El bosque de Vincennes estaba lleno de hojas secas. Había que atravesar sus caminos aquel frío invierno de 1975 para llegar a la Universidad, un moderno edificio de ladrillo oculto por los árboles.
Todavía recuerdo el olor a pachulí del vestíbulo y los pasillos con tenderetes que daban a la Universidad un aire de zoco. La Facultad de Filosofía estaba en el primer piso y allí impartían clase François Chatelet, Alain Badiou, François Lyotard y Gilles Deleuze.
Se me ha quedado grabada también la imagen de Nicos Poulantzas, que daba su curso un piso más abajo, fumando en un pasillo y hablando expresivamente con sus estudiantes. Se suicidó en 1979 al tirarse al vacío desde el último piso de la torre de Montparnasse, abrazado a sus libros. Era una persona afable y simpática.
Fui alumno de todos ellos, pero recuerdo especiamente el curso cuatrimestral de Deleuze sobre el sentido. El aula era grande y destartalada, apenas había sillas y el filósofo se sentaba en una gran mesa, muy cerca de los alumnos. Llegaba a clase con una gabardina y un sombrero de fieltro verde. Esperaba a que se hiciese el silencio y se ponía a hablar con su voz bien timbrada y algo nasal, sin perder su discurso durante casi hora y media.
Deleuze era un personaje socrático que enseñaba mientras pensaba. Hacía preguntas a los alumnos y acostumbraba a refutar sus propios enunciados para luego introducir nuevos argumentos que iluminaban su pensamiento. Era un intelectual que no solamente había profundizado en los clásicos como Platón, Spinoza, Kant, Heidegger y Nietzsche sino que además tenía una sólida formación matemática y científica, que le permitía recurrir a la física para trazar un símil con una idea filosófica.
Recuerdo también que era muy aficionado al cine. Un tarde estuvimos paseando por el bosque mientras él hablaba de 'Ma nuit chez Maud', la película de Eric Rohmer. Deleuze aprovechó la ocasión para reflexionar sobre el tiempo y la noción kantiana de forma a priori.
Todo esto me ha venido a la cabeza al leer el libro 'Michel Foucault y el poder (viajes iniciáticos I)', publicado por Errata Naturae, en el que se recoge un seminario dictado por Gilles Deleuze en Vincennes en el curso 1985-86. El texto es una reflexión sobre la filosofía de Foucault y un homenaje a su amigo, al que conoció en 1952 cuando era profesor de instituto.
Deleuze y Foucault, a pesar de sus polémicas y sus distanciamientos, mantuvieron siempre una admiración mutua. Ambos fueron los promotores de París VIII, la Universidad de Vincennes, fundada en 1968. Como yo pude comprobar durante mi estancia, no había exámenes ni controles académicos, por lo que sus diplomas no eran reconocidos por nadie. Pero eso no le importaba a ninguno de sus entusiastas profesores, entre los que también figuraba la hija de Lacan.
Se decía entonces que unos alumnos bromistas habían matriculado a un caballo y le habían entregado su título con un poco de alfalfa en el patio de Vincennes. Pero seguramente era sólo una leyenda.
La enseñanza en aquel edificio -que, a pesar de su corta vida, se caía a pedazos- era un ejercicio de libertad e inteligencia para el que tuviera el más mínimo interés en implicarse en su impresionante oferta.
Gilles Deleuze impartió apasionantes cursos en Vicennes, donde pasó sus mejores años hasta que decidió quitarse la vida en 1995, debido a sus problemas respiratorios. Pero probablemente ninguno tiene tanto interés como éste sobre la noción de poder en Foucault, en el que entabla un lúcido diálogo con su amigo.
Foucault no quiso definir el poder expresamente en sus obras, pese a que indudablemente es el objeto de la mayoría de sus indagaciones. Y ello porque era consciente de su naturaleza sutil y huidiza -singular dice Deleuze- que impide atraparlo con la Razón universal.
El poder es como una red capilar que atraviesa toda la sociedad y la impregna de forma inconsciente a través de los valores y las instituciones, que siempre expresan relaciones de dominación. Foucault analiza esa penetración del poder en la cárcel, en el manicomio, en la sexualidad y en las escuelas.
Retomando la concepción de su amigo, Deleuze sostiene que el poder es una relación que se propaga como las ondas. Y que hay que analizarlo desde el punto de vista de una micropolítica del deseo, ya que al final se encarna en un conjunto de singularidades individuales.
La noción de poder está indisolublemente ligada a la de saber, por lo que la tarea del filósofo sería desentrañar los mecanismos de perpetuación de la ideología dominante a través del lenguaje y de la educación.
Pero es mejor leer a Deleuze en sus propios términos que intentar desentrañarlo. Era un hombre de extrema curiosidad intelectual, que vivía rodeado de libros y odiaba viajar fuera de París y salir de su apartamento en la avenida Niel. Por el contrario, Foucault era un personaje abierto, que no desdeñaba la oportunida de recorrer el mundo ni de buscar nuevas experiencias personales.
Ambos fueron dos 'maître penseurs', dos gigantes intelectuales cuyas órbitas se cruzaron para iluminar un nuevo rostro de la realidad. Los dos han muerto hace tiempo, pero nos quedan sus libros.
Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo Clínico
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