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Paz y Ciencia

martes, 7 de julio de 2015

Las No-Madres: por Virginia Gawel




“¿Usted tiene hijos?” “No, nunca quise tenerlos”. ¿Qué piensa quien recibe esta respuesta acerca de quien se la dio? Si quien respondió es un hombre, posiblemente no llame demasiado la atención. Es un hombre, y punto: no tiene por qué “sentir la imperiosa llamada de las entrañas” para parir. Pero… ¿y si quien responde es una mujer? No es raro que, socialmente, suceda algo de todo esto que quisiera enumerar:

-Por un lado, que la mujer que enuncia esa respuesta se sienta algo así como en falta, con necesidad de dar alguna explicación de por qué no quiso tener hijos (cual si fuese un contribuyente ante el fisco, dando razones de por qué no pagó sus impuestos). Se sienta, sí, sospechada de algo, acusada, juzgada (sea eso real desde su interlocutor, o no).

-Por otro, no es infrecuente que quien la escucha sienta o bien que está ante una fémina desnaturalizada, o una fanática feminista algo desquiciada, o tal vez una mujer que no ha reconocido que prefiere a alguien de su mismo sexo… Quién sabe. Pero “algo raro hay” en esa mujer que no quiere tener hijos. Mmmmm…

- Otras personas, al recibir esa respuesta, no es raro que piensen o sientan automáticamente algo así como “Pobre, no pudo realizarse”. Si éste es el caso, no es raro que le diga entonces algo que suene a “Bueno, pero al menos tienes hijos del espíritu”, o“Bueno, pero tus escritos (tus cuadros, tus alumnos, tus fotos, tu obra…) son como tus hijos”. (Como si se estuviera anunciando que esa mujer no-madre ha salido al menos favorecida con un “premio consuelo” en vez de tener el premio principal.)

- Hay un cierto porcentaje de personas que, en cambio, inmediatamente tienen esta etiqueta para pegar en la frente de la susodicha: “Ésta sí que tiene la vida fácil: no le toca fregar, correr, afligirse… Tiene todo el tiempo para mirar al techo y limarse las uñas.”Cuando esto es mecánico y meramente prejuicioso, no se considera que la vida de esa mujer puede estar cuajada de otros temas para resolver, otras dificultades, anhelos, prodigios… otras solidaridades por las que correr, amar, afligirse y gozar. Pues, como todo prejuicio, es así de estrecho, escasísimo para una realidad que le excede por los cuatro costados sin que la persona lo advierta.

Claro: el mundo tiene 7.000 millones de habitantes, y hay entre tantos seres todas las circunstancias posibles. Lo que quisiera es dar espacio digno, no-sospechable, no necesitado de consuelo alguno, no merecedor de prejuicios a la minuta a quien, siendo plenamente mujer, íntegramente persona en muchísimos otros roles, ha elegido no ser mamá. Y quiero decir claramente que eso no necesariamente es una “represión del instinto”, no es “debido a un trauma de la infancia”, no es “una autonegación de la plenitud”. Ni siquiera que “no encontró el hombre adecuado con quien tener familia, pobre”. Tampoco necesariamente es que esa mujer sea egoísta, centrada en sí misma, mezquina para el amor… porque eligió no tener hijos. Hay quienes sí, podrán caber en cualquiera de esos casilleros. Pero no estoy hablando de ellas. No. Quiero decir clarito que hay otra posibilidad. Que…

- Hay mujeres que, simplemente, no tienen el anhelo de ser mamá, y son psicológicamente sanas, emocionalmente abiertas y afectuosas, solidarias, emprendedoras, participativas en mejorar el mundo… pero que el tener hijos les resulta tan deseable como lo sería entrenarse para ser astronauta de la NASA. Indiferente a su anhelo, no es una posibilidad perdida o negada, porque la han desestimado como posibilidad para sí mismas.

- Dado que esas mujeres no desean ni desearon tener hijos, no requieren de compasión alguna al respecto, ni son dignas de lástima: no guardan frustración ante esa circunstancia, simplemente porque la eligieron y la siguen eligiendo.

- Sí es posible que esa mujer tenga que lidiar en lo cotidiano con todas estas proyecciones que acabo de enumerar. Y no siempre es fácil. Necesitamos ver cuándo, socialmente, colocamos esas etiquetas desde la ignorancia, sin comprender, por ende, cómo es el mundo interno de esa mujer que toma una opción menos frecuente (y, sin embargo, cada vez más frecuente en nuestra cultura). Es preciso que nos demos cuenta de si algo de esto nos sucede, porque el cambio social sólo viene (ya lo sabemos) si cada uno de nosotros es parte personal de su asunción cotidiana.

- Es preciso comprender que la obra que una mujer sin hijos brinde hacia el mundo no es“un premio consuelo”, un “sustituto” de la familia no constituida, una “sublimación” del instinto materno. Eso que esa mujer realiza no son sus “hijos del espíritu”. Por favor, considérese esto: cuando un hombre sin hijos crea obras hacia el mundo nadie cataloga su quehacer como sustituto, sublimación ni premio consuelo. Es su obra, no sus “hijos del espíritu” (pobre!”). La obra de una mujer hacia el mundo es, así de simple: su obra, lisa y llanamente, como lo es la de un hombre.

Y estemos atentas, queridas mujeres, porque, por formateo cultural, quienes en este caso ejercen esta suerte de inconsciente discriminación que he enumerado, más que los varones suelen ser otras mujeres; sí: no se trata en este caso de etiquetas que el género opuesto coloca en la frente de la fémina no-madre: son las otras féminas que puede que a veces la miren como bicho de otra especie.
Estemos atentas y aprendamos todas de todas: quienes tienen hijos, de las que ejercen su derecho a no tenerlos con tanta naturalidad como ejercen el inhalar y exhalar unas 15 veces por minuto, sin siquiera planteárselo y sin que nadie les pregunte por qué lo hacen.


Y estemos atentas las que hemos elegido no tener hijos así, de modo simple y llano, escuchando nuestro corazón, porque no es difícil, en este tiempo en que la sociedad redefine tantas fronteras, que alguna no-madre (ni nombre hay para esa condición!) crea que es más mujer o más “evolucionada” por no haber cambiado pañales o tenido insomnio tantas noches ante el destino de un hijo (como los millones de madres de todos los tiempos y culturas). Ésa sería otra modalidad de discriminación. No: cada una es valiosa en su lugar, con el destino que ha elegido o que le tocó. Todas necesitamos aprender de todas. Todos de todos. Porque la pandemia más peligrosa no es el ébola ni la gripe aviar: es la ignorancia disfrazada con la ropa de la verdad. El antídoto es esa disposición a aprender. Y el maestro es el otro, si leo los capítulos de sus libros. Que no nos suceda como decía el querido Don Atahualpa Yupanqui: “El alma escribe sus libros, pero ninguno los lee”. Abre tu pecho: quiero leerte. Necesito que me leas, tal como estoy escrita. Así.

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