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Paz y Ciencia

sábado, 25 de agosto de 2012

La vida de los libros: Escritores Dipsómanos




Sinopsis

Los libros de José Luis Melero son vitrinas donde se preservan con mimo las literaturas perdidas, una suerte de muestrarios de antiguas telas con los que disfrutar de libros y autores olvidados como si fueran paños o sedas de otros tiempos, y también una invitación a dejarnos seducir por la atracción irresistible de aquellos escritores que hicieron del fracaso el eje de sus vidas. En La vida de los libros encontraremos muchos autores apenas recordados: Mariano Sebastián, que firmaba como “autor de lo peor que se ha publicado hasta el día”, José Soler Casabón, el amigo de Picasso, Apollinaire y Reverdy, que sólo imprimió 34 ejemplares de su único libro de versos publicado al salir del campo de concentración de Argelès, Julio Angulo, el hombre que le colocaba a Jarnés sus novelas sicalípticas en las colecciones galantes, o José Ayala Lorda, que con sólo 17 años fue condenado a más de dos años de presidio por escribir un artículo insultante contra Alfonso XIII. Por fin todos ellos van a leerse en el mismo cuerpo de letra que algunos de las más grandes como Clarín, Juan Ramón Jiménez o Jaime Gil de Biedma, de los que en este libro se cuentan esas historias menudas por las que casi nunca se interesan los manuales. La vida de los libros es un libro imprescindible para acercarse a la literatura más suburbial y arrabalera.
 
Escritores Dipsómanos
 
Muchos de los más grandes escritores han sido borrachos impenitentes: Edgar Allan Poe, William Faulkner, Raymond Chandler, Joseph Roth, Malcolm Lowry, Francis Scott Fitgerald, Jack Keroauac o Dylan Thomas. Y en algunos casos borrachos y suicidas: Ernest Hemingway, Hart Crane (que se lanzó al mar desde la cubierta del barco tras una borrachera), John O´Brien o John Berryman. Y es que el alcohol y la literatura han hecho siempre muy buenas migas. Juan Rulfo cogía unas borracheras descomunales y Onetti, a pesar de estar todo el día en la cama, se las ingeniaba para beber vino tinto -o whisky años más tarde- sin parar. Cansinos Asséns cuenta en sus memorias que Mariano de Cavia tenía borracheras procaces y peligrosas y que "más de una vez lo habrían descalabrado" de no haber intervenido su fiel escudero Rodríguez, el criado del escritor que lo acompañaba a todas partes y lo sujetaba cuando salía "tambaleándose de las tabernas"; y describe una borrachera de Rubén Darío en la que al final "cae en un estado comatoso", mientras su cabeza "resbala de sus manos y rueda sobre la mesa, como al cesto de la guillotina". Entre los bohemios de finales del XIX, Manuel Paso, cuyas poesías póstumas Nieblas se publicaron en 1902,  fue el que tuvo las borracheras más prodigiosas, constantes y concienzudas. Bebía hasta caerse y lo hacía en solitario, sin alharacas ni tumultos. Sus borracheras fueron una especie de lento suicidio, como si encargara al alcohol lo que no se atrevía a solucionar lanzándose desde el Viaducto. Fue hombre de gran corazón y nos contó Joaquín Dicenta que cuando de madrugada volvía a su casa dando tumbos y bebiendo en todas las tabernas que encontraba abiertas, siempre ofrecía cobijo y un mendrugo de pan a las pobres rameras que, muertas de frío y sin tener donde ir, hacían la calle sin éxito alguno.
 
Pág.: 122 José Luis Melero: "La Vida de los Libros"
 
 
 
http://youtu.be/ptEl2KpT_tU Pedro Guerra: "La lluvia nunca vuelve hacia arriba"

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