No te tumbes en el diván, como habría propuesto Freud.
No montes la escena psicodramática y sus personajes, como habría recomendado J. L. Moreno.
No te serenes ni cierres los ojos ni pares la mente, como habría insistido un maestro de Zen.
“¡Siéntate en la silla eléctrica, en el filo de la vida y de la muerte!”, habría exigido Fritz Perls.
Ahí, además de un escenario para las subpersonalidades internas en discusión, además de una invitación al viaje regresivo, además de un espacio imaginario para ensayar el futuro, además de una cita ineludible con el espejo que te desangra o te cauteriza, además de todo esto, esta silla es el lugar del vacío.
Te invita a la nada, a dejar el falso ser, a desaparecer para reencontrarse en otro ámbito. Dentro de la tradición jasídica, el rabí Nachman de Breslau (Wroclaw, Polonia) decía hace más de dos siglos: “es posible que la silla esté vacía, aún estando ocupada, porque la persona sentada se siente vacía”. El maestro invitaba a una actitud de presencia que devolviera la experiencia de ser, de forma que cuando uno se siente en la silla sea un “mensch”, es decir, una persona completa en vez de deshabitada. Esta es la vivencia puntual de ser uno mismo, que el acto creativo invoca y persigue cada vez que se actualiza ante la hoja en blanco, el lienzo o la pantalla.
La silla de Perls sigue siendo un lugar privilegiado de conciencia. Aprovechémoslo.
Paco Peñarrubia
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