Si bien es cierto que el psicoanálisis nació, durante el estudio de la histeria, como un intento de comprender y de curar sus síntomas, muy pronto, y a medida en que se fueron incluyendo otros trastornos, se fue consolidando una cuestión que fue adquiriendo, de manera progresiva, una mayor claridad. El procedimiento no podía ofrecer demasiadas garantías a menos que se dirigiera decididamente, hacia el psicoanálisis del carácter, constituido por el conjunto de hábitos que determinan la forma en que una persona percibe, siente y procede.
Es claro que, mientras que los síntomas perturban al paciente y quiere liberarse de ellos, con el carácter ocurre que, en su mayor parte por lo menos, suele ser lo que se dice "egosintónico". Con esa palabra, no sólo queremos referirnos a que la consciencia no lo registra como algo que molesta, sino también a que forma una parte indistinguible de la propia identidad. Sin embargo, para evitar que los trastornos que aquejen al paciente se perpetúen, o sean sustituidos por otros condicionados por los mismos factores, es necesario que el psicoanálisis incluya los rasgos del carácter, que surgen, una y otra vez, durante el tratamiento y se manifiestan en las transferencias recíprocas.
Un síntoma aparece como algo carente de significado, algo de lo cual procuramos desprendernos. Frente a los rasgos de carácter, en cambio, solemos pensar "yo soy así". Si decimos que ese pensamiento obstruye el progreso y que el psicoanálisis muestra que el carácter se configura de esa manera, y no de otra forma, por motivos definidos que, en principio, pueden ser psicoanalizados como se psicoanalizan los síntomas, enunciamos una afirmación que, inevitablemente, despierta una cierta antipatía.
Así sucede que, cuando se trata de lograr que los síntomas desaparezcan, contamos con la colaboración del paciente, pero cuando procuramos influir para modificar algún rasgo de los que constituyen su carácter, y a pesar de que muchas veces la persona que psicoanalizamos nos dice que ese es su deseo, tropezamos con una resistencia fuerte. Se comprende fácilmente si tenemos en cuenta que, aun en los extremos de la melancolía, uno ama su manera de ser, construida con esfuerzo a lo largo de la vida. Las personas que suelen recurrir a la cirugía estética para obtener unos cambios leves en la forma de su nariz no desean que se les cambie la cara con la que presentan su identidad ante el mundo.
Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo y Psicoterapeuta.
Zaragoza (Zona Centro).
Teléfono: 653 379 269
E-mail: rcordobasanz@gmail.com
Página Web: www.rcordobasanz.es
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