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Paz y Ciencia

domingo, 28 de diciembre de 2008

El conflicto de Aurea

Dentro de nosotros puede haber un diálogo interno. En ese mosaico de yoes se desprenden predicados del sujeto con su cara correspondiente.
En esa transacción se producen disonancias feroces, allí radica parte de una identidad difuminada.
Pongamos el ejemplo de una mujer que tiene esa forma de disociación o sujeto dividido como diría el buen Norberto Levy, médico psicoterapeuta. Centrémonos en el poema desenfocado.
Se trata de una mujer, la llamaremos Aurea. Dicha mujer de mediana edad se presenta ante el terapeuta con un dilema sin elaborar, en el trabajo psicoterápico se desarrollan varias facetas de la persona. Aquella que se siente débil, menuda, fea, tonta e inmadura y otra parte que empuja a golpes a esa persona para que despierte, con autoritarismo, con fiereza, con una vehemencia corrosiva. El resultado es el castigo del sujeto, esa parte “B” castiga a “A” por sus miedos, la cuestiona y la sanciona. La parte “B”, dicho de una manera parsimoniosa, se ve acorralada y en lugar de movilizarse para sacar su verdadero potencial se encoge cada vez más. Entre esas partes hay una relación intrapsíquica, análoga a la que Aurea puede desarrollar con el mundo externo, llamémosle a dichas transacciones relaciones de objeto.
Parece que esto no es demasiado extraño y explicado así resulta sencillo, Levy, destaca que se tiende a asociar la sofisticación de una teoría con su eficacia. No importa ahora eso tanto como entender un mecanismo intrapsíquico. Permitanlo.
Bien, esa mujer, Aurea, padece un problema psíquico, no se soporta, considera que molesta y dentro de ella existe un profundo conflicto que le lleva a tener molestias también somáticas, desplazando el dolor psíquico al cuerpo.
Dicha mujer no puede integrar A y B, mientras tanto se maneja en fricción con esos elementos que “colusionan”. Este trabajo y otros realiza un psicoterapeuta quien reúne a elementos disociados de la persona en aras de la unidad.
El trabajo del terapeuta es que Aurea tome contacto intelectual y emocional, no basta con el primero, para integrar esa ruptura con la continuidad de su yo. De ese modo podrá pasar a lo que Levy llama la autoasistencia, del latín ad-sistere: "detenerse junto a".

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