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Paz y Ciencia

viernes, 3 de septiembre de 2010

Boris Cyrulnik

"Desde la guerra, ya no veo las cosas como antes [...] Después del tsunami estoy más atento a los otros [...] Me volví creyente [...]"
Para poder establecer algunos criterios de resiliencia y predecir la aparición de perturbaciones o, por el contrario, el nacimiento de un nuevo estilo de existencia, debemos conjugar precisamente estos tres parámetros: el desarrollo del sujeto y su historia pretraumática, la estructura del trauma y la organización del apoyo postraumático.
Cuando se pone en marcha una trayectoria resiliente, hasta los silencios son reveladores de la estructura del discurso social. Suele ocurrir que la huida hacia la acción sea, para el herido, un modo de no tener que hablar y, para quienes lo rodean, una forma de hacerle callar: "Vamos, todo eso ya pasó; hay que mirar hacia delante". También puede suceder que la cultura se las arregle para evocar algunos temas soportables a fin de eclipsar los más incómodos. Después de Hiroshima y Nagasaki (1945), los discursos se apoyaban en los estudios psíquicos y médicos que correspondían a los valores de la época. A nadie se le ocurría estudiar los efectos psíquicos de una atomización de la materia. Sólo después del terremoto de Kobe (1995), que dejó seis mil muertos y trescientas mil personal sin hogar, gracias al cambio experimentado por la cultura japonesa, los socorristas se atrevieron a considerar las perturabaciones psicológicas. Lo que en 1945 era inconcebible, en 1995 se consideró seriamente, porque la cultura japonesa se había occidentalizado y la noción de perturbación traumática flotaba en los relatos culturales. Los investigadores que analizaban el sufrimiento de Kobe se hicieron la siguiente pregunta: "Pero entonces, ¿qué perturbaciones psíquicas habrá dejado Hiroshima?"
Cincuenta años después, los escasos supervivientes de la desintegración atómica pudieron finalmente encarar lo impensable. Confesaron la vergüenza que sentían de no pertenecer ya a la especie humana. Su supervivencia hasta les parecía monstruosa en un mundo donde la muerte era la norma...
...La negligencia afectiva de una familia alterada, la negligencia institucional que no prevé la ayuda médica, psicológica o financiera, o la negligencia cultural de una sociedad que deja de lado sus lisiados porque ya no tienen valor, todas esas maneras de distanciarse paralizan el proceso de emprender una trayectoria resiliente y encierran a una parte de la población en una especie de campo de refugiados psíquicos que ya no podrán participar en la aventura social.

Boris Cyrulnik: Autobiografía de un espantapájaros

1 comentario:

Unknown dijo...

Gracias por hablar de la resiliencia, por mostrar a este sabio como es Boris Cyrulnik.

Poco conocida, la Resiliencia se asoma como el clavo ardiendo al cual agarrarse para seguir proyectándose en el futuro.

Gracias

Saludos mojoreros
Mati