La violencia contra las mujeres ha sido una constante a lo largo del tiempo.
No son nada lejanos los tiempos, aunque la mayoría lo ubique en pretérito, que a la mujer, de forma institucional se le negaban los derechos civiles y se les educaba desde la segregación escolar, de forma diferente al varón, asumiendo siempre un rol secundario a éste y una orientación hacia el sufrimiento y la humillación.
Hubo que esperar a finales del siglo pasado para que se consolidaran los derechos de la mujer, dando grandes avances en una sociedad igualitaria, sin embargo, la tarea está inconclusa. La realidad nos indica que esa desigualdad se mantiene todavía en muchos campos, y lo que es inadmisible es que la mujer sea una víctima propiciatoria de la violencia, siendo especialmente en la familia y en la pareja.
Esta violencia, en cualquiera de sus formas (física, sexual, económica, psicológica o de vulneración de los derechos), presenta una gravedad especial por la alta probabilidad de revictimización, la dificultad en la carga de la prueba, las secuelas psicológicas que anulan a la víctima o la afectación de la red social.
El tratamiento legislativo de este tipo de violencia es reciente. Partimos de una situación social en que muchos de estos actos eran atribuidos a la esfera familiar, círculo donde no debía meterse el Estado pues se trataba de una sociedad patriarcal y machista desde un punto de vista tanto material como formal, y así por ejemplo hasta el año 1975 el Código Civil español exigía el consentimiento del marido para la venta de bienes e inmuebles privativos de la esposa, como si fuese una incapaz o debiera ser tutelada por razón de género.
Lo cierto es que la violencia intrafamiliar y la de género no se visualiza socialmente hasta que los medios de comunicación comienzan a ocuparse de ella forma sistemática.
Por miedo y desamparo legal y social, las mujeres retiraban (y retiran) sus denuncias.
Efectivamente, no se denuncia porque :
- la mujer confía en que el agresor modificará su comportamiento, por su dependencia afectiva o por la vergüenza de la sensación de fracaso, porque ella llega a creer que tiene parte de culpa y es responsable de lo que pasa.
- porque tiene miedo de las posibles represalias del agresor o por el temor de la desaprobación de familiares, amigos y vecinos.
- por su dependencia económica del agresor y falta de recursos para vivir con sus hijos para escapar de una relación basada en el dominio.
Recomendación para profesionales que traten con violencia de género y temas legales y forenses.
- la mujer confía en que el agresor modificará su comportamiento, por su dependencia afectiva o por la vergüenza de la sensación de fracaso, porque ella llega a creer que tiene parte de culpa y es responsable de lo que pasa.
- porque tiene miedo de las posibles represalias del agresor o por el temor de la desaprobación de familiares, amigos y vecinos.
- por su dependencia económica del agresor y falta de recursos para vivir con sus hijos para escapar de una relación basada en el dominio.
Recomendación para profesionales que traten con violencia de género y temas legales y forenses.
Violencia de Género. Tratado psicológico y legal.
Francisca Fariña, Ramón Arce y Gualberto Buela-Casal (Editores)
Francisca Fariña, Ramón Arce y Gualberto Buela-Casal (Editores)
Rodrigo Córdoba Sanz: Experto en Trastornos de Personalidad
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