recibí el Primer Premio Provincial de Juveniles de Ludi (una competición voluntaria, pero obligatoria para jóvenes fascistas italianos – es decir, para cada joven italiano). Expuse detalladamente y con amplia capacidad retórica sobre la temática “¿Debiéramos morir por la gloria de Mussolini y el destino inmortal de Italia?” Mi respuesta era afirmativa. Era un chico listo.
Pasé dos de mis tempranos años entre la SS, fascistas, republicanos y partisanos disparándose unos a los otros, y aprendí a esquivar las balas. Era un buen ejercicio.
En abril de 1945, los partisanos se tomaron Milán. Dos días después llegaron al pequeño pueblo donde vivía. Fue un momento de jolgorio. La plaza principal estaba repleta de gente cantando y ondeando banderas, vitoreando a viva voz por Mimo, el líder partisano del sector. En su pasado, maresciallo de los Carabinieri, Mimo se unió a los seguidores del General Badoglio, sucesor de Mussolini, y perdió una pierna durante uno de los primeros choques contra las fuerzas sobrantes de Mussolini. Mimo se asomó por el balcón del ayuntamiento, pálido, apoyado en su muleta, y con una mano intentó apaciguar a la multitud. Estaba esperando su discurso, ya que toda mi infancia estuvo marcada por los grandes discursos históricos de Mussolini, de los cuales memorizábamos los pasajes más relevantes en la escuela. Silencio. Mimo hablaba en una voz áspera, casi inaudible. Dijo: “Ciudadanos, amigos. Tras tantos dolorosos sacrificios… aquí estamos. Gloria a aquellos que han caído en nombre de la libertad.” Y eso fue todo. Volvió adentro. La multitud gritaba, los partisanos alzaban sus armas y disparaban en son de festejo. Nosotros, los niños, nos apresurábamos en recoger los cartuchos, preciosos artefactos, pero también había aprendido que la libertad de expresión significa libertad de retórica.
Algunos días después vi a los primeros soldados estadounidenses. Eran afroamericanos. El primer yanqui que conocí fue un hombre negro, Joseph, que me introdujo a las maravillas de Lil’ Abner y Dick Tracy. Sus libros de cómic estaban coloreados brillantemente y olían bien.
Uno de los oficiales (el mayor o capitán Muddy) era un invitado en la villa de una familia con dos hijas que eran mis compañeras de escuela. Lo conocí en un jardín en donde algunas mujeres, rodeando al Capitán Muddy, hablaban un francés tentador. El Capitán Muddy también sabía un poco de francés. Así fue mi primera imagen de los liberadores estadounidenses - tras tantas caras pálidas en camisas negras - la de un culto hombre negro en un uniforme verde-amarilloso diciendo: “Oui, merci beaucoup, Madame, moi aussi j’aime le champagne…”. Desafortunadamente no había champaña, pero el Capitán Muddy me dió mi primer chicle de menta Wrigley’s y empecé a masticar todo el día. En la noche ponía el chicle en un vaso de agua, para que estuviera fresco al próximo día.
En mayo oímos que la guerra había acabado. La paz suscitaba en mí una sensación curiosa. Me habían contado que la guerra permanente era una condición normal para un joven italiano. En los próximos meses me enteré de que la Resistencia no era un fenómeno local sino uno esparcido por toda Europa. Aprendí nuevas y emocionantes palabras como réseau, maquis, armée secrète, Rote Kapelle, ghetto de Varsovia. Vi las primeras fotografías del Holocausto, así entendiendo antes el significado que la palabra. Me di cuenta de lo que nos habían liberado.
Hoy en mi país aún hay gente que se pregunta si la Resistencia tuvo algún impacto militar significativo durante el transcurso de la guerra. Para mi generación esta pregunta es irrelevante: entendimos inmediatamente el sentido moral y psicológico de la Resistencia. Para nosotros era recipiente de orgullo el que los europeos no esperáramos pasivamente la liberación. Y para los jóvenes estadounidenses que estaban pagando nuestra libertad restaurada con su propia sangre, saber que detrás de las líneas de fuego había europeos pagando su propia deuda por adelantado era importante.
Hoy en mi país hay algunos que dicen que el mito de la Resistencia era una mentira comunista. Es verdad que los comunistas explotaron la Resistencia como si fuera de su propiedad, ya que jugaron un rol importante en ella; pero yo recuerdo a los partisanos con pañuelos de distintos colores. Pegado a la radio, pasaba mis noches - las ventanas cerradas, la oscuridad haciendo del espacio circundante al equipo un halo luminoso - escuchando los mensajes de la Voz de Londres a los partisanos. Eran crípticos y poéticos al mismo tiempo (El sol siempre sale, Las rosas florecerán) y la mayoría de ellos eran “messaggi per la Franchi.” Alguien me susurró que Franchi era el líder de la más grande red clandestina en el noroeste de Italia, un hombre de coraje legendario. Franchi se convirtió en mi héroe. Franchi (cuyo nombre real era Edgardo Sogno) era un monarquista, tan anti-comunista que tras la guerra se unió a grupos de ultra derecha, y fue acusado de colaborar en un proyecto de golpe de estado reaccionario. ¿A quién le importa? Sogno sigue siendo mi héroe soñado de infancia. La liberación era una tarea común para personas de distintos colores.
Hoy en mi país aún hay algunos que dicen que la Guerra de Liberación fue un periodo trágico de división, y que todo lo que necesitamos es reconciliación nacional. La memoria de esos terribles años tiene que ser reprimida, refoulée, verdrängt. Pero la Verdrängung [represión] causa neurosis. Si la reconciliación significa compasión y respeto por todos aquellos que guerrearon de buena fe, el perdonar no significa olvidar. Incluso puedo admitir que Eichmann creía sinceramente en su misión, pero no puedo decir, “Ok, vuelve y hazlo de nuevo.” Estamos aquí para recordar lo que sucedió y decir solemnemente que “Ellos” no deben hacerlo de nuevo.
Pero, ¿quiénes son Ellos?
Si aún pensamos en los gobiernos totalitarios que rigieron Europa previo a la Segunda Guerra Mundial fácilmente podemos decir que sería difícil que reaparezcan bajo la misma forma en distintas circunstancias históricas. Si el fascismo de Mussolini fuera basado en la idea de un líder carismático, en el corporativismo, en la utopía del Destino Imperial de Roma, en un ímpetu imperialista de conquistar nuevos territorios, en un nacionalismo exacerbado, en un ideal de una nación entera regida en camisas negras, en el rechazo de la democracia parlamentaria, en el antisemitismo, entonces no hallo dificultad alguna en reconocer que hoy la Alleanza Nazionale italiana, nacida de las ascuas del Partido Fascista postguerra, MSI, y ciertamente un partido de derecha, ya no tiene mucho en común con el viejo fascismo. Bajo la misma línea, aunque me preocupan varios de los movimientos de corte Nazi que han surgido aquí y allá en Europa, incluyendo Rusia, yo no creo que el nazismo, en su forma original, esté a punto de reaparecer como un movimiento a escala nacional.
No obstante, aunque los regímenes políticos pueden ser derrocados, y las ideologías criticadas y renegadas, tras un régimen y su ideología siempre hay una manera de pensar y de sentir, un conjunto de hábitos culturales, instintos sombríos e impulsos inasibles. ¿Hay aún otro fantasma rondando Europa (sin mencionar otras partes del mundo)?
Ionesco dijo alguna vez que “sólo las palabras cuentan y el resto es mero parloteo.” Los hábitos lingüísticos son frecuentemente importantes síntomas de sentimientos subyacentes. Entonces se vuelve relevante preguntar por qué no solo la Resistencia sino la Segunda Guerra fue definida alrededor del mundo como una lucha contra el fascismo. Si relees For Whom the Bell Tolls de Hemingway descubrirás que Robert Jordan identifica a sus enemigos en los fascistas, incluso pensando en los falangistas españoles. Y para FDR (Franklin D. Roosevelt), “La victoria del pueblo estadounidense y sus aliados será una victoria ante el fascismo y la muerta mano de despotismo que representa.”
Durante la Segunda Guerra Mundial, los estadounidenses que participaron en la guerra española fueron llamados “antifascistas prematuros” – significando que pelear contra Hitler en los años cuarenta era un deber moral para cada buen estadounidense, pero pelear contra Franco demasiado temprano, en los años treinta, olía agrio porque lo hacían principalmente comunistas y otros izquierdistas… ¿Por qué una expresión como cerdo fascista era utilizada por los radicales estadounidenses para referirse a un policía que no aprobaba sus hábitos de fumar treinta años después? ¿Por qué no decían: cerdo Cagoulard, cerdo falangista, cerdo Quisling, cerdo Nazi?
Mein Kampf es un manifiesto de un programa político completo. El nazismo tenía una teoría del racismo y de la raza Aria como el pueblo elegido, una noción precisa del arte degenerado, entartete Kunst, una filosofía de la voluntad de poder y del Übermensch. El nazismo era decididamente anticristiano y neopagano, mientras que el Diamat de Stalin (la versión oficial del marxismo soviético) era groseramente materialista y ateo. Si con totalitarismo uno se refiere a un régimen que subordina cada acto del individuo al estado y su ideología, entonces tanto el nazismo y el estalinismo eran verdaderos regímenes totalitarios.
El fascismo italiano era ciertamente una dictadura, pero no era totalmente totalitario, no por su levedad sino por la debilidad filosófica de su ideología. Contrario a la opinión común, el fascismo en Italia no tenía una filosofía especial. El artículo sobre fascismo firmado por Mussolini en la Enciclopedia Treccani fue escrito por o inspirado en Giovanni Gentile, pero reflejaba una noción hegeliana tardía del Estado Absoluto y Ético que nunca fue completamente realizado por Mussolini. Mussolini no tenía una filosofía: solo tenía retórica. Era un ateo militante al principio y posteriormente firmó la Convención con la Iglesia y recibió a los obispos que bendijeron los gallardetes fascistas. En sus tempranos años anticlericales, de acuerdo con una leyenda probable, una vez preguntó a Dios, para que probara Su existencia, que lo golpeara en el acto. Luego, Mussolini siempre mencionó el nombre de Dios en sus discursos, y no le molestaba ser llamado el Hombre de la Providencia.
El fascismo italiano fue la primera dictadura de derecha en gobernar un país europeo, y todos los movimientos posteriores hallaron una suerte de arquetipo en el régimen de Mussolini. El fascismo italiano fue el primero en instalar una liturgia militar, un folclor, incluso una forma de vestir - mucho más influyente, con sus camisas negras, que Armani, Benetton o Versace pudieran ser alguna vez. Fue solo en los años treinta que movimientos fascistas surgieron, con Mosley, en Gran Bretaña, y en Letonia, Estonia, Lituania, Polonia, Hungría, Rumania, Bulgaria, Grecia, Yugoslavia, España, Portugal, Noruega e incluso en Sudamérica. Fue el fascismo italiano el que convenció a tantos líderes europeos liberales de que el régimen estaba llevando a cabo interesante reforma social, y que proveía una alternativa livianamente revolucionaria a la amenaza comunista.
No obstante, la prioridad histórica no me parece razón suficiente para explicar por qué la palabra fascismo se tornó sinécdoque, es decir, una palabra que puede ser utilizada para distintos movimientos totalitarios. Esto no es porque el fascismo contenga en sí, por así decirlo en su esencia, todos los elementos que cualquier forma posterior del totalitarismo. Al contrario, el fascismo no tenía esencia. El fascismo era un totalitarismo confuso, un collage de distintas ideas políticas y filosóficas, una colmena de contradicciones. ¿Puede uno concebir un movimiento realmente totalitario que podía combinar la monarquía con la revolución, el Royal Army con la milizia personal de Mussolini, la concesión de privilegios a la Iglesia con educación estatal que ensalza la violencia, el control estatal con el libre mercado? El Partido Fascista nació jactándose de traer un nuevo orden revolucionario, pero fue financiado por los más conservadores de entre los terratenientes que esperaban de esta una contrarrevolución. En sus comienzos, el fascismo era republicano. Aun así sobrevivió por veinte años proclamando su lealtad a la familia real, mientras que el Duce (el indiscutido Líder Máximo) se encontraba codo a codo con el Rey, a quien ofreció el título de Emperador. Pero cuando el Rey despidió a Mussolini en 1943, el partido reapareció a los dos meses, con apoyo alemán, bajo el estándar de una república “social”, reciclando su antiguo guion revolucionario, ahora enriquecido con matices casi Jacobinos.
Existía sólo una arquitectura Nazi y solo un arte Nazi. Si el arquitecto Nazi era Albert Speer, entonces no había espacio para Mies van der Rohe. De forma similar, bajo el mandato de Stalin, si Lamarck estaba en lo correcto entonces no había espacio para Darwin. Ciertamente, en Italia habían arquitectos fascistas, pero cerca de sus pseudo-Coliseos existían muchos edificios nuevos inspirados por el racionalismo moderno de Gropius.
No había un Zhdanov fascista estableciendo una línea estrictamente cultural. En Italia existían dos importantes premios de arte. El Premio Cremona estaba controlado por el fascista fanático y poco cultivado, Roberto Farinacci, quien alentaba el arte como propaganda. (Puedo recordar pinturas con títulos tales como “Escuchando por la radio el Discurso del Duque” o “Estados Mentales Creados por el Fascismo”). El Premio Bergamo era patrocinado por el fascista culto y razonablemente tolerable, Giuseppe Bottai, quien protegía tanto el concepto del arte por el bien del arte y los varios tipos de arte Avant-garde que habían sido tachados como corruptos y cripto-comunistas en Alemania.
El poeta nacional era D’Annunzio, un dandi que en Alemania o en Rusia habría sido enviado al escuadrón de tiro. Fue apuntado como el bardo del régimen por su nacionalismo y el culto que rendía al heroísmo – ambas cosas que eran abundantemente mezcladas con la influencia francesa de la decadencia fin de siècle.
Tomemos el Futurismo. Uno podría pensar que podía haber sido considerado una instancia de entartete Kunst, junto al Expresionismo, el Cubismo y el Surrealismo. Pero los primeros Futuristas italianos eran nacionalistas; simpatizaban de la participación italiana en la Primera Guerra Mundial por razones estéticas; celebraban la velocidad, la violencia y el riesgo, todos elementos que de alguna forma parecían conectar con el culto a la juventud del fascismo. Mientras el fascismo se identificaba a si mismo con el Imperio Romano y descubría traduciones rurales, Marinetti (que proclamó que un auto era más bello que la Victory of Samothrace y quería matar hasta la luz de la luna) fue aún así apuntado como miembro de la Academia Italiana, la cual trataba a la luz de la luna con gran respeto.
Muchos de los futuros partisanos y de los futuros intelectuales del Partido Comunista fueron educados por el GUF, la asociación de estudiantes de la universidad fascista, la cual iba a ser, supuestamente, la cuna de la nueva cultura fascista. Estos clubes se transformaron en una suerte de olla de derretimiento intelectual donde nuevas ideas circulaban sin ningún control real ideológico. Esto no significaba que los hombres del partido fueran tolerantes ante el pensamiento radical, pero algunos pocos tenían el equipamiento intelectual para controlarlo.
Durante esos veinte años, la poesía de Montale y otros escritores asociados al grupo llamado Ermetici era una reacción al estilo bombástico del régimen, permitiéndosele a estos poetas desarrollar su protesta literaria desde lo que era visto como su torre de marfil. El ánimo de los poetas de Ermetici era exactamente lo opuesto al culto fascista del optimismo y el heroísmo. El régimen toleraba el evidente – aunque socialmente imperceptible – disentimiento porque los Fascistas simplemente no le prestaban atención a un lenguaje tan arcano.
Todo esto no quiere decir que el fascismo italiano era tolerante. Gramsci fue enviado a prisión hasta su muerte; los lideres de oposición Giacomo Matteotti y los hermanos Rosselli fueron asesinados; la prensa libre fue abolida, los sindicatos fueron desmantelados y los disidentes políticos fueron confinados a islas remotas. El poder legislativo se transformó en una mera ficción y el poder ejecutivo (que controlaba tanto el judicial como a los medios masivos) directamente pasó nuevas leyes, entre ellas las que llamaban a preservar la raza (el gesto formal de apoyo de los italianos a lo que se transformó en el Holocausto).
La imagen contradictoria que describo no fue el resultado de tolerancia, sino de confusión política e ideológica. Pero era una confusión rígida, una confusión estructurada. El fascismo estaba fuera de lugar filosóficamente, pero emocionalmente estaba firmemente fijado a ciertos cimientos arquetípicos.
Entonces llegamos a mi segundo punto. Sólo existió un Nazismo. No podemos etiquetar el falangismo hiper- católico de Franco como Nazismo, ya que el Nazismo es fundamentalmente pagano, politeístico y anticristiano. Pero el juego fascista es uno que puede jugarse de muchas formas, y el nombre del juego no cambia. La noción de fascismo no es distinta a la noción de Wittfenstein de un juego. Un juego puede ser competitivo como puede no serlo, puede requerir alguna habilidad especial o ninguna, puede involucrar o no finero. Los juegos son distintas actividades que presentan solo algún “parecido familiar”, como lo explicó Wittfenstein. Considere la siguiente secuencia:
1 2 3 4
abc bcd cde def
Supongamos existen una serie de grupos políticos donde el grupo uno se caracteriza por los rasgos abc, el grupo dos por los rasgos bcd, y así. El grupo dos es similar al grupo uno ya que tienen en común dos rasgos; por las mismas razones, el tres es similar al dos y el cuatro al tres. Tenga en cuenta que el tres es también similar al uno (tienen en común el rasgo c). El caso más curioso se presenta en el grupo cuatro, obviamente similar al tres y al dos, pero con ningún rasgo en común con el uno. Sin embargo, debido a la serie ininterrumpida de disminución de similitudes entre uno y cuatro, aún existe, por alguna forma de transitividad ilusoria, un parecido familiar entre el cuatro y el uno.
El término «fascismo» se adapta a todo porque es posible eliminar de un régimen fascista uno o más aspectos, y siempre podremos reconocerlo como fascista. Quítenle al fascismo el imperialismo y obtendrán a Franco o Salazar; quítenle el colonialismo y obtendrán el fascismo balcánico. Añádanle al fascismo italiano un anticapitalismo radical (que nunca fascinó a Mussolini) y obtendrán a Ezra Pound. Añádanle el culto la mitología celta y el misticismo del Grial (completamente ajeno al fascismo oficial) y obtendrán uno de los gurús fascistas más respetados: Julius Evola. A pesar de esta confusión, considero que es posible indicar una lista de características típicas de lo que me gustaría denominar «Ur-Fascismo», o «fascismo eterno». Tales características no pueden quedar encuadradas en un sistema; muchas se contradicen mutuamente, y son típicas de otras formas de despotismo o fanatismo, pero basta con que una de ellas esté presente para hacer coagular una nebulosa fascista.
1. La primera característica de un Ur-Fascismo es el culto de la tradición. El tradicionalismo es más antiguo que el fascismo. No fue típico sólo del pensamiento contrarrevolucionario católico posterior a la Revolución Francesa, sino que nació en la edad helenística tardía como reacción al racionalismo griego clásico. En la cuenca del Mediterráneo, los pueblos de religiones diferentes (aceptadas todas con indulgencia por el Olimpo romano) empezaron a soñar con una revelación recibida en el alba de la historia humana. Esta revelación había permanecido durante mucho tiempo bajo el velo de lenguas ya olvidadas. Estaba encomendada a los jeroglíficos egipcios, a las runas de los celtas, a los textos sagrados, aún desconocidos, de algunas religiones asiáticas.
Esta nueva cultura debía ser sincrética. Sincretismo no es sólo, como apuntan los diccionarios, la combinación de formas diferentes de creencias o prácticas. Una combinación de ese tipo debe tolerar las contradicciones. Todos los mensajes originales conllevan un germen de sabiduría primitivo y, cuando parecen decir cosas diferentes o incompatibles, lo hacen sólo porque todos aluden, alegóricamente, a alguna verdad primitiva.
Como consecuencia, ya no puede haber avance del saber. La verdad ya ha sido anunciada de una vez por todas, y lo único que podemos hacer es seguir interpretando su oscuro mensaje.
Es suficiente mirar la cartilla de cualquier movimiento fascista para encontrar a los principales pensadores tradicionalistas. La gnosis nazi se alimentaba de elementos tradicionalistas, sincretistas, ocultos. La fuente teórica más importante de la nueva derecha italiana, Julius Evola, mezclaba el Santo Grial con los Protocolos de los Ancianos de Zión, la alquimia con el Sacro Imperio Romano y Germánico. El hecho mismo de que, para demostrar su apertura mental, una parte de la derecha italiana haya ampliado recientemente su cartilla juntando a De Maistre, Guénon y Gramsci, es una prueba fehaciente de sincretismo.
Si curiosean en los estantes que en las librerías americanas llevan la indicación New Age, encontrarán incluso a San Agustín, quien, por lo que se, no era fascista. Pero juntar a San Agustín con Stonehenge – eso es un síntoma de Ur-Fascismo.
2. El tradicionalismo implica el rechazo del modernismo. Tanto los fascistas como los nazis adoraban la tecnología, mientras que los pensadores tradicionalistas suelen rechazar la tecnología como negación de los valores espirituales tradicionales. Sin embargo, a pesar de que el nazismo estuviera orgulloso de sus logros industriales, su aplauso a la modernidad era sólo el aspecto superficial de una ideología basada en la Sangre y la Tierra (Blut und Boden). El rechazo del mundo moderno se camuflaba como condena de la forma de vida capitalista, pero concernía principalmente a la repulsión del espíritu del 1789 (y del 1776, obviamente). La Ilustración, la Edad de la Razón, son vistas como el principio de la depravación moderna. En ese sentido, el Ur-Fascismo puede definirse como irracionalismo.
3. El irracionalismo depende también del culto de la acción por la acción. La acción es bella de por sí, por lo tanto, debe actuarse antes de o incluso sin reflexión alguna. Pensar es una forma de castración. Por eso la cultura es sospechosa en la medida en que se la identifica con actitudes críticas. Desde la declaración atribuida a Goebbels ("Cuando oigo la palabra cultura, busco mi pistola") hasta el uso frecuente de expresiones como "intelectuales degenerados", "universidad, guarida de comunistas", la sospecha hacia el mundo intelectual ha sido siempre un síntoma de Ur-Fascismo. El mayor empeño de los intelectuales fascistas oficiales consistía en acusar a la cultura moderna y a la intelligentsia liberal de haber abandonado los valores tradicionales.
4. Ninguna forma de sincretismo puede aceptar el pensamiento crítico. El espíritu crítico opera distinciones, y distinguir es señal de modernidad. En la cultura moderna, la comunidad científica entiende el desacuerdo como instrumento de progreso de los conocimientos. Para el Ur-Fascismo, el desacuerdo es traición.
5. El desacuerdo es, además, un signo de diversidad. El Ur-Fascismo crece y busca el consenso explotando y exacerbando el natural miedo de la diferencia. El primer llamado de un movimiento fascista, o prematuramente fascista, es contra los intrusos. El Ur-Fascismo es, pues, racista por definición.
6. El Ur-Fascismo surge de la frustración individual o social. Por esto es que una de las características típicas de los fascismos históricos ha sido el llamado a las clases medias frustradas, una clase sufriendo por alguna crisis económica o humillación política, asustadas por la presión de los grupos sociales subalternos. En nuestra época, en la que los antiguos "proletarios" se están convirtiendo en pequeña burguesía (y los lumpen son excluídos de la escena política), el fascismo encontrará su público en esta nueva mayoría.
7. A los que carecen de una identidad social cualquiera, el Ur-Fascismo les dice que su único privilegio es el más vulgar de todos, haber nacido en el mismo país. Éste es el origen del nacionalismo. Además, los únicos que pueden ofrecer una identidad a la nación son los enemigos. De esta forma, en la raíz de la psicología Ur-Fascista está la obsesión por el complot, posiblemente uno internacional. Los secuaces deben sentirse asediados. La manera más fácil para hacer que asome un complot es apelar a la xenofobia. Ahora bien, el complot debe surgir también del interior: los judíos suelen ser el mejor objetivo, puesto que presentan la ventaja de estar al mismo tiempo dentro y fuera. En Estados Unidos, el último ejemplo de la obsesión del complot está representado por el libro The New World Order de Pat Robertson, pero, como hemos visto recientemente, hay muchos otros.
8. Los secuaces deben sentirse humillados por la riqueza y la fuerza ostentada por los enemigos. Cuando era niño, me enseñaban que los ingleses eran el pueblo de las cinco comidas: comían más a menudo que los pobres pero sobrios italianos. Los judíos son ricos y se ayudan mutuamente gracias a una red secreta de recíproca asistencia. Los secuaces, con todo, deben estar convencidos de que pueden derrotar a los enemigos. De este modo, gracias a un continuo salto en el foco retórico, los enemigos son simultáneamente demasiado fuertes y demasiado débiles. Los gobiernos fascistas están condenados a perder sus guerras, porque son constitucionalmente incapaces de valorar con objetividad la fuerza del enemigo.
9. Para el Ur-Fascismo no hay lucha por la vida, sino más bien, vida para la lucha. El pacifismo es entonces traficar con el enemigo. Es malo porque la vida es una guerra permanente. Esto, sin embargo, lleva consigo un complejo de Armagedón. Puesto que los enemigos deben ser derrotados, tiene que haber una batalla final, de donde resultará la obtención del movimiento del control del mundo. Una solución final de ese tipo implica una sucesiva era de paz, una Edad de Oro que contradice el principio de la guerra permanente. Ningún líder fascista ha conseguido resolver jamás esta contradicción.
10. El elitismo es un aspecto típico de toda ideología reaccionaria, en cuanto es fundamentalmente aristocrático, y los elitismos aristocráticos y militaristas implican el desprecio por el débil. El Ur-Fascismo sólo puede avocar por un elitismo popular. Cada ciudadano pertenece al mejor pueblo del mundo, los miembros del partido son los ciudadanos mejores, cada ciudadano puede (o debe) convertirse en miembro del partido. Pero no puede haber patricios sin plebeyos. El líder, que sabe perfectamente que su poder no lo ha obtenido por mandato, sino que lo ha conquistado con la fuerza, sabe también que su fuerza se basa en la debilidad de las masas; tan débiles que necesitan y merecen un gobernante. Puesto que el grupo está organizado jerárquicamente (según un modelo militar), todo líder subordinado desprecia a sus subalternos, y cada uno de ellos desprecia a sus inferiores. Todo ello refuerza el sentido de un elitismo de masa.
11. En esta perspectiva, todos están educados para convertirse en un héroe. En todas las mitologías, el «héroe» es un ser excepcional, pero en la ideología Ur-Fascista el heroísmo es la norma. Este culto al heroísmo está vinculado estrechamente con el culto a la muerte. No es una coincidencia que el lema de los falangistas fuera ¡Viva la muerte! En sociedades no fascistas, se le dice al público que la muerte es desagradable, pero que debe encararse con dignidad; a los creyentes se les dice que es una forma dolorosa de alcanzar una felicidad sobrenatural. El héroe Ur-Fascista, en cambio, aspira a la muerte, anunciada como la mejor recompensa de una vida heroica. El héroe Ur-Fascista está impaciente por morir, y en su impaciencia, más a menudo consigue hacer que mueran los demás.
12. Puesto que tanto la guerra permanente como el heroísmo son juegos difíciles de jugar, el Ur-Fascista transfiere su voluntad de poder a cuestiones sexuales. Éste es el origen del machismo (que implica desdén hacia las mujeres y una condena intolerante a costumbres sexuales no-estándar, desde la castidad hasta la homosexualidad). Y puesto que hasta el sexo es un juego difícil de jugar, el héroe Ur-Fascista juega con las armas – transfromándose en un ejercicio fálico ersatz.
13. El Ur-Fascismo se basa en un populismo selectivo, uno populismo cualitativo, uno podría decir. En una democracia, los ciudadanos gozan de derechos individuales, pero el conjunto de los ciudadanos sólo está dotado de un impacto político desde el punto de vista cuantitativo – se siguen las decisiones de la mayoría. Para el Ur-Fascismo, los individuos en cuanto individuos no tienen derechos, y el Pueblo es concebido como una cualidad, una entidad monolítica que expresa la voluntad común. Puesto que ninguna cantidad de seres humanos puede poseer una voluntad común, el líder pretende ser su intérprete. Habiendo perdido el poder de delegar, los ciudadanos no actúan; son llamados sólo para desempeñar el papel de Pueblo. De esta manera, el Pueblo es sólo una ficción teatral. Para poner un buen ejemplo de populismo cualitativo, ya no necesitamos Piazza Venezia o el estadio de Nuremberg. En nuestro futuro se perfila un populismo cualitativo Televisión o Internet, en el que la respuesta emocional de un grupo seleccionado de ciudadanos puede ser presentada o aceptada como la Voz del Pueblo.
En razón de su populismo cualitativo, el Ur-Fascismo debe oponerse a los "podridos" gobiernos parlamentarios. Una de las primeras frases pronunciadas por Mussolini en el parlamento italiano fue "Hubiera podido transformar esta aula sorda y gris en un vivac para mis manípulos" – siendo "manípulos" De hecho, encontró inmediatamente un alojamiento una subdivisión de la tradicional legión romana. De hecho, inmediatamente encontró un hogar mejor para sus manípulos, pero poco después liquidó el parlamento. Cada vez que un político arroja dudas sobre la legitimidad del parlamento porque no representa ya la Voz del Pueblo, podemos percibir olor a Ur-Fascismo.
14. El Ur-Fascismo habla la Neolengua. La Neolengua fue inventada por Orwell en 1984, como lengua oficial del Ingsoc, el socialismo inglés. Pero elementos de Ur-Fascismo son comunes a formas diversas de dictadura. Todos los textos escolares Nazis o Fascistas se basaban en un léxico pobre y en una sintaxis elemental, con la finalidad de limitar los instrumentos para el razonamiento complejo y crítico. Pero debemos estar preparados para identificar otras formas de Neolengua, incluso cuando adoptan la forma inocente de un popular reality-show o programa de conversación.
La mañana del 27 de julio de 1943 me dijeron que, según reportes radiales, el fascismo había colapsado y Mussolini había sido arrestado. Mi madre me mandó a comprar el periódico. Fui al quiosco más cercano y vi que los periódicos estaban, pero los nombres eran diferentes. Además, después de una breve ojeada a los títulos, me di cuenta de que cada periódico decía cosas diferentes. Compré uno al azar y leí un mensaje impreso en la primera página firmado por cinco o seis partidos políticos – entre ellos la Democrazia Cristiana, el Partido Comunista, el Partido Socialista, el Partito dÁzione y el Partido Liberal.
Hasta aquel momento, yo creía que había un solo partido por cada país, y que en Italia ése era el Partito Nazionale Fascista. Estaba descubriendo que en mi país podía haber diferentes partidos al mismo tiempo. Puesto que era un chico listo, me di cuenta enseguida de que era imposible que tantos partidos hubieran surgido de un día para otro y que debían haber existido por un tiempo como organizaciones clandestinas.
El mensaje en la primera página celebraba el final de la dictadura y el regreso de la libertad: libertad de palabra, de prensa, de asociación política. Estas palabras, "libertad", "dictadura" — ahora las leía por primera vez. En virtud de estas nuevas palabras yo había renacido como un hombre libre occidental.
Debemos prestar atención a que el sentido de estas palabras no se vuelva a olvidar. El Ur-Fascismo está aún a nuestro alrededor, a veces con trajes de civil. Sería mucho más fácil para nosotros que alguien se asomara a la escena del mundo y dijera: "Quiero volver a abrir Auschwitz, quiero que las camisas negras vuelvan a desfilar solemnemente por las plazas italianas". La vida no es tan simple. El Ur-Fascismo puede volver todavía con las apariencias más inocentes. Nuestro deber es desenmascararlo y apuntar con el dedo cada una de sus formas nuevas – cada día, en cada parte del mundo. Vale la pena recordar las palabras de Franklin Roosevelt el 4 de noviembre de 1938:
"Me atrevo a afirmar que si la democracia americana deja de progresar como una fuerza viva, intentando mejorar día y noche con medios pacíficos las condiciones de nuestros ciudadanos, la fuerza del fascismo crecerá en nuestras tierras".
Libertad y liberación son una tarea que no acaba nunca. Permítanme que acabe con una poesía de Franco Forfini:
(En el pretil del puente
las cabezas de los ahorcados.
En el agua de la fuente
las babas de los ahorcados.
En el enlosado del mercado
las uñas de los fusilados.
En la hierba seca del prado
los dientes de los fusilados.
Morder el aire, morder las piedras
nuestra carne no es ya de hombres.
Morder el aire morder las piedras
nuestro corazón no es ya de hombres.
Pero nosotros lo leímos en los ojos de los muertos
y en la tierra haremos libertad
pero apretaron los puños de los muertos
la justicia que se hará).
- poema traducido por Stephen Sartarelli
Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo Clínico.
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