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Paz y Ciencia

lunes, 8 de diciembre de 2008

La Niña de los Sueños XLV

Y juntos llegaron al frontón de la casa. Allí se paró el muchacho mirando hacia lo alto, atónito, mareado. La muchacha tiraba de él pero parecía que una fuerza sobrehumana le agarraba al suelo con fiereza. De la puerta salió su hermano mayor y quedó estupefacto con la escena. Entró y dijo en tono audible por nuestra Princesa: “Un mendigo está en casa”…
La muchacha miró de nuevo a su acompañante, éste parecía no haberse enterado de nada de lo que había pasado en los últimos minutos. El padre se asomó, con la diplomacia de un maestro se acercó y cogió de la mano que le quedaba libre al muchacho. Éste no se movía, la fuerza de la familia no podía con él.
Finalmente pudo articular palabra, comentó lo majestuoso de la casa, lo intimidatorio de tal construcción y apenas perceptible se pudo escuchar un hola al padre, Gran Gobernador.
Los siguientes pasos a la casa le resultaron al muchacho muy largos, el hermano miraba desde el quicio de la puerta con una mueca de superioridad. El muchacho parecía venir de otro lugar, y así era seguramente. Olía a comida, a lujo y a otras cosas que dejaban paralizado al muchacho. Cuando el muchacho atravesó la gran puerta tras subir las escaleras parecía agotado. El hermano de la Princesa le dio unas palmadas en la espalda y se sentó donde le señalaron, en un sofá (o algo así) donde, pensó, podía caber toda la familia. ¡Cuántos excesos! Suspiró.

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