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Paz y Ciencia

lunes, 13 de agosto de 2012

Por qué decimos ¡Keledén!


Decimos ¡Keledén! cuando dejamos de hacer algo que no deseamos hacer

Cada semana limpias las ventanas de tu casa/piso/barco.
Lo haces religiosa y concienzudamente. Pero empieza a aburrirte. Lo haces porque tu madre siempre te decía que unas ventanas limpias dicen mucho de su dueño. Según ella, las personas que tienen las ventanas sucias seguramente también son sucias.
Pero, últimamente, hacerlo todas las semanas se ha vuelto tan fastidioso que un lunes dices ¡Keledén! y te pones a ver la tele mientras te comes unas galletas de chocolate. ¡Es una sensación estupenda! A medida que pasan las semanas, disfrutas viendo cómo las ventanas están cada vez más sucias. Se convierten en un símbolo de tu nueva libertad. Cuando ya te resulta difícil ver a través de ellas, contratas a un profesional. Te sientes todavía mejor con tu nueva actitud al ver que el tipo es joven y está en forma... y fantaseas con que abre una lata de Coca-Cola light...

Cuando las cosas que creemos que nos importan empiezan a fastidiarnos, llegamos a un punto en que decimos ¡Keledén! Entonces dejamos de hacerlas y pasamos a algo más divertido. Así pues:

- Decimos ¡Keledén! a intentar ponernos en forma y nos dedicamos a ver la tele.
- Decimos ¡Keledén! a ser agradables con personas que nos caen mal y les hacemos el vacío.
- Decimos ¡Keledén! a llegar al trabajo y llegamos tarde.
- Decimos ¡Keledén! a limpiar y contratemos a alguien que limpie por nosotros.
- Decimos ¡Keledén! a Dios e idolatramos al diablo.

De hecho, decimos ¡Keledén! cada vez que renunciamos a algo que nos fastidia. Puede que digamos ¡Keledén! y dejemos de ser alguien que no queremos ser. Puede que digamos ¡Keledén! y simplemente dejemos de preocuparnos por algo que creíamos importante.
Decimos ¡Keledén! a todas las obligaciones que sentimos: empezando por la familia, los amigos, el trabajo, la sociedad y todo el mundo exterior. La presión que los demás ejercen sobre nosotros para que adoptemos una actitud determinada a veces resulta excesiva. Entonces decimos ¡Keledén! y nos dedicamos a hacer las cosas a nuestro aire.

John C. Parkin: "Keledén. Lo último en medicina para el espíritu". Debolsillo Clave, 2012, Barcelona. Pp.: 25-26

1 comentario:

Silvia Parque dijo...

Hay que decirlo de cuando en cuando...