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Paz y Ciencia

lunes, 22 de junio de 2020

Liber Novus. Jung


Si hablo de acuerdo al espíritu de mi tiempo, debo decir: nada ni nadie puede puede justificar lo que voy a proclamar. Esta justificación la considero supeflua, y además no tengo elección, debo hacerlo. He aprendido que paralelamente al espíritu del tiempo actual, hay además otra clase de espíritu actuando, a saber: aquel que controla las profundidades de todo lo que coexiste.

El espíritu de mi tiempo desearía oir hablar de uso y valor. Yo también pensaba de esta forma, y mi lado humano todavía lo hace. Pero ese otro espíritu me fuerza, a pesar de todo, a hablar, más allá de la justificación, de la utilidad y del significado. Henchido de orgullo humano y cegado por el presuntuoso espíritu de estos tiempos, intenté mantener ese otro espíritu lejos de mí. Pero no tuve en cuenta que ese hálito que gobierna lo más profundo de la existencia desde tiempo inmemorial y para toda la posteridad, posee un poder muy superior a ese espíritu que cambia con las generaciones.

Esa fuerza espiritual ha sometido el orgullo y arrogancia de mi capacidad de discernimiento. Se llevó mi fe en la ciencia, me despojó de la satisfacción que me proporcionaba la comprensión y ordenamiento de las cosas, y dejó morir en mí la devoción por los ideales de nuestro siglo. Me empujó hacia las cosas más simples y elementales.

Así mismo se apoderó de mi entendimiento y todos mis conocimientos y los puso al servicio de los inexplicable y lo paradójico. Alejó mi voz y mi escritura de todo aquello que no estuviera a su servicio, es decir de esa amalgama de sentido y sin-sentido de que se compone el supremo significado.

El supremo significado no es sólo un significado ni tampoco un absurdo, es una imagen llena de fuerza: magnificencia y fuerza unidas.

El supremo significado es el principio y el fin. Es el puente a través del cual llegar a la realización.

Los demás Dioses murieron a causa de su temporalidad, pero el supremo significado nunca muere, tan pronto es algo lleno de sentido como se convierte en algo absurdo, y de entre el fuego y la sangre originados en esa colisión vuelve a ascender de nuevo.

La Divinidad tiene una sombra. El supremo significado es real y también esta ensombrecido. Pues ¿como podría existir y ser corporeo sin tener una sombra?

La sombra es el sin-sentido. Carece de fuerza y no posee existencia por sí misma. Pero el sinsentido es el hermano eterno e inseparable del supremo significado.

Al igual que las plantas, los hombres crecen, algunos en la luz otros en las sombras. Hay muchos que necesitan las sombras y no la luz.

La imagen de Dios arroja una sombra que es tan grande como él mismo.

El supremo espíritu es grande y pequeño; vasto como el cosmos y tan minúsculo como las células de un cuerpo vivo.

El espíritu de mi tiempo que anidaba en mí deseaba conocer la grandeza y extensión del supremo conocimiento, pero no su pequeñez. Lo más profundo del ser, no obstante, venció esta arrogancia y tuve que aceptar lo insignificante para salvar lo inmortal en mí. Eso me consumió interiormente ya que era despreciable y antiheroico. Era incluso ridículo y repulsivo. Pero algo me atenazaba desde esas profundidades del ser, obligándome a beber la más amarga de las pócimas.

El espíritu de mi tiempo me tentó con la idea de que todo esto pertenece a las sombras de la Divinidad. Lo cual hubiera constituído una peligrosa decepción ya que la sombra es un sin-sentido. Pero lo pequeño, limitado y banal no es un sin-sentido sino una de las dos esencias del Altísimo.

Me resistía a aceptar que lo cotidiano pertenece a la imagen de la Divinidad. Intenté huir de este pensamiento y me refugié tras las más remotas y frias estrellas.

Pero ese espíritu de lo profundo se apropió de mí y vertió la amarga bebida entre mis labios.

El espíritu de este tiempo me susurraba: «Este supremo significado, esta imagen de Dios, esta mezcla de indiferencia y exaltación eres tú y solo tú. Pero lo más profundo del ser me decía: «Eres la imagen de un mundo eterno, todos los misterios del devenir -el nacimiento y la muerte- viven en tí. Si no los poseyeras, como podrías conocer todo esto?

Para sostener mi debilidad humana, el espíritu de lo profundo me infundió estas palabras. Y aún así eran superfluas, ya que no hablo libremente, pero debo hacerlo. Hablo porque el espíritu me roba la alegria de vivir si no lo hago. Soy como el siervo que porta algo en sus manos pero desconoce qué es. Sus manos arderían si no lo depositara donde su señor le ordenó que lo hiciera.

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Pero el espíritu de mi tiempo avanzó y dejó caer enfrente de mí enormes volúmenes que contenían todo mi conocimiento. Sus páginas estaban hechas de mineral, y un estilete de acero había grabado palabras inexorables in ellos, y señalando esas palabras inexorables me habló y dijo: «Toda esta palabrería, todo esto es una locura»

Es cierto, es cierto, todo lo que digo está compuesto de grandilocuencia e intoxicación, es la fealdad de la locura.

Pero el espíritu de lo profundo ascendió y me dijo: «Si, lo que hablas lo es. La grandilocuencia lo es, la intoxicación lo es, lo indigno, lo contaminado, la más insignificante dolencia lo es. Corre por las calles, vive en las casas, y domina la vida de toda la humanidad. Incluso las eternas estrellas son lugares comunes. Es la gran señora de Dios y también parte de su esencia. Uno se ríe de eso, y esa risa, también lo es. Acaso crees, hombre de este tiempo, que la risa es inferior a la adoración? Cuál es tu medida, falso tasador? La suma de la vida es la que decide sobre la risa y la adoración, no tu juicio»

 

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Lo profundo del ser dijo: «Nadie puede ni debería impedir el sacrificio. Sacrificio no significa destrucción sino la piedra angular de lo que está por llegar. No habéis tenido monasterios? No se han contado por miles los que se han retirado al desierto? No. Deberías llevar el monasterio dentro de tí mismo. El desierto está en tu interior. El desierto te llama y te hace retroceder, y si estuvieras sujeto con grilletes al mundo de tu época, la llamada de ese desierto rompería todas las cadenas.

Ciertamente, te preparo para la soledad.

Tras esto, mi humanidad permaneció silenciosa. No obstante, algo le había acontecido a mi espíritu, había sido impregnado de algo que debo llamar clemencia.»

Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo Zaragoza

Teléfono: 653 379 269

Instagram: @psicoletrazaragoza

Página Web: www.rcordobasanz.es



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