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Paz y Ciencia
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martes, 27 de diciembre de 2016

Objetos Transicionales



Un objeto es llamado transicional en la medida en que marca un pasaje de un estado donde unido a la madre, fusionado con ella, a un estado donde, habiéndola reconocido como algo distinto de sí, puede relacionarse con ella.
Cuando el niño satisface sus pulsiones orales llevando a la boca los dedos, el pulgar, más adelante se apega mucho a un objeto como una muñeca o un osito.
Explica Winnicott :
"introduje las expresiones de objetos transicionales, que designan el área intermedia de experiencia situada entre el pulgar y el oso de peluche, entre el erotismo oral y la verdadera relación con el objeto, entre la actividad creativa primaria y la proyección de lo que ha sido introyectado, entre la ignorancia primaria de la deuda y su reconocimiento... Partiendo de esta definición, los gorjeos del recién nacido, la manera en que el niño más grande retoma en el momento de dormirse su repertorio de canciones y melodías, todos esos comportamientos intervienen en el área intermedia en tanto fenómenos de transición. Lo mismo va para la utilización de objetos que no forman parte del cuerpo del lactante, aunque él no reconozca todavía como partes de una realidad exterior".
El objeto o la actividad elegidas tienen una función protectora frente a la angustia depresiva. Esto es reconocido implícitamente por los padres que "cuidarán de llevarlo a todas partes, incluso de viaje. La madre aceptará que se ha puesto sucio o tiene mal olor, pero no lo tocará ya que sabe que lavándolo provocaría una ruptura en la continuidad de la experiencia del bebé, fractura que podría destruir la significación y el valor del objeto para el niño".
Hay rasgos constantes en la relación del pasaje de la primera experiencia del bebé en cuanto a la ilusión y la sustitución por el objeto transicional.
- El niño pequeño se arroga derechos sobre el objeto y le autorizamos esa toma de posesión. No obstante, de entrada se presenta cierta anulación de la omnipotencia.
- El objeto es acariciado afectuosamente, pero también amado con excitación y mutilado.
- El objeto nunca debe cambiar, a menos que sea el niño quien lo cambie.
- Debe sobrevivir al amor instintivo, al odio y, si tal es el caso,  a la agresividad pura.
- Sin embargo, el niño necesita que el objeto comunique cierto calor, que sea capaz de movimiento, que tenga cierta consistencia y haga alguna cosa que testimonie una vitalidad o realidad propias.
- Desde nuestro punto de vista, el objeto viene de afuera, pero no es así para el bebé. Para él, tampoco viene de adentro, no es una alucinación.
La dificultad estriba en la naturaleza paradójica del objeto transicional: no viene del el exterior ni del interior, su lugar es esa zona intermedia entre el yo y el no-yo, entre el niño y su madre, entre lo subjetivo y lo objetivo, entre el interior y el exterior.
Donald Woods Winnicott
Claude Geets
Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo y Psicoterapeuta

sábado, 16 de agosto de 2014

Función del analista (lacaniano)

Estar en el lugar del objeto a es la función del analista. Lugar dominado por el simulante. Incomprensible para algunos, demasiado conocida para otros. Todas las consideraciones del objeto a terminan o deberían terminar por aclarar no la esencia de un concepto sino las condiciones en que se desarrolla un análisis, en particular aquellas relativas al analista.
Remito la función del analista al objeto a habiendo afirmado antes que esa función revela al Otro.

miércoles, 18 de junio de 2014

La "agresividad" del bebé según Winnicott


La agresividad

Winnicott considera a la agresión desde una perspectiva diferente a como se la definía en las grandes teorías psicoanalíticas de su época. Para Freud (1979 [1920]) a partir de su última teoría de las pulsiones, la agresión se vincula a la pulsión de muerte, innata, dirigida al exterior y al otro o contra sí mismo como autoagresión. Winnicott no acepta que exista el instinto de muerte innato ni lo equipara al sadismo como un impulso con finalidad destructiva. Postula en cambio a la agresión como una fuerza que es manifestación de vitalidad y la desvincula del concepto de frustración; aclara además que no debe confundirse con el enojo, al que considera agresión reactiva y que se origina a causa de una respuesta adversa del ambiente; una intrusión que reprime tempranamente la agresividad-motilidad del niño.
Para Winnicott el odio no es una emoción inicial en el bebé, sino que aparece muy tardíamente e implica poder reconocer al enemigo como otro. El odio se puede considerar como tal cuando hay un yo lo suficientemente integrado como para responsabilizarse de la intención agresiva, lo que se pone en evidencia en las patologías que incluyen problemas de autoestima, en las que se hace manifiesta la dificultad de sentir odio a pesar de la dimensión del daño recibido.
La agresividad, para Winnicott, constituye una fuerza vital, un potencial que trae el niño al nacer y que podrá expresarse si el entorno lo facilita, sosteniéndolo adecuadamente. Cuando esto no sucede el niño reaccionará con sumisión, teniendo dificultad para defenderse, o con una agresividad destructiva y antisocial.
Relacionando el apetito con el desarrollo emocional, Winnicott plantea que la avidez es la forma primitiva del amor asociada con la agresión, es decir que inicialmente existe una sola pulsión de amor-lucha, en la que el amor temprano contiene esta agresión-motilidad (Winnicott, 1986 [1939]).
En la consulta pediátrica Winnicott (1981 [1941]) se dedicó a observar la actitud de los bebés de cinco a trece meses de edad frente a un baja lenguas que él tenía sobre el escritorio. Concluyó que la vacilación para apoderarse del objeto indicaba el grado de autorización o inhibición de la avidez que le había permitido su madre, es decir, hasta qué punto ella pudo aceptar o rechazar los impulsos agresivos del niño. Esta agresividad primaria adquiere diversos nombres para el autor: "avidez", "amor o apetito primario", "amor oral" y en todos los casos se refiere a un concepto ligado a la motilidad, a la actividad y no a la intención de daño.
En el inicio el bebé no se diferencia de la madre, es el periodo de dependencia absoluta donde el encuentro con el objeto está signado por la omnipotencia que le hace creer que él ha creado al objeto; esto configura lo que para Winnicott es el área de ilusión, y al objeto así constituido lo llama objeto subjetivo. Progresivamente se presentan momentos en que esta ilusión vacila dando lugar a los fenómenos transicionales, en los que el niño no forma parte de la madre pero aún no está separado de ella.
El bebé de pocas semanas de vida se prende al pecho violentamente, pero sin intención de daño; esta conducta puede ser mal interpretada por la madre como un ataque y dependiendo de la forma como ella reaccione, será el destino que tomará la agresión. Cuando el ambiente reprime esta primitiva agresividad puede dar lugar a serios problemas en el desarrollo del sujeto.
Winnicott considera que el primer conflicto importante que debe enfrentar el infante se da entre tener una experiencia de expresar la propia movilidad o agresión primaria, o tener que utilizar ésta para reaccionar a irrupciones, choques o ataques del ambiente al punto de quedar privado de sentir sus experiencias como propias. A esta última agresividad Winnicott la llama agresividad por reacción o reactiva, para diferenciarla de la agresión primaria no intencional.
En la siguiente fase de integración, o fase de inquietud, el pequeño siente angustia por el temor de perder a su madre a causa de haberla dañado, pero esa angustia se contiene con la confianza en que podrá repararla y se convierte en el sentimiento de culpa. La presencia confiable de la madre, por el hecho de seguir viva y accesible, permite que la culpa permanezca en estado potencial y adquiera la forma de "preocupación por el otro", lo que implica asumir la responsabilidad por sus impulsos instintivos.
Para que el objeto pueda ser aceptado como independiente del niño y adquiera la cualidad de externo debe sobrevivir a su agresión. Al respecto Winnicott (2009 [1968]) considera que los intentos fallidos del niño por destruir al objeto son los que le permiten acceder a la realidad. Es decir que la agresividad, aunque suene paradójico, tiene como metas positivas llevar al reconocimiento del otro como tal, aceptando su diferencia, y favorecer el sentimiento de responsabilidad, amor y cuidado por el otro, así como permitir el desarrollo de la creatividad.
Cuando la madre no es lo suficientemente confiable porque toma distancia del bebé en esta fase de inquietud, él sentirá que la destruyó, lo que disminuirá las posibilidades de repararla. Al respecto Winnicott afirma que: "Si la destrucción es excesiva e inmanejable, es posible lograr muy poca reparación... Todo lo que le queda al niño por hacer es negar la paternidad de las fantasías malas o bien dramatizarlas" (Winnicott, 1986 [1939]: 177).
En este sentido Winnicott se refiere a que el niño inhiba su agresividad aún en la fantasía, o bien que la lleve a la acción agrediendo al otro.
La supervivencia del objeto implica la certeza de que su amor será constante, lo que permite al niño tolerar la ambivalencia, conocer el potencial de su propia agresión y contenerla en la fantasía; esto determinará la posibilidad de desarrollar su potencial creativo libremente.
La postura de Winnicott respecto al origen de los impulsos agresivos y sus destinos se opone a lo que sostenían otras corrientes del campo psicoanalítico, para las que el problema que planteaba la agresión era cómo controlarla, canalizarla o sublimarla. Incluso Freud (1979 [1930]) sostenía que uno de los sufrimientos del ser humano consistía en aceptar los límites que la cultura le imponía en relación a las pulsiones del Ello.
Para Winnicott, el verdadero problema no es la expresión de la agresividad, sino su temprana represión, que transforma el positivo impulso agresivo primario, necesario para el ulterior reconocimiento del otro, en agresión reactiva. El autor dice: "...si la sociedad está en peligro no es a causa de la agresividad del hombre, sino de la represión de la agresividad individual" (Winnicott, 1981 [1950-1955]: 281).
Cuando el ambiente promueve una represión prematura de la motilidad agresiva, o lo que es lo mismo, del impulsoamor-lucha, el resultado puede ser la depresión grave, en la que también la intensidad del amor resultará disminuida.
En los primeros momentos de fusión con el ambiente, en el que el bebé crea omnipotentemente al objeto, es importante que la madre se preste a la fusión; si en cambio la interrumpe reiteradamente dará lugar a que se produzca una agresividad reactiva como defensa. Este prematuro choque del ambiente puede afectar en el niño la capacidad de explorar en el ámbito del conocimiento y traer como consecuencia problemas de aprendizaje. Esto significa que la agresión primaria, que está al servicio de la vida, el conocimiento y la creatividad se ve impedida, obturándose así la relación con el objeto de conocimiento, lo que dificulta su aprehensión. La energía que tiene que implementar el niño para acceder al aprendizaje se agota al ser utilizada en la agresión reactiva.
Actualmente podemos pensar la hiperactividad de algunos niños como resultado de que su ambiente no facilitó el desarrollo de su motilidad primitiva, que se expresa entonces como una descarga de ansiedad que no lleva en sí misma una intención de daño, pero que puede implicarlo como consecuencia de cierta torpeza motora que ocasiona perjuicio en el otro.
A partir de nuestra experiencia hemos observado que cuando los padres tratan de satisfacer todos los deseos de sus hijos impiden que se exprese esa motilidad-agresividad tan necesaria para su desarrollo. De hecho sabemos que la famosa edad de los berrinches, entre los dos y tres años, sirve para que el niño exprese, con su oposicionismo, su incipiente identidad, diferenciándose de los demás. Del mismo modo, la rebeldía del adolescente puede estar al servicio de la reafirmación de su nueva identidad.
En investigaciones que hemos realizado acerca de la violencia entre niños en la escuela primaria, pudimos observar la agresión reactiva en el niño al que se califica de violento, quien seguramente se habituó a reaccionar agresivamente frente a un ataque sufrido en las primeras épocas de su desarrollo. En la escuela, primer lugar de socialización fuera del hogar, es donde se evidencia la agresión inmotivada y compulsiva de algunos infantes que responden violentamente aunque no medie ningún estímulo real para ello, como producto de vivenciar al mundo como un peligroso agresor. El origen de esta conducta puede radicar también en la mala relación entre los padres, de modo que el niño incorpora este modelo de violencia y luego lo actúa por identificación con ellos.
Winnicott considera que la agresión reactiva también puede manifestarse de maneras menos evidentes. La relación de maltrato entre padres que se agreden con frecuencia puede llevar a que el hijo incorpore este modelo de vínculo y emplee toda su energía psíquica en tratar de controlar esta experiencia en su interior, lo que trae como consecuencia una serie de síntomas que pueden oscilar entre el cansancio, la falta de energía, la depresión e incluso malestares somáticos (Winnicott, 1981 [1950-1955]).
Winnicott agrega que cuando se interrumpe la expresión de la agresión en el niño, el medio se vuelve persecutorio para él y puede formarse un patrón reactivo de adaptación con violencia encubierta y vuelta contra sí mismo, llevando a conductas autoagresivas que pueden variar en una escala que va desde los accidentes reiterados hasta los intentos suicidas, como un esfuerzo por controlar o eliminar lo que se vive como malo en su interior.
Los sucesos violentos en ambientes escolares en la actualidad nos han hecho reflexionar que esta agresión encubierta y silenciada a la que se refiere Winnicott puede tener otro destino y llegar a un momento en que no puede contenerse, expresándose en estallidos homicidas.
Si bien las manifestaciones exacerbadas de violencia resultan impactantes, es necesario reflexionar sobre aquellas interacciones cotidianas de los infantes en las que se confunde el juego con la violencia, porque responden a dos formas diferentes de interactuar con el otro que dejarán su huella en los vínculos futuros; estas interacciones podrán estar marcadas por la construcción creativa o por el sometimiento, la devaluación y el daño.
Una de las características de la actividad lúdica es que proporciona placer al niño, sin embargo, cuando la ansiedad entra en juego deja de ser una actividad placentera. Juego y creatividad están indisolublemente unidos: incluso en la adultez podemos rastrear en el trabajo placentero o la obra de arte, la marca que dejó un juego logrado. Por eso mismo no podemos hablar de juego cuando la intención es el daño al otro considerado como objeto a eliminar; en estos casos se trata de una puesta en acto de la agresión reactiva, que no pudo limitarse a la fantasía y que incluso bloqueó la capacidad de simbolización.
En la teoría de Winnicott son ponderadas las funciones que desempeña la madre, sin embargo, en un texto dedicado a las relaciones entre el niño y la familia destaca la importancia del padre (Winnicott, 1989 [1957]). Allí menciona la necesidad del padre de apoyar a la madre para que ella se sienta cómoda en el desempeño de su rol, y destaca que el padre es quien pone límites a la agresividad del niño hacia su madre.
Cuando el autor se refiere a la tendencia antisocial en los niños vuelve a mencionar la importancia del padre:
Cuando el niño roba fuera de su hogar, también busca a su madre, pero ahora con mayor sentimiento de frustración, y con la necesidad cada vez mayor de encontrar, al mismo tiempo, la autoridad paterna que ponga un límite al efecto concreto de su conducta impulsiva... (Winnicott, 1986 [1939]: 188).

sábado, 3 de mayo de 2014

Espacio potencial

Suponemos aquí que la tarea de la aceptación de la realidad nunca está completamente acabada, que ningún ser humano está libre de la tensión de relacionar la realidad interna con la realidad externa y que el alivio de esta tensión es provisto por el área intermedia de experiencia que no es desafiada (arte, religión, etc.). Esta área intermedia está en continuidad directa con el área de juego del niño pequeño quien se encuentra totalmente perdido en el jugar. Winnicott, 1971

viernes, 30 de agosto de 2013

Objeto Transicional



Es habitual que los bebés sientan especial cariño por un objeto en particular al que se encuentran muy aferrados. Es el llamado objeto transicional, también conocido como objeto de consuelo u objeto de apego.
Puede ser un muñeco, un peluche, un osito, una mantita, un camisón, una almohadita, una sábana, un cojín, un chupete, etc. Generalmente, es un objeto de textura suave, lo que nos recuerda la teoría de la madre suave, que habla de la necesidad innata de las crías de apegarse a un objeto suave para sentirse protegidos.
El objeto transicional se vuelve tan importante en la vida del pequeño que le acompaña durante la mayor parte del día, lo busca cuando necesita consuelo y se vuelve imprescindible a la hora de dormir. Es algo que le brinda seguridad. Representa el apego que el bebé siente con sus padres y le ayuda a controlar la ansiedad de la separación, etapa en la que el bebé comienza a experimentar que es un ser independiente a su madre.

miércoles, 30 de mayo de 2012

Alfredo Painceira continúa con Winnicott




[...] Agregando: "Me parece que el juego recíproco entre la originalidad y la aceptación de la tradición como base para la inventiva es un ejemplo más y muy incitante, del que se desarrolla entre la separación y la unión". Winnicott.
Esta última frase tiene un contenido análogo al que expone Paul Ricoeur, unos años antes, cuando destaca que pertenencia y distanciación son dos actitudes complementarias que se articulan en la vida de la sociedad, la pertenencia asgura la identidad, y se apoya en lo ya establecido, en lo que el autor denomina ideología, ya que a cambios politicos y sociales se refiere, y la distanciación nos permite recogernos en nuestro interior para proponer cambios que cada generación aporta y se relaciona con la utopía. En un sentido algo diferente, Ortega y Gasset, en El hombre y la gente, nos habla de dos actitudes que se articulan en la vida del hombre, ensimismamiento y alteración, y en un nivel diferente, que es introducción a la psicopatología, Minkowski nos habla de dos principios que deben articularse en su funcionamiento, la sintonía, que denomina contacto vital con la realidad, que nos conecta con el ambiente y nos hace vibrar con sus cambios, y el ímpetu personal, que lleva al hombre a recogerse en sí mismo, para salir y poner su sello personal en la realidad circundante.
Diferencia e identidad: es bueno señalar al respecto Minkowski, en El tiempo vivido, nos dice que la creación que surgía del ímpetu personal debía volver a insertarse en la realidad para que tuviera un sentido ese sello personal que pongo en ella; de lo contrario, si hubiese una "pérdida del contacto vital con la realidad", el aporte no sería tal sino un gesto extravagante que se perdería.
No hace falta decir que, al hacer estas comparaciones, mi intención es ampliar el horizonte que la obra de Winnicott nos abre en otras direcciones y recalcar la importancia del planteo de determinados problemas y recalcar la importancia del planteo de determinados problemas en la época en que a Winnicott le tocó ser creador sobre la base de la tradición y cómo hay un grupo de autores afines que hicieron posible sus desarrollos, y que se oponían a otros pensadores que basaban la violencia de sus propuestas en la idea de poder efectuar "una creación ex-nihilo".
Pienso en los equívocos del sentido que se ha dado a las palabras "hombre nuevo", que un sentido se refiere a una conversión interior, a un cambio interior, y que, en la dialéctica revolucionaria de estos últimos años, era algo así como una manufactura, una elaboración violenta, en la cual un grupo se arrogaba el derecho de hacer al hombre de acuerdo con sus designios.
Esto nos introduce en un nuevo nivel de problemas, los inherentes a la zona transicional, en que lo subjetivo, incomunicable en forma directa, y la realidad compartida, confluyen, esa zona en que yo hago mía esa realidad al mirarla desde mi punto de vista personal e intransferible, e interpretarla, otorgarle un sentido; en esa zona intermedia, radicarán nuestros valores, nuestras creencias, en ella estamos cuando escuchamos un concierto que nos conmueve, o miramos un paisaje o contemplamos a un hijo, o tenemos una experiencia profunda.
Pero esta zona tiene un origen muy modesto, para la visión del adulto, y enormemente importante desde el punto de vista del niño.
Finaliza la posición depresiva, y el sujeto debe enfrentar el doble problema de la separación de la madre y de, superando las ansiedades de separación concomitantes, proseguir creativamente con su propia vida... En un momento dado, estando el chico dispuesto a crear un objeto que necesitará como primer símbolo del objeto materno interno, que le sirva para conjurar sus ansiedades depresivas en pleno apogeo, cruza un objeto adecuado por su horizonte; de todos los que cruzan con uno, se va a dar el milagro del encuentro, el bebé está creando un objeto y este objeto aparece en su horizonte... Su origen nunca será cuestionado.
El objeto en sí, en su consistencia material, no significa nada, es un osito, es una frazada, etc: pero para el bebé que "lo creó al hallarlo", paradoja que debe ser respetada es un objeto especialísimo, en su creación expresa su creatividad, y sobre él aplicará un nuevo tipo de omnipotencia, la omipotencia por manipulación... Podrá hacer con su creación lo que quiera...
Es el bebé el que otorga un significado específico a ese objeto material, uno entre múltiples juguetes, y le da por ende, el carácter de objeto transicional, como el poeta, que no inventa las palabras que halla y, utilizando su capacidad "poética", crea a partir de su utilización metafórica, simbólica, nuevos significados y esencialmente una poesía...
También en ella el sujeto puede o no sentirse creador, y esa poesía es suya, aunque será, como nos recuerda el personaje de la película Il Postino, también de quien la haga suya...
En un último artículo de 1968 ("El jugar y la cultura"), nos da un ejemplo para pensar, cuando se refiere a Dios.
Parte de la pregunta "¿Hay un Dios?". Y se responde refiriéndose primero al mecanismo psicológico mediante el cual hipotéticamente "ponemos a Dios", para concluir con una apertura hacia una trascendencia que la ciencia psicológica no puede alcanzar y donde la respuesta a la pregunta siempre es, además de personal, apertura y no cierre.
"Por más que Dios sea una proyección, ¿No habrá un Dios que me creó de tal modo que yo tengo en mí el material para dicha proyección?
Desde el punto de vista etiológico -si se me permite usar una palabra que normalmente se refiere a las enfermedades -la paradoja debe ser aceptada, no resuelta.
Lo importante para mí debe ser esto: ¿Hay algo en mí que me lleve a tener la idea de Dios?... pues de lo contrario, la idea de Dios carece para mí de valor (excepto como superstición)".
Hago extensiva esta afirmación a todos los valores y creencias imaginables que radican en el mundo personal del hombre, recinto frente al cual la crítica, el adoctrinamiento, la necesidad de dominio, la curiosidad malsana deben deternerse.
Quisiera por último hacer una reflexión acerca de nuestro papel en esta cultura de la intromisión, del chisme, de la frivolidad, tan bien definida en un programa televisivo "de opinión", en que se llegó a decir con regocijo "el que cree que existe hoy una vida personal y una vida privada está loco".
Me pregunto, partiendo de las inquietudes que siempre alentó Winnicott, ¿cuánto de "esta locura personalizante" necesitaremos para rescatar al hombre?

lunes, 22 de marzo de 2010

El caballo como objeto transicional en el autismo

El autismo es un trastorno que empieza en los primeros meses del infante. Causa problemas de socialización, estereotipias, manierismos, comportamientos obsesivos, trastornos en la comunicación y una aparente frialdad afectiva que congela los ánimos de los padres, quienes sufren mucho al ver la distancia emocional generada entre el niño y ellos mismos.
Existen diversos tipos de autismo, diversos grados, en un alto porcentaje existe algún índice de retraso mental. Son personas que popularmente son conocidas por tener a veces grandes capacidades frente a mermas en otras muchas áreas de su vida.
"Sueño de una noche de invierno" o "Rainman" son algunas de las películas que tratan de este trastorno que se diagnostica a veces más tarde de lo ideal. Con un buen tratamiento psicosocial, ayuda en las facetas sociales y una forma de explorar el mundo con un estímulo que atraiga la atención se puede tener una relativa funcionalidad.
Es de destacar el severo sufrimiento de estas personas a medida que crecen, que se ven raros, en otra frecuencia de onda, con unas vibraciones muy distintas a la media de la población y su comportamiento característico que puede diferir mucho de una a otra persona interfiere en el establecimiento de lazos fuertes. Un animal puede ser el objeto transicional que les conecte con la realidad y les haga despertar, recordemos que un objeto transicional se valora por su uso, es un objeto yo-no yo, que enlaza la fantasía del infante con la realidad. El espacio potencial para winnicott es: "Para designar la zona intermedia de experiencia entre el pulgar y el osito, entre el erotismo oral y la verdadera relación de objeto, entre la creatividad primaria y la proyección de lo que se ha introyectado, entre el desconocimiento primario de la deuda" (con el mundo exterior) "y el reconocimiento de ésta" (Winnicott, 1971). Dice Winnicott: "La tarea de aceptación de la realidad nunca queda terminada". "Ningún ser humano se encuentra libre de la tensión de vincular, la realidad interna con la externa. El alivio de dicha tensión lo proporciona una zona intermedia de experiencia que no es objeto de ataques (las artes, la religión, etc.)". Hay que entender la paradoja de que no es algo interno ni externo, está en un espacio intermedio.
De manera que esta experiencia, en la óptica de Winnicott, nunca termina. Para el autor "en un estado de buena salud el objeto transicional no entra (al aparato psíquico) ni es forzoso que el sentimiento relacionado con él sea reprimido. No se lo olvida ni se lo llora. Pierde significación, y ello porque los fenómenos transicionales se han vuelto difusos, se han extendido a todo el territorio intermedio entre la realidad psíquica interna y el mundo exterior tal como lo perciben dos personas en común, es decir, a todo el campo cultural (...) En este punto mi tema se amplia, y abarca el del juego, el de la creación y apreciación artísticas, el de los sentimientos religiosos, y el de los sueños..." (Winnicott, 1971).
El caballo es un puente entre la realidad interna del infante y la realidad empírica, gradualmente puede pasar de la omnipotencia del pensamiento y esa cáscara que le aisla del exterior a desarrollar una membrana más permeable.