El cambio forma parte de la vida, pero puede ser complejo enfrentarse a él conscientemente. Estas claves te ayudarán a dar el paso que necesitas para cambiar.
Cuando el cambio se avecina o irrumpe, se dispara en el organismo una clara señal de alarma. Mental y culturalmente, el cambio se asocia a esfuerzo, sacrificio, dolor, incertidumbre. La tendencia a evitar el sufrimiento es poderosa y ancestral.
Ante el cambio tememos perder el equilibrio y los cauces que aportan seguridad. En lo particular, nada garantiza el resultado: los beneficios se divisan como mucho a largo plazo.
En momentos de cambio una persona deja de estar lo poco o medianamente bien que estaba para empezar a convivir con la posibilidad de que todo se tuerza. Esa ambigüedad es una fuente de ansiedad.
El miedo al sufrimiento subyace en la tendencia a aferrarse a lo conocido, a que se repitan una y otra vez pautas de comportamiento o de relación que resultan perjudiciales o no aportan bienestar. La infelicidad se antoja entonces más controlable y justifica frases como: "más vale malo conocido que bueno por conocer" o "virgencita, que me quede como estoy".
Pero cuando las estrategias empleadas para enfrentarse a una circunstancia no funcionan de manera reiterada, acaso sea el momento de plantearse nuevas vías.
CÓMO SABER SI SE NECESITA UN CAMBIO
Nadie cambia si no tiene dificultades o se siente insatisfecho. En ocasiones el malestar puede ser difícil de identificar: se tiene cuanto se precisa, todo parece perfecto y, sin embargo, algo falla; conviene tener en cuenta ese sentimiento hasta que llegue a ser revelador.
Puede que algunos allegados expresen que fallamos en algo. Eso no implica que tengan razón, pero es bueno escucharles y pensar en sus palabras. Si el malestar se produce respecto a otras personas, es útil preguntarse: "¿Cómo contribuyo al problema?" y "¿de qué modo podría contribuir a la solución?"
¿Qué se gana con el cambio? Esta pregunta, siendo pertinente, tiene su punto absurdo. Con el cambio se sigue, simplemente, viviendo. Desde un punto de vista más filosófico, si el cambio es inevitable no está en nuestras manos decidir si lo emprendemos o no, puesto que aparecerá de todas formas.
Cierto que en ocasiones el cambio no surge por sí solo: es posible, por ejemplo, decidir mejorar o desarrollar alguna cualidad personal. Pero la evolución no se detiene nunca, no hay nada que no esté en constante cambio.
Tampoco existen los momentos estáticos en la psique; si no se decide nada, se sigue cambiando, tal vez en un sentido no previsto o impelidos por el impulso o por alguna emoción intensa.
Desde el punto de vista psicológico, asumir el reto de enfrentarse al cambio o de emprenderlo de modo consciente otorga la oportunidad de dirigir el proceso, de adaptarse mejor a aquello que acontece, de resolver problemas y dificultades –tanto personales como de relación–, aprender con ello y, por tanto, prepararse mejor para el siguiente desafío.
En sí misma, la experiencia de logro aumenta la propia estima y seguridad y contribuye a fortalecer la personalidad.
Cuando algo funciona, produce cierto bienestar o placer, se tiende de forma natural a la repetición. Con el tiempo, un comportamiento llevado a cabo de forma reiterada se convierte en hábito, conforma una pauta de conducta y, con ella, se alimenta la propensión a seguir actuando igual.
A la vez, el miedo al cambio hace que se siga esperando que aquello que funcionó en el pasado siga valiendo en el presente, por más que la realidad demuestre lo contrario. Todos somos un poco testarudos en este aspecto. Pero llega un momento en que, si algo no funciona, lo más inteligente es explorar una estrategia más eficaz.
Los hábitos son como sendas trazadas en la hierba por el paso diario. Generar un hábito nuevo implica darse cuenta, tomar una decisión firme de cambio y tener la valentía de caminar en otra dirección. Con el tiempo se generará otra senda. El objetivo es que sea más eficaz e inspiradora que la anterior.
LA DIFICULTAD DEL CAMBIO EN PAREJA
Cuando la propia vida se revisa desde la madurez, surge la idea de que hay algo común que no cambia a medida que se crece: el sentido de identidad. Pero quizás esta sensación de continuidad solo es una entelequia mental.
La manera de sentir, de vivir las cosas, de encararse a las circunstancias, de pensar e interpretar lo que sucede es, de hecho, distinta en cada etapa de la vida. Es la necesidad humana de sentido y de estructura la que hace que se reconozcan tendencias, predisposiciones, rasgos de personalidad diferentes y más o menos estables.
Cuando un miembro de la pareja le dice al otro: "¡No cambiarás nunca!", y este responde: "Yo soy así", puede suceder que este manifieste su resistencia al cambio, pero también que simplemente esté queriendo decir: "Por favor, acéptame como soy, ámame por lo que soy".
La necesidad de valoración y de aceptación incondicional es básica en el ser humano y constituye uno de los fundamentos de cualquier relación satisfactoria. Además la aceptación es, paradójicamente, el primer paso imprescindible para el cambio.
A menudo se le atribuye una cualidad a una persona y, con ella, una etiqueta –"desordenada", "nerviosa", "apática", "no colabora en casa"...–. Eso hace que se tiendan a percibir más los detalles, acciones, comentarios o actitudes que avalan la idea previa y que se minimice todo cuanto podría cuestionarla. Es como si se estuviera condicionado por la propia percepción de las cosas.
Este fenómeno es el que explica que sea tan difícil percibir el cambio en el otro o en uno mismo. Solo cuando el cambio es muy importante y se mantiene en el tiempo el resultado se hace más visible. Pero en parejas en conflicto no siempre se tiene la paciencia de esperar.
Y sin embargo, educar la mirada, aprender a reconocer el cambio –por nimio que sea– resulta un potente motivador para quien se esfuerza en cambiar. No hay nada más descorazonador para alguien que estar esforzándose por mejorar una relación y que ese cambio no sea visto, reconocido ni valorado.
La posibilidad de mejora y de adaptación a nuevas circunstancias es inherente al ser humano de cualquiera edad. Se cambia siempre y se puede dirigir el propio cambio de manera consciente, creativa y útil.
SÍ, QUIERO CAMBIAR: ¿CÓMO PASAR A LA ACCIÓN?
Si el proceso de cambio fuese un camino iniciático, la esfinge de la entrada formularía una única pregunta: ¿Deseas seguir lamentándote de tu desgracia o quieres hacer algo para superar los obstáculos y hallar una nueva manera de seguir adelante a pesar del dolor?
Solo para quienes eligen la segunda opción tienen sentido estas líneas:
- Toma de conciencia. Conviene pensar en todas las dificultades que genera aquello que se desea modificar –la conducta, el modo de relacionarse, una cualidad determinada de la personalidad...–. Hay que preguntarse si el esfuerzo merece la pena y reflexionar sobre cómo evolucionaría la propia vida si el cambio no aconteciera.
- Pensar hasta cierto punto. No siempre es cierto que para cambiar hay que llegar a una conclusión definitiva sobre las causas del problema. A veces la mente se pierde en elucubraciones para evitar el cambio.
- Imaginar cómo se sentiría uno si el cambio ya se hubiese producido. ¿En qué cosas concretas habría cambiado la vida, las relaciones, la persona?
- Valorar los pros y los contras del cambio y de cada opción que se plantea; hacerlo con realismo, evaluando no solo los argumentos racionales sino también las emociones asociadas a ellos.
- Generar un deseo genuino e intenso de cambio y visualizarse habiendo cambiado ya.
- Tomar una decisión, formularla de manera clara y asumir el riesgo que conlleva. Cada decisión implica elegir unas opciones y renunciar a otras. Ser consciente de que no se puede tenerlo todo y de que ninguna decisión es perfecta ni definitiva.
- Confiar en la propia capacidad de afrontamiento y de reacción ante los resultados suele ser más útil que soñar con lograr una decisión ideal.
- Comprometerse clara y firmemente con el esfuerzo por perseverar es de gran ayuda. Si el compromiso es público, se genera mucha más fuerza, pues se utiliza la llamada "presión de grupo" en beneficio propio.
- Elaborar un plan de acción. Es preciso recordar que no se trata de un hecho aislado sino de un proceso. Hay que fijar pues objetivos globales, pero también intermedios, a fin de poder saber si se están cumpliendo o no.
- Cambios mínimos. Un buen punto de inicio a la hora de elaborar un plan es pensar qué cosas mínimas se estaría dispuesto a hacer para demostrarse a uno mismo o a los demás que se desea el cambio, que ya se ha empezado a trabajar en él.
- Recapitular. Es útil dedicar un momento cada día para evaluar cómo van las cosas. Hay que observar especialmente los aspectos positivos, distinguir entre lo que está al alcance y lo que no, y utilizar esta información para modificar, si cabe, el plan de acción.
- Los planes de emergencia resultan vitales para los momentos de desánimo. Conviene pensar de antemano en aquello que suele resultar útil para mejorar el estado de ánimo y qué hacer en caso de recaída. ¿A qué personas se puede pedir ayuda?
- La ayuda de los demás. El cambio es posible pero no se produce de forma automática. Conviene mirar hacia dentro con sinceridad, ser consciente de aquello que se desea o se debe cambiar, dirigir el esfuerzo con estrategia y determinación... y colaborar con otros en el empeño, porque nada puede hacerse sin la ayuda de los demás. Si el cambio se pretende en pareja, hay dos preguntas que no pueden faltar: "¿Qué puedo hacer por ti?", "¿Qué me gustaría que hicieras por mí?".
- A todo eso habrá que añadir un aliado especial: la valentía. Porque es ella quien otorga la fuerza para levantarse después de tropezar, avanzar con cierto miedo a cuestas o transitar por el dolor. Ella es quien nos muestra día a día que cada ser humano tiene un enorme potencial, que todos y cada uno de nosotros tenemos mucha más energía y recursos de los que imaginamos. Seamos agradecidos y demos el primer paso.
EL DECÁLOGO PARA SUPERAR EL MIEDO AL CAMBIO
El cambio puede aparecer abrupta e inesperadamente, marcando un trágico antes y después; o ser deseado y planificado. En ambas circunstancias, he aquí unas claves que resultarán útiles para atravesar el dolor, en unos casos, o vivir mejor el proceso, en otros:
- Establecer rutinas diarias aporta la seguridad y la sensación de control que se agradece en momentos de crisis.
- Cuidarse. El cuerpo es la base. Es preciso comer de forma equilibrada, realizar algún tipo de actividad física, lograr un sueño reparador…
- Atender las necesidades propias tanto físicas como emocionales. Hay que desarrollar respeto hacia uno mismo y aprender a expresar lo que se siente o se precisa.
- No aislarse. Siempre hay gente alrededor con quien compartir las dudas, el desconcierto, el dolor y también la esperanza.
- Recordar que si bien no se puede tener control sobre los acontecimientos, sí se puede decidir qué hacer con ellos o a partir de ellos.
- Distinguir entre lo que depende de uno y lo que no. Dedicar los esfuerzos a gestionar y enfrentarse a cuanto está en las propias manos y relajarse respecto a todo lo demás.
- Pensar en otras dificultades que ya se vivieron. Y evocar los recursos que sirvieron para afrontarlas, qué funcionó y qué no. Quizá algunas puedan ser útiles ahora.
- Alimentar la esperanza de que es posible atravesar el dolor y conseguir lo que uno se propone.
- Definir bien el problema, fijar objetivos claros y factibles. Elaborar un plan de acción y seguirlo, a fin de avanzar en la solución cuando la hay o quizá para sentirse menos mal cuando no la hay.
- Si se acumulan varias fuentes de estrés, ir paso a paso, una cosa después de la otra, día a día…
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