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Paz y Ciencia

miércoles, 2 de abril de 2008

La Niña de los Sueños XX

Al día siguiente ella miraba por la ventana, era un día soleado, pero no sabía si hacía frío o calor, no estaba segura de quien era, de que había hecho, practicamente no estaba segura de su continuidad existencial. Dudando, el ruido estorbaba su concentración. Mirar el jardín y a la lejanía el Pueblo le daba cierta sensación de comodidad. Recordaba con cariño su excursión clandestina, estaba con el camisón a mitad de mañana, había decidido no bajar a desayunar, intentando sortear a la Institutriz con un amago de catarro. Pícara ella. Sentada con las piernas dobladas sobre su pecho, agarrada y apoyada por el marco de la majestuosa vidriera que dejaba pasar los rayos de sol y se dejaba atravesar por su simple mirada. Una forma sublime y hermosa de entender que tenía un impedimento, bueno dos. Ella se sentía apresada, constreñida, obligada a llevar una rutina de Palacio asaz sombría. Alguien había visitado el Palacio, era el Conde de la Bahía de Ricort. Por lo que le conocía era un hombre malvado, muy limpio y aseado pero con afán muy particular por las mujeres, llegaba a ser pesado. Era una buena razón para estar enferma, sobre la marcha. Y bien, allí permaneció, replegada observando, en su mundo, suficiente. Un lugar de seguridad y protección, un espacio privado, inexpugnable, repleto de colores, donde todo era posible. De allí pudo sacar una imagen, de repente se sorprendió imaginando una cena con su padre, sus hermanos, la institutriz y el Muchacho del Mundo Aparte. Trazó una sonrisa en su imaginación, sintió un rubor muy excitante y se marcho a escribir, sin pluma ni papel. Se tumbo en la cama boca abajo, con los brazos extendidos y alejada de esa pompa y circunstancia de las estancias inferiores se aislo en el fabuloso mundo hermético de las ideas, como una vez Platón había imaginado La Caverna, ese fantástico lugar donde las cosas son sombras de la realidad. Qué es eso de la realidad, jugueteaba divertida, mientras la seda acariciaba su cara y se pensaba jugando bajo la mesa con el Muchacho, éste llevaba sus pantalones roídos y su camisa con olor a pescado, alrededor opulencia y apariencia. Una viñeta que le hizo disfrazar la nostalgia de querer lo imposible con una pizca de canela, un afrodisiaco natural que parecía estar ligado al Muchacho del Mercado.

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