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Paz y Ciencia

domingo, 27 de abril de 2008

La Niña de los Sueños XXV

Empezaba a dudar de la previsibilidad referente a sus actuaciones en la atalaya. Tenía todos los instrumentos que necesitaba para la gran noche. El antifaz, su flauta, el vestido y las botas de montar. Por alguna extraña razón se había acostumbrada a realizar sus incursiones nocturnas con este atuendo y le proporcionaba seguridad independientemente de la temperatura. Qué frío pasó la última vez y, sin embargo, cuanto abrigo encontró en el muchacho. Tenía el estómago vacío, probablemente ahora esa carencia se hacía más notoria. Decidió resolver el problema, pensando en el muchacho, quien debía luchar con sus apetitos día tras día.
Estaban todos en la cama, se escuchaba sólo un ligero sonido de ultratumba, el ronquido de su padre, aficionado a las pipas y los tabacos exóticos. Se preparó un pequeño plato que devoró con rapidez. Satisfecha y con el tiempo persiguiéndole se preparó. Esta vez decidió salir por la puerta, como las personas normales. Se miró en el espejo y se sorprendió del aspecto cómico que daba su vestido fino lila con las botas de montar a caballo, el contraste le gustaba y le inspiraba alegría y risa. Colocó bien ajustada la flauta en el cinto y partió hacia el muro que debía sortear para alcanzar el camino de piedra blanca. Rumbo al pueblo.

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