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Paz y Ciencia

martes, 6 de mayo de 2008

La Niña de los Sueños XXVII

Tras ese prolongado abrazo la muchacha se armó de coraje, su corazón, motor de tan vehemente pasión, rugía, sus pies temblaban, su cara tomaba un color rosáceo. Salió entre la maleza y subió a la atalaya escuchando vitores de los congregados. No sabía lo que iba a pasar pero eso era lo que ella quería hacer, era libre. Tenía una piedra en la mano, la podía arrojar o no, pero si dejaba la piedra ya no podría elegir.
Una vez en lo alto los jinetes se dirigieron hacia la fortificación, el pueblo no les dejaba pasar, ella realizó una breve pero muy sentida interpretación y así se fue dejando llevar. Cuando vio que el pueblo estaba resistiendo por demasiado tiempo el miedo le invitó a abandonar ese lugar. Por una vez se había atrevido a decir en voz alta lo que quería, había elegido, la libertad conlleva siempre una pérdida, la del bastón del otro.
Y así, resuelta y desenfadada salió corriendo, los caballeros salieron en su busca, el muchacho se encargó de indicarles que había marchado en sentido contrario, en definitiva, quién iba a sospechar de ese "insignificante" ser anodino. El pueblo jaleaba extasiado, iluminado por comprobar que alguien podía plantar cara a lo que vivían como injusticia. Fueron momentos de arte, catarsis, liberación y, más tarde, en el descanso del pueblo, de un sueño reparador y por una vez iluminado.

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