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Paz y Ciencia

jueves, 22 de abril de 2021

Lacan y el Océano Borderline

 


Rodrigo Córdoba. Psicólogo Y Psicoterapeuta. Teléfono: 653 379 269 Zaragoza -Gran Vía- Y Online. Instagram: @psicoletrazaragoza rcordobasanz@gmail.com.                          Página Web: www.rcordobasanz.es

Artículo Externo. Delicioso 👇

Rafael Pozo Gowland

RESUMEN

El presente trabajo realiza un recorrido histórico sobre algunos aportes realizados desde el psicoanálisis y la psiquiatría en relación a la categoría diagnóstica borderline. Se hace particular hincapié en diferentes propuestas realizadas por autores de orientación lacaniana, analizando los puntos de convergencia y divergencia, así como las consecuencias clínicas que se extraen de las diferentes conceptualizaciones. PALABRAS CLAVE: limítrofe, personalidad, estructura, locura, psicosis.

ABSTRACT  

The Lacanian perspective againstthe polemic of the limits. This work makes a historical tour of some contributions made from psychoanalysis and psychiatry in relation to the diagnostic category borderline. Particular emphasis is placed on different proposals made by authors of Lacanian orientation, analyzing the points of convergence and divergence, as well as the clinical consequences extracted from the different conceptualizations. KEY WORDS borderline, personality, structure, madness, psychosis.

RESUM  

La perspectiva lacaniana enfrontla polèmica dels límits. El present treball realitza un recorregut històric sobre algunes aportacions des de la psicoanàlisi i la psiquiatria en relació amb la categoria diagnòstica borderline. Es fa un èmfasi particular en diferents propostes realitzades per autors d’orientació lacaniana, analitzant els punts de convergència i divergència, així com les conseqüències clíniques que s’extreuen de les diferents conceptualitzacions. PARAULES CLAU: límit, personalitat, estructura, bogeria, psicosi.  

Introducción  

Los intentos de categorización de la psicopatología siempre han sido complejos, sin importar la disciplina o la orientación teórica. De Freud al DSM, la revisión constante de las categorías remite, por un lado, a cierta imposibilidad frente a los esfuerzos por establecer lími­tes inamovibles y, por otro, a cómo la clínica funciona como cuestionador constante de estos intentos. La problemática de las estructuras clínicas, a su vez, ha provocado siempre mucha polémica dentro del psi­coanálisis, generando diferencias y divisiones y dando lugar a propuestas teóricas tan diversas que cuesta por momentos ubicar un denominador común entre dife­rentes autores. De ahí la clásica distinción entre “el psi­coanálisis” y “los psicoanálisis”. Aquellos pacientes coloquialmente denominados como borders, que no son fácilmente ubicables dentro de las categorías más clásicas, han sido objeto de un amplio interés por parte de prácticamente todas las líneas psicoanalíticas. El presente artículo pretende realizar una revisión sobre esta problemática, hacien­do hincapié en propuestas realizadas por autores de orientación lacaniana. Por un lado, debe aclararse que la misma representa un claro recorte que no pretende ser exhaustivo y, por otro, que no es lo mismo aclarar  “desde Lacan” que “desde una orientación lacaniana”, siendo esta última más amplia, ya que incluye la varie­dad de propuestas realizadas por los seguidores de La­can, algunas de ellas con diferencias significativas.

Recorrido histórico

Pocos conceptos han resultado tan problemáticos dentro del campo de la psicopatología como ocurre con el de borderline. Más allá incluso de su uso vulgarizado en el lenguaje popular, parece existir poco consenso al­rededor del mismo dentro del campo de la Salud Men­tal. Según Gabbard (2002), el diagnóstico de Borderline en sentido amplio o como organización de la personali­dad engloba una amplia variedad de casos, incluyendo a los diferentes Trastornos de la Personalidad del Grupo A y B, al punto de que se ha convertido en un “tacho de basura psiquiátrico, sobreutilizado y mal utilizado” (p. 447). Cabe realizar entonces una primera distinción del término: como trastorno de la personalidad, en tanto diagnóstico sintomático propuesto por el DSM (1994) y como estructura psíquica u organización de la perso­nalidad propuesta por el psicoanálisis. Si bien existen puntos de intersección (tanto históricos como clínicos) entre ambos constructos, pertenecen no solo a noso­grafías distintas sino que parten también de paradigmas y fundamentos diversos. Su homologación, ya sea por falta de rigurosidad o intentos de simplificación, puede resultar no sólo confuso sino también problemático, ya que quedan desdibujadas las implicancias clínicas que se desprenden de las diferentes conceptualizaciones. La historia del término Borderline como categoría diagnóstica es extensa y sus avatares responden a di­ferentes problemáticas, tanto clínicas como teóricas, que han ido surgiendo a lo largo de la historia de la psiquiatría y el psicoanálisis. Un modo de sintetizar la gran polémica entre autores es plantear si se trata de una estructura en sí misma, un estado, o un episodio dentro de una neurosis o una psicosis. Pero incluso to­mando partido por alguna de estas posturas, surge un nuevo debate en relación a cómo se entiende el con­cepto de estructura o qué estatuto darle a estos estados o episodios. Si bien el primer autor que parece haber utilizado el término limítrofe en la descripción clínica de pacientes fue Hughes en 1984 al referirse a “personas que pasa­ron toda su vida a uno u otro lado de la línea” (citado en Conti y Stagnaro, 2004, p. 271), Matusevich, Ruiz, y Vairo (2010) señalan varios antecedentes del mismo dentro de la psiquiatría clásica: La Locura Histérica de Falret, Prichard y su Locura Moral, Rosse y su cuestiona­miento al límite entre normalidad y enfermedad men­tal, entre otros. Dentro del ámbito del psicoanálisis, Freud ya mostró interés por aquellos pacientes en los que no resultaba sencillo determinar si se trataba de casos de neurosis o de psicosis. En uno de sus primeros textos, afirma que “no es raro que una psicosis de defensa interrumpa episódicamente la trayectoria de una neurosis histérica o mixta” (1894, p. 61). Este punto seguirá siendo una preocupación en sus desarrollos y, en 1924, se pregun­tará por los mecanismos subyacentes a estos casos en sus textos Neurosis y psicosis (1924a) y La pérdida de rea­lidad en la neurosis y la psicosis (1924b). Allí aclara que, tanto en la neurosis como en la psicosis, hay un “afloja­miento del nexo con la realidad” (1924b, p. 191) y, por lo tanto, “el tajante distingo entre neurosis y psicosis debe amenguarse, pues tampoco en la neurosis faltan intentos de sustituir la realidad indeseada por otra más acorde al deseo” (1924b, p. 196). Como ocurre con muchos de los problemas abor­dados por Freud, la verdadera polémica surgió luego de su muerte, frente al creciente número de psicoana­listas que teorizaban sobre sus pacientes, el aumento y variedad de experiencias clínicas que comenzaron a acumularse, así como las diferencias institucionales que empezaron a originarse. Porque si hay un punto que no puede dejarse de lado para un análisis serio sobre la temática es que las diferencias no son nunca solo teóri­co- clínicas, sino que se encuentran atravesadas a su vez por una dimensión política. En la historia del psicoanálisis ha habido numerosos aportes en relación a este tipo de pacientes. Diferentes autores han hecho referencias clínicas o teóricas, ya sea sobre las etapas del desarrollo evolutivo cuya perturba­ción puede dar lugar a este tipo de cuadros, las modali­dades particulares de transferencia con estos pacientes y los posibles objetivos del tratamiento psicoanalítico (cuando el mismo se considera viable). A los fines del presente trabajo serán desarrollados brevemente algu­nos aportes realizados por autores en relación a esta temática. Stern (1938, citado en Conti y Stagnaro, 2004) fue el primero de ellos en realizar una descripción sobre estos “estados limítrofes”, caracterizados por una sen­sibilidad extrema hacia las estímulos interpersonales,   una intolerable vivencia de dolor subjetivo y ansiedad, pudiendo incluso verse afectado el criterio de realidad. Helen Deutsch publica en 1942 un importante artículo sobre lo que ella denomina las “personalidades como sí”. Allí describe pacientes normales en apariencia pero con una actitud extremadamente pasiva y de naturale­za imitativa frente al medio, particular tendencia a la identificación, fácilmente sugestionables; con escasas respuestas afectivas aunque presenten intentos de si­mular una experiencia afectiva, falta de individualidad y carácter. La autora hace hincapié sobre las diferencias entre este tipo de pacientes y las descripciones más clá­sicas de neurosis y psicosis. Los desarrollos de Deutsch han sido retomados y reformulados por numerosos autores. Desde la perspectiva lacaniana, han sido par­ticularmente trabajados en relación al problema de las psicosis no desencadenadas y sus modos de compensa­ción imaginaria (Lacan, 1955-56; Maleval, 1996). En 1968, Grinker publica un análisis estadístico sobre este tipo de pacientes, a partir del cual inten­ta delimitar el ya en ese entonces polémico término Borderline. Lo destaca como un síndrome específico con consistencia interna y estabilidad, pero identifica, a su vez, cuatro subgrupos dentro del mismo. Dentro de un continuum, ubica en los extremos al Borderline psicótico y neurótico y entre éstos a las personalidades como si y al fronterizo central (Matusevich et al., 2010; Gabbard, 2002). Uno de los autores psicoanalíticos que más en pro­fundidad se ha abocado el problema de los pacientes Borderline, tanto en relación al diagnóstico como al tratamiento, ha sido Otto Kernberg. Sus concepto de organización Borderline no remite a un Trastorno de la Personalidad específico, ya que aclara que la misma incluye pacientes con trastornos narcisista, antisocial, paranoide, esquizoide, etc. (Gabbard, 2002). Si bien no descarta el valor clínico de un diagnóstico descriptivo (y realiza una revisión detallada de los síntomas princi­pales), destaca las limitaciones del mismo y hace hin­capié en la importancia del diagnóstico estructural a la hora de pensar el pronóstico y el tratamiento. Kernberg (1987) propone la existencia de tres organizaciones es­tructurales (neurótica, psicótica y límite) que difieren en el grado de integración de la identidad, el tipo de operaciones defensivas que predominan y el juicio de realidad. Kernberg señala a su vez que las modalida­des de funcionamiento pueden variar en un paciente con un diagnóstico determinado. Señala, por ejemplo, que pacientes esquizofrénicos pueden presentar en de­terminados momentos de remisión una organización neurótica o límite de la personalidad. Otro autor que resulta pertinente destacar es Jean Bergeret. Siguiendo su razonamiento, para la gran ma­yoría de los autores es evidente la existencia de pacien­tes con funcionamientos que no responden a los dos grandes marcos estructurales, pero los desacuerdos ra­dican en la posición nosológica que se les debe acordar. Destaca que, en estos casos, de lo que se trata es de una falla en la posibilidad de estructuración, motivo por el cual propone el concepto de una “a-estructura”, la cual podría orientarse en el desarrollo hacia una neurosis o una psicosis. Bergeret (1974), a su vez, hace mucho hincapié en los síntomas depresivos, vinculados al te­mor por la pérdida del objeto, que caracterizan a estos pacientes. Se trata un planteamiento que tiene impor­tantes implicaciones a nivel clínico, particularmente a la hora de pensar el trabajo con adolescentes. Sobre este punto y en relación a la posibilidad de transición entre estructuras sostenida por diferentes autores, Bergeret aclara que su conceptualización “no implica esas tran­siciones sino en el momento de la adolescencia, o en algunos momentos ulteriores que puedan corresponder a retardos de adolescencia” (1974, p. 184). Otro psicoanalista francés que ha trabajado extensa­mente este tema a lo largo de su obra es André Green. Sus trabajos tienen una marcada dimensión clínica y un cuestionamiento constante de las diferentes propues­tas (incluidas las suyas). Considera a los estados límites como el funcionamiento propio de esta época, dada su predominancia, y asegura que “definen el campo psi­coanalítico contemporáneo” (2011). Su concepción al respecto se fue modificando a lo largo de los años, des­de una visión más estructuralista, hacia un cuestiona­miento de las categorías estancas y una complejización de las relaciones y entrecruzamientos que existen entre las mismas (Lanza Castelli, 2016). Según Green (1991), el concepto de caso límite se encuentra, debido a su multiplicidad polimorfa, mal circunscrito. Opta enton­ces por un enfoque clínico en vez de una aproximación psicopatológica, motivo por el cual desarrolla la idea de “estados en los límites de la analizabilidad” para refe­rirse a aquellos “funcionamientos no neuróticos”. Hace hincapié en los afectos, los trastornos del pensamiento, las relaciones de objeto, la destructividad, y el narcisis­mo. Sus desarrollos son complejos, y entran en diálogo con diferentes autores: Freud, Winnicott, Bion, Piera Aulagnier, entre otros. Si bien toma muchos elemen­tos propuestos por Lacan (con quien se formó durante años), asegura que éste “niega o sencillamente ignora la especificidad de los funcionamientos limítrofes” (2011, parr. 5).  

Perspectivas lacanianas

Tal como ocurre con muchos temas, las referencias explícitas al concepto de Borderline no abundan en la obra de Lacan. Esto, sin embargo, no implica que no puedan extraerse diferentes conclusiones sobre el tema a partir de sus teorizaciones. Si hay algo que caracte­rizaba a Lacan era su constante diálogo con diversas disciplinas y autores, dentro de los cuales incluía fre­cuentemente autores psicoanalíticos contemporáneos o previos. No dudaba en marcar sus diferencias, pero demostrando siempre haberse detenido en una lectura precisa de las otras propuestas, algo que parece haber­se perdido actualmente entre sus seguidores. Tal como señala Muñoz (2011), si Lacan “adoptó esa postura de respeto y cuidado por sus colegas es porque entendió que había un núcleo de verdad en sus desarrollos en torno de los llamados núcleos psicóticos de la personalidad o casos fronterizos” (p. 48). A esto, además, se le su­man varios desarrollos o propuestas realizadas poste­riormente por autores que parten de la enseñanza de Lacan. Lacan utiliza el término Borderline una única vez como categoría clínica, en el Seminario 10 (1962-1963), para referirse al caso del Hombre de los Lobos. El tér­mino fue llamativamente eliminado de la versión oficial de dicho seminario (Soria, 2016). En dicho seminario, también trabaja algunos casos presentados como bor­derlines por la psicoanalista Margaret Little, a quienes Lacan, en cambio, entiende como estructuras psicó­ticas. Destaca, a su vez, la importancia de diferenciar estructura psicótica y psicosis clínica o sintomática. Ya había señalado este punto en otras oportunidades, por ejemplo en el Seminario 3 (1955-56), cuando realiza la tan citada aclaración: “nada se asemeja tanto a una sin­tomatología neurótica como una sintomatología pre-psicótica” (p. 273). Muñoz (2010a) destaca que, desde la perspectiva la­caniana, las estructuras planteadas por Freud “no in­tersectan y no son combinables” (p. 350), motivo por el cual no puede hablarse de desencadenamientos o núcleos psicóticos dentro de una estructura neurótica. A su vez, el autor argentino (2009) aclara que tampoco se hace uso del concepto de Borderline: los casos ha­bitualmente incluidos por otros autores en esta catego­ría son entendidos como neuróticos desestabilizados y con un grado importante de desorganización o como pacientes psicóticos que logran mantenerse estables en situaciones frente a las cuales otros se desestabiliza­rían. Llama a su vez la atención sobre la proliferación de trabajos sobre psicosis no tan evidentes y que pue­den pasar desapercibidas, lo cual contrasta con la poca producción en relación a los casos inversos, aquellos que por su presentación parecen claros casos de psico­sis pero el tratamiento demuestra luego que se trataba de una neurosis (Muñoz, 2011). Aclara, sin embargo, que, en la actualidad, la extensión de nuevos concep­tos como el de “psicosis ordinaria” vuelve a plantear el problema de las fronteras entre estructuras, al punto de “configurar una nueva categoría border pero de orienta­ción lacaniana” (Muñoz, 2010a, p. 350).

Locura

Dada la posición de los autores lacanianos con res­pecto al concepto de Borderline, el término “locura” resulta útil (e incluso necesario) a la hora de describir y teorizar sobre aquellos casos complejos en lo que hace al diagnóstico estructural. El mismo permite nombrar ciertos fenómenos o episodios que fácilmente pueden confundirse con una psicosis pero que se presentan en el marco de una neurosis (Muñoz, 2009). Se trata así de establecer una clara diferencia entre el fenómeno y la estructura: la locura atraviesa y puede ser articulada a las tres estructuras: psicosis, neurosis y perversión (Mu­ñoz, 2010b). Dicha articulación entre neurosis y locura ha sido tra­bajada por diferentes autores lacanianos, con diversas propuestas conceptuales que intentan dar cuenta de los mecanismos en juego. Jean-Claude Maleval es uno de los autores que, además de haber sido quien reintrodu­jo el debate, más ha trabajado este tema en diferentes momentos y con distintas elaboraciones al respecto. Sus desarrollos sobre el mecanismo de forclusión in­tentan ubicarlo en relación a la neurosis y la psicosis, llegando a postular la idea de “forclusión restringida”, que se diferencia de la forclusión del Nombre-del-Pa­dre (en tanto significante fundamental) propia de las psicosis. De este modo, siguiendo las ideas de Maleval, de lo que se trata en las locuras histéricas es de “una forclusión parcial sobre un significante que no acarrea la perturbación del conjunto del lenguaje para un suje­to” (Muñoz, 2009, p. 128). Otro autor que realiza un desarrollo similar es Juan David Nasio, al postular la idea de “forclusión local o parcial”, la cual tampoco recae sobre el significan­te del Nombre-del-Padre. Este autor critica la idea de una única realidad psíquica, planteando la existencia de multiplicidad de espacios psíquicos, independientes y coexistentes. Se trata así de “realidades locales”, algu­nas producidas por represión y otras por forclusión (Nasio, 1987, 2001). Otra propuesta que cabe destacar por su precisión conceptual e interés clínico son los desarrollos de Jean-Jacques Rassial (1999). A diferencia de la mayoría, este psicoanalista de orientación lacaniana no descarta el término Borderline, al cual le otorga la categoría de esta­do. Según este autor, se trata de un diagnóstico que des­cribe con gran claridad al sujeto moderno, que escapa de las descripciones semiológicas clásicas y dogmas psi­copatológicos. Sus descripciones parten de los últimos desarrollos de Lacan (principalmente en relación al sinthome y los modos de anudamiento de la estructura), en diálogo con ideas de André Green y con una pers­pectiva que hace mucho hincapié en la dimensión social y cultural: “el estado límite es ante todo una respuesta adecuada a esa incertidumbre de los puntos de refe­rencia característica del lazo social contemporáneo” (p. 27). Al entenderlo justamente como estado y no como estructura, se pregunta sobre la temporalidad y el cam­bio, así como por las condiciones que pueden dar lugar a una detención en este estado. En este punto, realiza a su vez un paralelismo entre la idea de estado límite y la adolescencia, en tanto operación psíquica fundamental y testimonio ejemplar de la civilización.  

Psicosis ordinarias

La posición de Lacan frente a la problemática de las estructuras varía a lo largo de su obra, ya que la misma se articula conceptualmente con otros desarrollos teóri­cos también reformulados. En un principio, el plantea­miento respondía a una lógica más lineal y asociada a un “todo o nada” (Fernández, 2009, p. 181). Más hacia el final de su obra, se puede ubicar lo que algunos autores han denominado como una “segunda clínica lacaniana” (Fernández, 2009, p. 181), continuista, más elástica, que permitiría reconocer matices diferenciales, en términos de anudamientos y desanudamientos de la estructura. Esto, a su vez, ha dado lugar a una línea de desarrollos teóricos que se centra más en las diferentes manifes­taciones clínicas, en la posibilidad de trazar una lógica detrás de ciertos “casos raros” donde tanto las manifes­taciones clínicas como el desarrollo de las mismas no responden a un modelo clásico. Belucci (2013) destaca que “lo que la última enseñanza de Lacan aporta es, entre otras cosas, la idea de que hay distintos modos en los que la estructura se anuda y desanuda y distintos soportes que le permiten al sujeto hacer con su condi­ción estructural”. Siguiendo esta perspectiva, algunos autores (Miller et al., 2003) proponen en el marco de una línea de inves­tigación el término “psicosis ordinaria” (aludiendo así a psicosis compensadas, no desencadenadas, en análi­sis, en terapia, medicadas, etc.) como un modo de dar cuenta de una variedad de casos clínicos y sus posi­bilidades de tratamiento. La propuesta de las psicosis ordinarias dio lugar a importantes debates dentro del ámbito lacaniano, ya que parecía ser una respuesta inte­resante para todos aquellos casos “difíciles de ubicar” en los términos más clásicos. Sin embargo, comenzó a observarse una extensión excesiva del término aplica­ble a todo aquello que no era fácilmente identificable, justamente una de las críticas dirigidas más frecuente­mente al concepto de estructura u organización bor­derline (y en otro ámbito, también a los Trastornos de la Personalidad). Estos autores señalan como operativo para la direc­ción de la cura la posibilidad de ubicar el desenganche de un sujeto en relación al otro, lo cual hace referencia, retroactivamente, al elemento que hacía de enganche, dirigiendo así el tratamiento a un posible reenganche. Proponen, a su vez, la idea de “neodesencadenamien­to”, como un intento de actualización del más clásico concepto de desencadenamiento (vinculado muchas veces a las formas más típicas), aludiendo a su vez a un aggiornamiento de la elaboración teórica de la clínica. La idea de neodesencadenamiento no solo remite al des­encadenamiento psicótico, sino que también interroga el modo en que el sujeto se desengancha del lazo social. Plantean la idea del desenganche asociado a una clíni­ca del funcionamiento, partiendo de la base de que no toda psicosis implica un desencadenamiento irreversi­ble al estilo de Schreber. Señalan que en muchos casos el mismo puede ser discreto o incluso difícil de localizar. En relación a estas formas de presentación, también destacan que “el trabajo delirante es un work in progress que puede durar toda una vida” (Miller et al., 2003, p. 73), con sus diferentes avatares. Laurent (2007) señala que, en las psicosis extraordinarias, solían encontrarse trastornos del comportamiento masivos, pero que estas presentaciones se modificaban frente al desarrollo de la psicofarmacología y ciertos deslizamientos sociocultu­rales. En los casos agrupados como ordinarios, se trata más bien de rarezas, estilos particulares de vida, inven­ciones, fenómenos difíciles de asignar. Laurent aclara que se trata de un campo que debe ser clínicamente explorado, pero manteniendo la distinción de neurosis y psicosis como polos fundamentales. Según Miller (2008), es una categoría más epistémica que objetiva, abierta a discusión, que surgió, en prin­cipio, frente a la necesidad de replantear la rigidez de una clínica binaria (neurosis o psicosis). Señala, a su vez, que se trata de una clínica delicada, orientada por peque­ños detalles o en términos de intensidad. Partiendo de una referencia de Lacan (1957-58), quien habla de “un desorden provocado en la juntura más íntima del senti­miento de la vida en el sujeto” (p. 540), Miller destaca la idea de desorden, diferenciándolo del término trastorno y lo ubica en relación a una triple externalidad. Por un lado, en cuanto a la identificación social, pue­de tratarse de una relación negativa (marcado por la di­ficultad en asumir alguna función o rol social, priman­do la desconexión o el desamparo) o positiva (cuando se evidencia una identificación demasiado intensa). También se observa un desorden en relación al cuer­po, donde el sujeto necesita crear lazos artificiales para reapropiarse de un cuerpo que se descompone (como podrían ser los piercings o tatuajes). Como último re­gistro, Miller (2008) ubica la externalidad subjetiva. En este punto señala como propio de las psicosis ordina­rias una experiencia de vacío o vacuidad, que, a diferen­cia de lo que ocurre en las neurosis, resulta indialectiza­ble. Junto a estos indicios, Miller también destaca como frecuente cierta identificación a un lugar de “desecho”, que no es de carácter simbólico, y que se evidencia, por ejemplo, en descuidos de la propia persona que pueden llegar a ser muy graves. Si bien Miller (2008), en su aclaración entre desorden y trastorno, intenta distinguir claramente su propuesta de las descripciones psiquiátricas y las conceptualiza­ciones de otros autores psicoanalíticos, resulta inevita­ble el paralelismo entre sus ideas y los “sentimientos de vacío” o la “difusión de la identidad”, entre otros. Gustavo Dessal (2008) ubica en las psicosis ordina­rias, además de las particularidades del desencadena­miento, una fenomenología muy variada, que puede acercarse a un exceso de normalidad o a una carac­teropatía grave, pero en la que nunca falta un núcleo delirante, muchas veces encapsulado. A esto agrega un discurso fabricado que puede funcionar a modo de no­minación, cierta pobreza en relación a la historia perso­nal, con poca implicación subjetiva, y un vínculo social atravesado muchas veces por componentes agresivos o de desconfianza. Destaca, a su vez, que el término psicosis ordinaria da cuenta de una estructura psicó­tica más extendida de lo que se supuso durante años, algo que, sin embargo, muchos autores de psiquiatría clásica ya parecían haber vislumbrado. En cuanto a las clasificaciones psiquiátricas más actuales concluye lo siguiente: los redactores del DSM han atomizado la psicosis ordinaria en una multiplicidad de síndromes y trastornos de la personalidad. Sin duda, no les falta la experiencia, en el sentido de la observación de un sin­número de fenómenos clínicos. El problema es cómo leerlos, cómo descifrarlos; cuál es el paradigma teórico a partir del cual se ordenan (p. 3).  

Conclusiones

A partir del recorte realizado resulta evidente que la polémica en relación a los pacientes llamados Borderli­ne, remite a un problema mucho más amplio que tiene que ver con el lugar del diagnóstico en psicoanálisis. En relación a esto, pueden ubicarse tres cuestiones cen­trales que surgen a partir del recorrido por diferentes aportes en relación a este tipo de casos.  Por un lado, se evidencia la multiplicidad y am­plia variedad (llegando incluso a puntos de contra­dicción) que existe entre propuestas de autores de orientación psicoanalítica. Incluso cabe aclarar que, en muchos casos, la utilización de un mismo término puede crear la ilusión de que se está hablando de lo mismo, cuando en realidad remiten a concepciones diversas, como también ocurre claramente con el concepto de estructura. Sumado a esto, resulta un excelente exponente de la complejidad y particula­ridades del entrecruzamiento entre el psicoanálisis y la psiquiatría.  Por último, los debates surgidos en relación a este tema demuestran el complejo vínculo que existe entre clínica y teoría y cómo las distintas presentaciones pueden poner en jaque categorías que, en algún momento, pueden ha­berse considerado incuestionables, invitando constante­mente a repensar el modo en que trabajamos y el lugar desde donde lo hacemos. Un análisis más profundo sobre las consecuencias clínicas que se desprenden de las diferencias concep­tuales, si bien arduo y extenso, resultaría sumamente fructífero.  

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