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Paz y Ciencia

viernes, 10 de abril de 2009

El Conejo Blanco


Conozco un buen señor, un Conejo Blanco. Siempre mirando el reloj, el tiempo le persigue y anda de un lado a otro con prisas procurándose alimento de forma que desaparece entre un humo ninja. De un lado a otro aparece junto a su amada Alicia, libre interpretación del cuento de Lewis Carroll. Ellos caminan entre nubes de algodón y pompas de jabón buscando un territorio mágico, como el que les envuelve día tras día. Rodeados de un ambiente plástico sempiterno siguen caminos que convergen y divergen, mentes creativas unidas que juntas recorren las galerías de arte de Europa y EEUU. Desde el Moma hasta el Prado, desde su casa hasta el hogar de los ágapes.
Quizá poco comprendidos en esta especie de absurdo nonsense, el hecho de llamarte Marimar y ser presentado por tu pareja como Alicia es un poco raro pero es bello y universal el hecho de compartir un imaginario privado en la pareja con un código especial, unos tiempos particulares y unas coordenadas propias. Se trata por tanto de un espacio transicional- ecotono donde lo creado es fruto de la unión de dos mundos internos, y del producto de compartir un mundo externo, creando objetos transicionales que representen el estado psíquico de esos objetos internos que se ven ligados. El simbolismo de lo vincular transformador, trasladado a modular a efectos el propio espacio vincular, se trataría de una obra de arte a modo de interfaz compartida, donde cada sujeto inscrito pudiera imprimir matices a la relación intra y extramuros. Esta es la dinámica que me gusta pensar, que nos gusta pensar, una actividad autopoiética, creadora y productiva donde Marimar es Alicia y Pedro el Conejo Blanco.
Me despido desde la madriguera en una excursión en días de abstinencia y piedad.

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