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Paz y Ciencia

domingo, 15 de febrero de 2009

La Niña de los Sueños XLXVI

El muchacho yacía en el cesped, era uno de los segmentos del patio del edificio, los otros estaban compuestos por una base de arena con mesas y bancos de piedra, el otro era mármol con el emblema del colegio, en forma de esfera, un relieve que daba apoyo a los estudiantes que cortejaban a las muchachas inaccesibles.
El muchacho divisaba a lo lejos tratando de encontrar un mundo distinto, un mundo perfecto, al menos algo donde todo aquello no le sobrepasara. Llevaba la camisa sacada, un poco de salmón en el jersey y migas en los pantalones. Debajo del brazo llevaba el libro de naturaleza. De repente alguien le tocó la espalda, era la muchacha, con esa falda tan curiosa que dejaba sus piernecillas desnudas con unos calcetines que él mismo veía a hombres ponerse en invierno.
Estaba con una amiga, le saludó y le dio la mano a la amiga, ésta se quedó sonrojada y después rió largamente, cada instante le ruborizaba más al niño y la niña parecía divertirse mucho como de costumbre, el muchacho no parecía estar en orden con el sistema que ella heredaba.
Así que se dieron un besito en la mejilla con la amiga de la Princesa como cómplice, le deseó un buen día y poco después sonó una sirena infernal que avisaba del comienzo inminente de las clases de la tarde. Ahora le esperaba filosofía y literatura, no conocía mucho pero le resultaba un lenguaje más abierto aunque el papá de la Princesa no le animara en demasía a sumergirse en el mundo de los escritores.
El profesor de literatura era gordo, llevaba el pelo despeinado, algo desaliñado y tenía un montón de libros atados con un cinturón, les dijo que durante ese curso tenían que leerse ocho libros y hacer los resúmenes correspondientes, además les comentó que deberían hacer ellos mismos un relato al concluir el curso. Todo aquello le pareció excesivo al muchacho porque leer es algo que debía ser por ley ocioso, nada de verse obligado a leer lo que otros han imaginado. Eso no es "amor al arte" como decía el profesor sino un ataque a las propias bases desde donde nace el humanismo. Leer para aprender, estudiar para aprender, no para aprobar los exámenes, qué es eso de estudiar tantas horas para luego hacer un examen si uno no es capaz de imaginar otro mundo distinto, o acaso pensar que ese Sol que uno ve mortecino cuando se levanta puede ser de otra manera y que sólo reside así en su imaginación, decisisiva en la representación de su existencia. Estas reflexiones acompañaban la voz del profesor que espantaba a los de la primera fila por su mal olor, algo de cerveza debía recorrer sus vísceras. Poco tiempo después se enteró el muchacho de que su profe era efectivamente el amigo de formación del padre de la Princesa. Dejó los libros que debía leer a un lado y se puso escribir...

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