aquí el término en su acepción más amplia) que son, por un lado, el comportamiento significativo del adulto y en especial de la madre, y el inconciente en vías de constitución, del niño, hay un momento esencial que se debe llamar de descualificación. El inconciente no es el discurso-deseo del Otro, es el resultado de un metabolismo extraño que, como todo metabolismo, lleva consigo descomposición y recomposición; y no por nada hablamos aquí, frecuentemente, de incorporación, porque la incorporación se asemeja a su modelo metabólico mas de lo que piensa habitualmente. En la incorporación existe, del mismo modo, esta descomposición-recomposición (...) el "mensaje" descualificado no vehiculiza nada salvo su energía."

1 comentario:

los editores dijo...

Por favor le pido citar la fuente de donde levantó este texto, probablemente de espaciopotencial.com.ar.
Gracias, Paula larotonda