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Paz y Ciencia

viernes, 10 de agosto de 2012

La Resiliencia del "zoquete"


"¿para qué deslomarse en la tarea si las más altas autoridades consideran que la suerte está echada?
Como puede verse, desarrollaba cierta aptitud para la casuística. Es un rasgo de ingenio que, cuando empecé a ejercer de profesor, encontraba enseguida en mis zoquetes".

Llegó luego mi primer salvador.
Un profesor de francés.
A los catorce años.
Que me descubrió como lo que era: un fabulador sincera y alegremente suicida.
Pasmado, sin duda, ante mi capacidad de forjar excusas cada vez más inventivas para las lecciones no aprendidas o los deberes no hechos, decidió exonerarme de las redacciones para encargarme una novela. Una novela que yo debía redactar durante el trimestre, a razón de un capítulo por semana. Tema libre, pero me rogaba que las entregas llegaran sin faltas de ortografía, "para poder elevar el nivel de la crítica". (Recuerdo esta fórmula aunque haya olvidado la propia novela). Aquel profesor era un hombre muy anciano que nos consagraba los últimos años de su vida...
Un viejo caballero de anticuada distinción que había descubierto al narrador que había en mí. Escribí con entusiasmo aquella novela.
No creo haber hecho progresos sustanciales en nada aquel año pero por primera vez en toda mi escolaridad un profesor me concedía un estatuto; existía escolarmente para alguien, como un individuo que tenía una línea que seguir y que la podía aguantar duraderamente.

En aquella época, leer no era la absurda proeza que es hoy. Considerada como una pérdida de tiempo, con fama de perjudicial para el trabajo escolar, la lectura de novelas nos estaba prohibida durante las horas de estudio. De ahí mi vocación de lector clandestino...

Fue el internado lo que despertó en mí esta afición. Necesitaba un mundo propio, y fue el de los libros

La primera cualidad de las novelas que llevaba al colegio era que no estaban en el programa... Mis autores y yo permanecíamos solos. Al leerlos yo ignoraba que estaba cultivándome, que aquellos libros iban a despertar en mí un apetito que iba a sobrevivir incluso a su olvido. Esas lecturas de juventud concluyeron en cuatro puertas abiertas a los signos del mundo, cuatro libros de lo más diferentes pero que tejieron en mí, por razones que en parte me siguen resultando misteriosas, estrechos vínculos de parentesco: "Las amistades peligrosas" de Laclos, "A contrapelo" de Huysmans, "Mitologías" de Roland Barthes, y "Las cosas" de Perec...
Yo le debía un manuscrito sin faltas. Un genio de la enseñanza, en suma. Tal vez solo para mí, y tal vez solo en aquellas circunstancias, ¡pero un genio!

Di con tres más de estos genios entre los catorce y los dieciocho, en que repetí el último curso, tres nuevos salvadores de los que hablaré más adelante: un profesor de matemáticas que era las matemáticas, una pasmosa profesora de historia que practicaba como nadie el arte de la encarnación histórica, y un profesor de filosofía a quien mi admiración sorprende hoy tanto más cuanto no guarda recuerdo de mí (eso me escribió), lo cual lo engrandece más aún sin que deba yo nada a su estima, sino todo su arte. Esos cuatro profesores me salvaron a mí mismo.

Otro elemento de mi metamorfosis fue la irrupción del amor en mi supuesta indignidad. ¡El amor! Perfectamente inimaginable para el adolescente que yo creía ser [...]

Fragmentos escogidos del libro de Danniel Pennac: "Mal de Escuela". Capítulo 20.
Pennac nació en Casablanca en 1944. Es uno de los escritores franceses más queridos y seguidos de las últimas décadas.
En 2007 obtuvo el prestigioso premio Renaudot por "Mal de Escuela". Es profesor, o dicho a la vieja usanza, maestro. Criticando desde dentro del sistema educativo y apoyándose en su experiencia.

Nota de Rodrigo Córdoba Sanz: el lector que comience a leer el texto, detectará sin duda que el haber sido "zoquete" durante los tiempos sensibles de maduración emocional y crecimiento mental, han dejado un poso de vasta experiencia, empatía y saber.
Habla de pesadillas, de dolor sordo, de heridas que no se pueden curar.
Sin embargo parece mostrarse, sin pelos en la lengua, para liberarse, escribir (una de sus profesiones) y ayudar a otros. Cabe pensar que existe una crítica constructiva de un sistema educativo caduco.
A los 14 años comenzó a vislumbrar esperanza y confiar en ciertos profesores.
Como decía Carl Gustav Jung: "El intelecto solo puede ver una parte de la realidad".

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola Rodrigo, a mi también me encanta Pennac!.

Cuando empecé a leer la entrada, me resonaba el texto, pero no sabía de qué. A medida que iba avanzando, me di cuenta de que era podía ser Pennac, y voilá!

Me gusta conocer a personas con las que comparto el gusto por las mismas lecturas. Así que...encantada!

Me llamo Paula.