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Paz y Ciencia

jueves, 6 de octubre de 2016

Radar Psicopático



En 2003, Reid Meloy, profesor de psiquiatría de la facultad de Medicina de la Universidad de San Diego en California llevó en el miraba la otra cara de la moneda de la ecuación del pañuelo escarlata. Desde luego, los psicópatas tradicionales "hoyo en uno" pueden tener una cierta reputación de saber detectar la vulnerabilidad. Pero también son conocidos por dar dentera. La práctica clínica y la vida diaria están repletas de frases de aquellos que se han encontrado con esos depredadores sociales despiadados, sentencias misteriosas y viscerales como "se me pusieron los pelos de punta" o "me puso la carne de gallina". ¿Pero significa algo realmente todo eso?, ¿Llevan bien el escrutinio nuestros instintos? ¿Se nos da tan bien reconocer a los psicópatas como a ellos se les da reconocernos a nosotros?

Para averiguarlo, Meloy preguntó a 450 profesionales de la justicia criminal y la salud mental si habían experimentado alguna vez esas reacciones físicas cuando entrevistaban a un sujeto psicopático, criminales violentos con todos los registros de la mesa de sonido al máximo.

Los resultados no dejan nada a la imaginación. Tres cuartas partes de ellos decían que sí, y las mujeres informaban de una incidencia del fenómeno mucho mayor que los hombres (84 por ciento, comparado con el 71 por ciento) y los clínicos con nivel de máster o licenciado informaban o licenciado informaban de una mayor incidencia que los de nivel doctoral, o, en el otro lado de la escala profesional, los agentes de policía (84 por ciento, 78 por ciento y 61 por ciento, respectivamente). Entre los ejemplos estaban: "me sentía como si me quisiera comer", "asco... repulsión... fascinación", y una "esencia maligna me atravesó".

Pero ¿qué es lo que notamos, exactamente?
Para responder a esta pregunta, Meloy retrocede en el tiempo, hasta la prehistoria y los dictados sombríos y espectrales de la evolución humana. Hay numerosas teorías de cómo pudo desarrollarse por primera vez la psicopatía. Pero una cuestión general en el gran esquema etiológico de las cosas es desde qué perspectiva ontológica deberíamos contemplarlo en la realidad: ¿desde un punto de vista clínico, como trastorno de personalidad? ¿O desde un punto de vista de la teoría del juego, como apuesta biológica legítima: una estrategia de la historia vital, que confería significativas ventajas reproductivas en el entorno primigenio, ancestral?

Kent Bailey, profesor emérito de psicología clínica en la Universidad Commonwealth de Viriginia, argumenta en favor de esta última, y adelanta la teoría de que la violenta competencia entre grupos ancestrales próximos y dentro de ellos fue el precursor evolutivo primario de la psicopatía (o como él lo expresa, el "guerrero halcón").
"Se requeriría cierto grado de violencia depredatoria", indica Bailey, "para el proceso de buscar y matar a la hora de cazar animales", y un contingente de élite de "guerreros halcones" presumiblemente habría resultado muy útil no solo como medio de rastrear y matar la pieza, sino también como defensa ya preparada para repeler intrusiones no deseadas de contingentes similares de otros grupos vecinos [...]

Si los depredadores mostraban empatía, y en algunos casos incluso una empatía reforzada, ¿cómo podían ser psicópatas? Si hay algo en lo que coincide la mayoría de la gente es que los psicópatas exhiben una marcada ausencia de sentimientos, una singular carencia de comprensión de los demás.
La neurociencia cognitiva viene a asistirnos. Con un poco de ayuda de una cierta filosofía moral malévola.

Kevin Dutton: "La Sabiduría de los Psicópatas. Todo lo que los asesinos en serie pueden enseñarnos sobre la vida". Ariel.

Es imprescindible decir que, en el principio del texto, el autor, en una revelación conmovedora por su autenticidad, explica que "mi padre era un psicópata". El resultado es que él padece "ansiedad crónica", por el clima de presión, insensatez, mentiras, manipulaciones, negligencias, ataques a la autoestima, provocar sentimientos de culpa, esto es, factores que un niño no puede asimilar ni entender. Bloqueando la maduración emocional, entorpeciéndola, poniéndole trabas y abrumando, al, ir dándose cuenta que su padre no tenía alma. De hecho, cuenta que cuando le cuidaban en su casa por el Parkinson del padre, siguió teniendo conductas psicopáticas que registró la cuidadora con letra temblorosa. Es un libro excelente, su prosa es fácil de leer y su contenido estremecedor y, a la vez,  muy atractivo. Un libro muy especial de criminología,, casi, para todos los públicos. Un enffoque muy original. Rodrigo Córdoba Sanz. Experto en Trastornos de Personalidad. Ayuda a las víctimas de maltrato.


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