En nuestro sistema patriarcal, donde el corazón y el amor no se suponen, necesitamos recuperar la espontaniedad y la educación emocional.
VOLVER A LA ESPONTANEIDAD Y LA CREATIVIDAD
Usted aboga por una educación desde el corazón, que tenga en cuenta el ser, el conocimiento de uno mismo. ¿Cómo debería ser una escuela de este tipo?
El énfasis para mí está en la formación de los educadores, no tanto en el tipo de escuela. Tengo la impresión de que si no se formara a los educadores con información e ideas, sino que recibieran una formación emocional, la cosa iría de otra manera.
Eso significa también una formación terapéutica porque, a nivel emocional, los que participamos en la civilización occidental estamos enfermos.
Somos todos víctimas de una misma plaga, la plaga del déficit de amor.
De generación en generación, los niños se ven cortos de “maternaje”, y esto no solo no ha mejorado, sino que ha empeorado con el hecho de que, hoy en día, las madres tienen que ganarse la vida fuera de casa. Son madres cada vez más ausentes y los niños se están poniendo cada vez más rabiosos, más difíciles. Llegan a la escuela más perturbados, y la escuela no se hace cargo de que ese daño emocional es significativo para la vida.
Los niños difíciles se ven como casos terapéuticos que los psicopedagogos pueden tomar en sus manos como si fueran una excepción, y no como una realidad universal.
Si se está educando a los niños para ser trabajadores y entrar en el ciclo consumista, ¿qué cambios son necesarios para transformar esta realidad?
Tendría que haber por parte de los educadores un interés por la felicidad de los educados en lugar de seguir el patrón implícitamente severo que ha tenido la educación hasta el momento. Creer que donde hay problemas es la mano dura la que los va a resolver es un mal social muy generalizado.
Pero cuanto más se criminaliza al mundo para arreglarlo, más criminal se vuelve este. La educación es reflejo de esa misma actitud. Hay muchas mujeres en el magisterio que tienen perfecta capacidad materna, y en su casa la ejercen, pero cambian al ponerse el uniforme del sistema.
Este es un sistema patriarcal: no se supone que haya corazón.
No se supone que la relación humana sea relevante ni que lo sea la relación personal con los estudiantes. Por eso no importa el tipo de escuela; el educador debe tener algo para dar y sentirse con libertad para darlo.
Aprender en la naturaleza de una forma más experimental, fomentar la creatividad... Muchas escuelas alternativas basan su programa en estas ideas.
Estas escuelas están un poco prohibidas. Están muy bien, pero no llegan a la mayoría de la gente. Uno de los temas que más me interesa es cuál es la naturaleza de la resistencia a este tipo de proyectos nuevos si se sabe que funcionan.
¿Son los miembros de un ministerio, individualmente reacios, individualmente cómplices, de que la educación no eduque? ¿Existe la mente sistémica, que hace difícil cambiar el paso? No solo es la educación emocional lo que falla, a mí me interesa mucho el asunto de la libertad, la condición civilizada que ahora se está empezando a poner en tela de juicio.
Hay quienes interpretan la crisis de nuestro tiempo como una crisis de la civilización misma. Es la crisis de una situación en la que somos seres domesticados; nuestra animalidad, nuestra “instintividad”, el órgano básico que tenemos para navegar por la vida, ha sido castrado hace mucho tiempo. Domesticamos a los animales hace miles de años y hemos aprendido a domesticar también a nuestros hijos.
La falta de libertad de ser como uno es nos deshumaniza e interfiere con nuestro animal interior.
A mí me interesa mucho la vuelta a la espontaneidad. El ser humano necesita su creatividad para salir de donde se ha metido, y si no existe la espontaneidad, no hay creatividad.
En cuanto al programa SAT que dirige, ¿cómo se educa a los maestros?
Un elemento es la libertad de la que hablaba antes, la espontaneidad, el ser uno mismo. El atreverse y confiar en lo natural, en los impulsos. Otro elemento son las emociones. Hay emociones inferiores y emociones superiores. Las inferiores son lo que los cristianos llamaban pasiones, los pecados. Hoy se les llama necesidades neuróticas.
Pero más allá de las neurosis está el amor, y a eso hay que llamarlo por su nombre. Todavía está prohibido hablar de amor en el mundo burocrático y académico. En el SAT hablo de competencias existenciales, las que se requieren para ser un ser humano. Entre esas competencias están la solidaridad, el sentido de los ideales, los valores...
Hemos hablado de educar para la libertad, de educar para el amor. ¿Y para la sabiduría?
Hoy en día no se sabe lo que es la sabiduría. Tanto domina el saber que poco tiene que ver con la sabiduría. La sabiduría pasa por la paz y el desapego. Pasa por valores que no están vivos en la cultura.
La gente se vuelve sabia pese a sí misma por las pérdidas, por los golpes, porque la vida le enseña, pero son pocas las personas que se vuelven sabias por una disciplina, como en las culturas espirituales orientales. Hoy en día no tenemos una escuela de sabiduría occidental.
Yo creo que lo que llamamos educación debería volverse más coherente con los principios de la sabiduría.
Un ser humano inteligente y con corazón se torna sabio cuando conecta con su esencia, con su espiritualidad y con su misión.
Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo Zaragoza
Psicoterapeuta. Psicólogo Clínico.
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