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Paz y Ciencia

miércoles, 23 de abril de 2008

La Niña de los Sueños XXIV

Entre papeles. Alguna partitura, libros, esto es, sus propias ensoñaciones Juegos de adulto había oído de los más sesudos alquimistas y alienistas. Seres enigmáticos, de vida errática, resultaban interesantes y otras un tanto traviesos. Aquellos dedicados al orden y el poder, como el Gran Jefe y otros colegas suyos veían con malos ojos los trabajos científicos de esos seres de reputación cuestionada. Ella mantenía cierta amistad con uno de ellos, que resultó ejercer como consejero de la familia, ahora sus visitas eran más esporádicas pero ambos se habían entendido muy bien siempre.
Se asomó a la ventana y le pareció ver a lo lejos, encaramado a la verja, al muchacho del Mundo Aparte. Parecía mover su brazo de un lado a otro,le hacía algún tipo de señal. Menudo lío, musitó la muchacha acongojada y emocionada sutilmente por la extravagancia y el atrevimiento. Se calzó nerviosa los zapatos, eran unos molestos zapatos rígidos, de cuero negro con un resalte en la parte del talón, le recordaban a aquella mujer que vivía cerca del Mercado, la que llamaban la Bruja, siempre rodeada de gatos, con las puertas y ventanas cerradas. Cuenta la leyenda que una vez ella tuvo mucho poder en la región de tal forma que ahora había heredado esa enorme casa, en relación a las que le rodeaban, que bastante hacían con poder dormir apiñados.
Se escurrió bajando las escaleras, presa del miedo sudaba, le latía el corazón muy rápido, tenía como un bolo en la garganta. Tenía que sortear a la Institutriz y poder alcanzar el jardín sin tener que dar explicaciones o pararse al desayuno Real y demás diligencias pertenecientes a su condición y naturaleza.
Corriendo salió de la escalera, atravesó el primer salón donde una enorme mesa reflejaba el color de una enorme araña colgada en el techo. Llegó al umbral de la puerta, en la habitación colindante podía escuchar a su padre con el señor que asesoraba sobre las empresas económicas del gobierno. Se quitó los zapatos y abrió despacito, en un instante infinito, el pomo. Y bien, siguió descalza corriendo... Se perdió entre los árboles y llegó al lugar donde el muchacho, risueño y despreocupado, le esperaba con el antifaz en la cara. Juguetón y alegre por la presencia de su pincesa dio un grito de júbilo y extendió sus brazos sobre la verja en señal de abrazo. La princesa, asustada por lo que estaba sintiendo, se dirigió a él y cerró el abrazo previamente planteado. Se juntaron sus mejillas, momento en que él se separó, le dio la prenda, alimento del enigma y se marchó corriendo tras despedirse con la mano.
La princesa pudo regresar a la habitación siguiendo el camino silencioso que le llevó al encuentro con el muchacho y el rescate del antifaz. Esa mañana fue de una sensación jubilosa, rayando la euforia y la inquietud, un rubor que de no haberlo mantenido en silencio pudiera haber temido como depravado. Sigilosamente pasó el día aprovechando la semana de huelga.

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