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Paz y Ciencia

miércoles, 8 de julio de 2015

Sobre Castilla del Pino: un psiquiatra para la historia


Es un volumen en el que se hace un repaso exhaustivo de las ideas y los asuntos que más preocupan al célebre psiquiatra: como se trata de la transcripción de unas conversaciones que la autora mantuvo con Castilla del Pino es un libro profundo y liviano a la vez, accesible y reflexivo. No crean que es sencillo confeccionar obras de esta índole.
Es preciso que el autor, en este caso la autora, tenga una cultura vastísima y suficiente contención, que sea un acicate para que el entrevistado abandone sus reparos o su renuencia, para que cuente, para que se sincere y para que detalle con la claridad (la cortesía del filósofo, ya saben), para precise, insisto, los giros de su pensamiento. El volumen de Anna Caballé es, así, es un diálogo con Castilla del Pino del que aprender copiosamente. La impresión que el lector tiene es la de asistir a una conversación en la que la interlocutora sabe extraer de su entrevistado incluso lo que le duele o lo que le daña o lo que por pereza no estaría dispuesto a contar.
De todas las cosas que en sus páginas se dicen –algunas luminosas, algunas discutibles, algunas objetables desde determinados puntos de vista–, hay una que me interesa especialmente, un enfoque que viene muy bien para interpretar ciertos hechos de hoy. El de la mirada, el de los ojos, el de la apariencia y el de la confianza que depositamos en los otros a partir de su aspecto o de su modo de presentarse y de obrar. Lo que leemos no es el juicio clínico de un psiquiatra, ya que este volumen no sería el lugar adecuado para extenderse sobre ello, sino una reflexión cargada de sentido común.
“En otras palabras, ¿en qué fundamos nuestro criterio sobre los demás?”, le pregunta Anna Caballé en un determinado momento. Y Castilla del Pino responde: “Sobre indicios, nada más, porque por definición no caben certezas. Indicios en la fachada con la que se presenta el sujeto, es decir, en el cuerpo; y del cuerpo, la cara sobre todo. Yo distingo entre cara y rostro. La cara se ve, el rostro se lee, porque el rostro es la cara en movimiento (…). Hay que estar atento a esta movilidad (…). Hay que fijarse bien en los ojos, en la mirada. Si quieres retener bien lo fundamental del otro, atiende a sus ojos, fíjate en su mirada. ¿Dónde mira cuando tú le miras? ¿Qué hace con sus ojos cuando se sabe mirado?” No olviden esta reflexión.
Hace unos días, leía en ‘Abc’ las declaraciones de Francisco Duque, psicólogo del Hospital Gregorio Marañón de Madrid. Eran unas palabras que abordaban el angustioso asunto de los presuntos pederastas y violadores de bebés, un asunto odioso, un escándalo que rápidamente queremos olvidar. Los que cometen dichos crímenes, decía Francisco Duque, tienen tres rasgos psicopáticos bien definidos: necesitan satisfacerse inmediatamente, no toleran la frustración y son incapaces de sentir empatía por sus víctimas. “Cuando se descubre a gente de esta calaña”, añadía Duque mostrando suficiente indignación, “casi siempre salen vecinos o conocidos que se hacen cruces (‘pero su parecía un chico muy normal’). Lo más perturbador es que los psicópatas no llevan su condición escrita en la cara”, concluía. ¿Es así?
Fuente: El Periódico, 2005.

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