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Paz y Ciencia

viernes, 12 de junio de 2020

Claudio Naranjo: Meditación



En la meditación, no solo nos interesa “qué es lo que veo”, aunque sea “veo los fenómenos mentales, veo el pensar, el sentir y el querer”, sino “quien está mirando”. Hay un intento, una ambición en la disciplina de la meditación por conocer al sujeto de la consciencia. Lo que en el budismo se llama la ‘indagación sobre la naturaleza de la mente’. No es una indagación filosófica, sino una exploración de la consciencia por medio de la consciencia misma. Una indagación fenomenológica: algo así como querer verse los ojos, lo que a nadie le resulta corporalmente posible. Pero en el mundo espiritual sí que hay un fenómeno como de atravesar una barrera. Aunque normalmente uno no encuentre al sujeto de la conciencia, existe una condición espiritual de autorreflexibidad que no es verse el pensamiento, o verse la vida mundana, como quien dice, sino ver al que está mirando, o más bien encontrarse con el ‘sí mismo’ profundo, que es la consciencia misma.

Pero eso es un camino ordinariamente largo. El que encuentra al sí mismo, encuentra el sentido de la vida, encuentra la plenitud, y encuentra lo que suele llamarse lo divino: eso que se ha llamado con tantos nombres, como budeidad, el Cristo interior, el Tao…Cada tradición espiritual tiene algún nombre para ello. El Gran Espíritu…Pero la característica principal es lo sagrado. El profundo contacto con el centro de nosotros mismos es el contacto con lo sagrado; que es algo que todo el mundo valora como valoramos en el plano estético la belleza. Es como un alimento, un alimento espiritual, digamos. Es un sentimiento maravilloso, que a veces hemos experimentado en tal o cual momento de la vida, pero que generalmente nos ha dejado con gusto a poco.

No es mucha la familiaridad que tenemos con lo santo. Hay ciertas personas que nos dan una intuición sobre cómo podría ser la santidad; a veces hay lecturas que nos hacen sentir eso, o templos que pueden evocarlo…

Se ha dicho que la meditación se vuelve un campo de cultivo de una actitud santificante que es como una forma de creación que los antiguos llamaron teúrgia, que implica algo así como una creación de lo divino a través de una facultad diferente de la imaginación ordinaria, a la cual los sufís han llamado imaginación creativa. Se necesita en tales casos visualizar o evocar o invocar algo para que se haga presente en nuestro mundo interior de modo que ya no sea pura imaginación, sino que pase a tener una realidad sutil.

¿Es importante lo sagrado en la vida? Bien pudiera no serlo en nuestra sociedad secular, donde la ciencia no se interesó ni validó lo sagrado, o donde la ciencia tuvo que oponerse a la fe a raíz de luchas políticas entre la Iglesia y el estado, o donde la palabra ‘santo’ ya se usa poco; todo ello no favorece mucho la correspondiente experiencia. Tal vez sería mejor que fuese cultivado un sentimiento que ya está presente en la infancia, aunque no tenga nombre, que tiene que ver con el asombro, con la sensación de profundidad, con el valor de lo otro. Pues así como la belleza esta en el ojo que la contempla, también lo está la santidad, lo santo, lo sagrado. 

Para los antiguos, como para los primitivos, parece que no era problema lo sagrado: la tierra era sagrada, la naturaleza era sagrada; el cielo era sagrado, los animales, igualmente. La misma comunidad era percibida como sagrada. Lévy-Bruhl hablaba a comienzos del siglo XX de la participación mística de los primitivos, que tienen la palabra ‘nosotros’ más cercana que la palabra ‘yo’. Y aunque al comienzo parecía que se confundieran con el nosotros; ahora parece que más bien ocurre que el ‘nosotros’ tenía para ellos más peso. Valoraban más la participación que la actividad separada o el pensamiento individual.

Digamos, entonces, que es una dimensión importante de la meditación esta de evocar lo sagrado. A ello se refiere el precepto cristiano de “amar a Dios por encima de todas las cosas”, solo que no es necesario que se tenga una visión teísta o se utilice la palabra ‘Dios’ para santificar la vida, las personas o las cosas. No requiere una creencia, o un sistema simbólico, el amor a lo divino, que también puede vivirse como amor a algo llamado diversamente, una vez que lo entendemos más allá de lo conceptual. Algunas personas lo viven como amor a la vida, otras como amor al Dharma, amor a la budeidad intrínseca en los seres conscientes, otros como amor a la realización de las propias potencialidades. 

Por último, todos tenemos una sed evolutiva. Todos sentimos una sed metafísica, porque intuimos como podríamos ser, así como una semilla seguramente intuye el árbol que contiene en forma latente. Tenemos una intuición de un estado más evolucionado de nuestra propia consciencia, al que aspiramos. Y esa aspiración a evolucionar, esa devoción al camino, esa dedicación al trabajo interior, al movimiento de la consciencia, eso también es devoción…

Esto lo sabían los teólogos cristianos de los primeros siglos, quienes formularon la así llamada Teología Negativa, distinguiendo que una cosa es Dios (no visible con nuestros ojos desde aquí ni comprensible con nuestros conceptos), y otra cosa es la divinidad, a la que no podemos acceder con la mente conceptual. Todas las religiones tienen más o menos las mismas vivencias y formas equivalentes de plantearse.

Dicen todas las tradiciones espirituales que la devoción es un gran camino, y que la aspiración ya nos acerca a eso que esperamos. Aquel en quien arde la llama del amor a lo divino lleva una ventaja sobre otros respecto a la necesaria disolución del ego, además de que se acerca más al reconocimiento de que lo divino ya está presente en su sed de lo divino.

Si es cierto que la devoción es tan importante, ¿no habrá una forma de introducir en la educación un elemento devocional, sin referencia a ninguna religión específica? Yo creo que esa posibilidad está presente en la música. Pues me parece que hay mucha música en nuestra herencia clásica europea que es íntimamente devocional. Bach, por ejemplo, firmaba sus obras agregándole a su nombre la frase Soli Deo Gloria, y por ello podemos pensar que el solo acto de componer era para él un acto devocional, y que al gozar de su música participamos en cierta medida de su devoción. Y porque el amor a lo divino es un regalo de Dios a los hombres, siendo el amor  a Dios ya divino, sentir devoción nos acerca a nuestra naturaleza.

Pero hay quienes no conocen la devoción y no la pueden imaginar, de modo que, para ellos, llegar a conocerla deberá pasar por buscarla y desarrollarla con algo de paciencia. Así como hay quienes no tienen compasión en absoluto -personas frías, que no pueden imaginarse lo que es sentir al otro-, hay quienes desconocen la reverencia o amor apreciativo, y conviene que se interesen en abrirse a esa dimensión de la vida que es el amor que mira al cielo, orientándose no tanto a los humanos como a lo ideal. O hacia algo desconocido a lo que queremos llegar…

La compasión viene de la madre, siendo una extensión del amor biológico, desarrollado ya por los mamíferos, cuyas hembras reconocen a su cría como un otro yo, que es decir un “tú”. Y decía Martín Buber que la capacidad de ver un ‘tú’ en vez de ver cosas es lo que arreglaría el mundo. Pero hablo ahora del amor apreciativo, que seguramente se orientó originalmente hacia nuestro padre y que luego se vuelca especialmente hacia lo divino, la conciencia superior e ideales tales como la verdad, la belleza, el bien y la justicia.

Mi opinión es que la Gran Música sirve específicamente para el ejercicio de este amor apreciativo o devocional que en una sociedad secular decepcionada de sus antiguos ideales ha quedado sin ejercicio. No nos damos cuenta de que la música nos pone en contacto con lo sagrado, pues se ha estetizado demasiado, y ello tiende a ocultarnos su relevancia espiritual -tanto, que no nos damos cuenta de que los grandes músicos son místicos que emplearon el lenguaje musical para algo que no es posible expresar con palabras.

Así como en muchas tradiciones espirituales se visualizan divinidades, sea orishás africanos, los ángeles y arcángeles del mundo judeocristiano, o las del panteón tibetano, pienso que de manera análoga es posible, a través de la música sola, llegar a niveles comparables de entusiasmo. Y no olvidemos que el verdadero entusiasmo es lo que dice la etimología de la palabra: en theós, “endiosamiento”, Y que al escuchar la Novena Sinfonía de Beethoven,  no reconocemos la devoción que nos transmite una relación con lo divino como la de Bach -que es una devoción con muchas genuflexiones, como correspondía ante la actitud hacía lo divino en una época de monarquías- , lo que se debe, paradójicamente, a que en el Beethoven de la  Novena Sinfonía es como si Dios hablara, de modo que su escucha es más bien comparable a la presentación de Dios en el libro del Génesis.

Si queremos ser transportados por la música a un mundo superior, conviene que la escuchemos en una actitud un poco diferente de la habitual; pues ordinariamente escuchamos con un oído algo consumista esperando que  la música nos venga a dar algo. En cambio, conviene que abordemos el momento de la audición musical como uno en que nos concentramos en generar un sentimiento de entusiasmo ante lo divino. O, más específicamente, ante lo divino que aún no conocemos; lo que es decir, un entusiasmo ante algo más grande que nosotros, que en la estética se ha llamado lo sublime.

Claudio Naranjo

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