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Paz y Ciencia

jueves, 9 de septiembre de 2010

De la palabra, su silencio. Daniel Ripesi

De la palabra, su silencio
Por Daniel Ripesi

Es probablemente por el silencio que habita todo decir humano, y en el análisis de esa tensa relación que se establece entre el silencio y la palabra, que se autoriza un estudio psicoanalítico (y ya no lingüístico) de toda estructura discursiva.

Pintura: Kenneth Kemble





Winnicott plantea que la comunicación sonora se inicia cuando la comunicación silenciosa falla[1]. Podemos vincular esta ocurrencia con otra, esta vez de un notable pensador francés, M. Ponty. Este último autor plantea que la palabra busca expresar un sentido que el silencio anhela pero que nunca puede alcanzar del todo…
La primera impresión que nos causan estas dos reflexiones nos puede llevar a engaño, podrían sugerir que la palabra se alza en los límites del silencio, como una evidencia de su fracaso. La palabra señalaría –según esta perspectiva- la incapacidad del silencio para ilustrar a otros los propios pensamientos.
Esto puede ser –sólo- parcialmente cierto: la palabra, la que se destina a otro ser humano y que verdaderamente pretende decir algo, no puede aspirar –para tal empresa- a “derrotar” o “superar” al silencio, si ese fuera el caso estaríamos condenados a no poder cerrar nunca la boca. En un sentido, no hay nada más elocuente, nada más expresivo, que ciertos silencios…
Por otra parte, también es cierto que, cuando finalmente se ha optado por comenzar a hablar, siempre hay algo más que decir, algo más que agregar a lo ya dicho, sin embargo esto no evidencia una “insuficiencia” de la palabra. Lo que sucede es que siempre se impone un retorno al silencio, a un silencio desde donde relanzar, una y otra vez, al discurso parlante. Parecería que la palabra retoma allí sus bríos o su esperanza de expresar cabalmente, para volver, entonces, al “ruedo parlante”. La relación palabra-silencio es, ciertamente, bastante compleja, su análisis hace diferencia con la lingüística y le permite al psicoanálisis algunas reflexiones.
Sin duda no hay enemistad, por lo menos no en la salud, entre el silencio y la palabra. Quizás ayude señalar que el silencio no se reduce a un mero “no-decir” ni la virtud de la palabra proferida se agota en lo que aparentemente hace audible y “comunica”. Cuando alguien “calla” una palabra, lo que simplemente logra es hacer oír al silencio en su versión más descarnada, cuando se “rompe” el silencio con palabras estridentes, se hace retornar al silencio por sus grietas. En la enfermedad psíquica, palabra y silencio están disociados y en rebeldía.
No hay que confundir al silencio con el mutismo ni a la palabra con el ejercicio estéril del parloteo. La virtud de la palabra –si se la toma como una heredera privilegiada de lo que Winnicott llamó “objeto transicional”-, no busca negar o subsanar al silencio, sino prolongarlo, recuperarlo, y -sobre todo-, decirlo de algún modo (y para ello debe incorporarlo al decir).
La capacidad de dialogar con otros sería la de poder compartir con éstos -a partir de las palabras- cierto silencio primordial que se subtiende en el discurso, solo así se soportan las disidencias y se puede jugar con las diferencias. La significación de un discurso se juega en una transicionalidad que oscila entre la sonoridad de la palabra y su reposo absoluto en el silencio. Habita siempre un silencio en la palabra y un decir en el silencio. Cuando esta tensión es bien soportada por el aparato psíquico se pueden considerar (clínicamente) las diversas articulaciones significantes del deseo que se inscribe en el habla, sólo después
Para Winnicott son los cuidados maternos los esencialmente responsables de que el aparato psíquico del bebé inscriba un silencio primordial cuyo destino no será devenir hostil a la palabra sino, por el contrario, ser el punto de apoyo de todo futuro decir que tenga vocación de diálogo. Silencio confiable para sostener a las palabras.
El silencio que se hereda de los cuidados maternos se hace elemento nutritivo de toda posible elocuencia en un futuro parlante. Si Lacan llegó a decir que lo que un bebé chupa del pecho de la madre son “significantes” habrá que decir que esta posibilidad depende de chupar de la teta –en un primer momento- un silencio primordial. La madre deviene -en la estructuración del aparato psíquico del bebé- metáfora de ese silencio primordial (cualidad esencial de su quehacer). Este silencio se trasmite en el hacer materno durante el período de dependencia absoluta del infans.
¿Por qué invocar un silencio primordial en los cuidados maternos? La madre habla a su bebé todo el tiempo, le canta, lo reta con indulgencia, le festeja cada gesto, lo nombra, en fin, le dirige una palabra que lo va constituyendo como sujeto mucho antes de que verdaderamente se haya integrado con una presencia y una intención frente a ella y al mundo. Pero –según comenta Winnicott, y esto es esencial para el desarrollo psíquico normal del bebé-, en una hipotética primer mamada la madre no debe formular la pregunta: “este pecho que estás chupando, ¿es tuyo o es mío?”
Lo que queda en silencio, en los cuidados maternos es una pregunta que de ser planteada provocaría una catástrofe. Cuando el bebé chupa la teta (lo que resume de un modo muy esquemático la presencia de la madre con sus cuidados, es decir, lo “poco” de madre que un bebé puede disfrutar y soportar), debe tener la sensación de que es él mismo quien crea la teta y no que se la está dando otro ser humano.
¿Qué significa esto? Digamos que lo que Winnicott indica con esto es que en los primeros intercambios madre-bebé, la madre no inquiere respecto de quién es el “verdadero” propietario de los objetos que circulan entre ellos, será muy delicadamente que lo introducirá en el reconocimiento de una deuda con el Otro. Por supuesto, también se abstiene de afirmar alguna respuesta en este sentido (porque, como se verá, es solo en apariencia que el pecho es verdaderamente de ella).
Pero si bien este difícil y tenso silencio que la madre debe guardar (ella está todo el tiempo muy tentada de que se le agradezca lo que “da con tanto sacrificio”), atenúa el sentimiento de una deuda difícil de inscribir en el infans, introduce la dimensión de una duda como germen de la subjetividad.
La madre permite la experiencia de una duda pensable para el bebé, pero imposible de ser respondida con certeza, porque la experiencia con el pecho, para que la madre pueda “darlo” y el bebé “recibirlo”, supone que -a partir de cierta cualidad en los cuidados maternos- el bebé pueda vivir una paradoja: “Este pecho no es ni tuyo ni mío, pero es -al mismo tiempo- tuyo y mío...”
Si la madre diera esa teta de un modo demasiado atado a su capricho narcisista y bastante alejada a la propia necesidad de su bebé, este primer objeto de intercambio le llegaría al bebé como algo excesivamente ajeno a sus gestos, como algo demasiado extraño y muy alejado de sus expectativas y capacidad de creación. ¿Al alcance de qué gesto “creativo” del bebé es que pone la madre al pecho? Lo pone en el extremo de un grito desesperado, un hipotético primer grito del bebé que la convoca a un hacer incierto y riesgoso, un grito que encuentra-crea al mundo, y -para empezar- a la propia madre .
Cuando Winnicott habla de una “madre suficientemente buena” alude a una mujer que puede dejarse tocar por ese grito “sin sujeto” (sin angustiarse demasiado), puro gesto espontáneo y sostenerlo con cierta cualidad de su silencio que lo transformará en palabra. El grito inventa a la madre, y el pecho que ella le da, a un niño. Siempre hay un fondo de grito en cada palabra, resto que inventa.
Sin embargo, por más esmero que ponga una madre, la teta siempre llega un poco antes o un poco después de la expectativa justa del bebé, más tarde o más temprano, pero dentro de cierto margen tolerable. Este variable desajuste es lo que abre la dimensión de una duda en el bebé, pero como se trata de un margen “tolerable”, la duda se soporta y la pregunta “¿es tuya o es mía?” no exige respuesta. No es necesario saber, se puede permanecer en la duda.
Si la madre jugara a ser un poco mágica, y se esmerara en ser absolutamente puntual y devota (“con su pecho”), si propusiera una teta siempre oportuna, una que no somete a espera alguna, la pregunta no se formularía, pero tampoco se abriría la dimensión de una duda tolerable. El bebe no sería cuestionado por una pregunta pero estaría irremediablemente confinado en un delirio: Todo es producto de mi creación.
Pero, como se dijo, el silencio en el quehacer materno contiene la economía tensa de una pregunta retenida, la madre querría quizás que se le agradezcan los “servicios prestados”, aborrece demasiado ese ser tiránico y demandante que toma todo sin reconocer nada, obligaría desde muy temprano a su hijo a decir “gracias”, a reconocer una deuda que lo agobiará toda la vida.
Hay que advertir un detalle importante (por lo cual, si la madre “formulara la pregunta ”esta teta ¿es tuya o es mía?” estaría dando claras evidencias de su locura), el objeto-teta que parecería ser “de” la madre y concedido por su obra y gracia, solo puede ser donada si la da una madre que también reconoce en ese movimiento de donación una deuda subjetiva: desde el vamos lo que torna simbólico al objeto “teta” (y simbólico implica aquí, también, que alimente), es que la madre sólo puede dar un pecho cuando ese pecho deja de ser suyo y pasa a ser un objeto creación de su hijo.
La madre “posee” un pecho solo si admite no ejercer sobre él ningún dominio absoluto. La madre sólo tiene un pecho cuando el bebé puede crearlo. La madre le debe a su hijo que su pecho posea valor simbólico. Si como se sugirió más arriba las palabras son herederas privilegiadas del “objeto transicional”, en el hablar verdadero las palabras son efectivamente destinadas, pero para ello será contraproducente intentar controlarlas. Al contrario, hablar supone una desposesión.
En suma, la madre sólo es dueña de un pecho cuando puede perderlo en beneficio de la creación que de éste hace su hijo. Del lado del infans, el pecho es su creación en tanto le sea dado... de lo contrario, se queda pataleando en un campo meramente alucinatorio. Pero -es necesario repetirlo-: la madre le debe al infans, para dar un pecho, el gesto espontáneo que se lo crea.
La madre articula un silencio, entonces, que deriva de los cuidados maternos como modulación de su presencia. O, mejor al revés, su presencia es, en todo caso, la modulación de un silencio que oscila entre perderse en preguntas infortunadas o perpetuarse en mutismo absoluto. Es esta presencia, tensión de un silencio que amenaza interrumpirse, que depende de una palabra apenas retenida, lo que un bebé asimila de ella mucho antes que el valor significante de sus palabras articuladas en un discurso (discurso que se supone estructurado por su propio deseo inconsciente[2]).
Para concluir digamos que la madre permite (al no formular la pregunta) que el bebé viva una experiencia de omnipotencia, un crear lo dado que es un “pensamiento sin representaciones”. El par presencia-ausencia del pecho, como primer par articulado de representaciones que da estructura significante al deseo del Otro materno, es secundario –y depende- de una experiencia anterior: la experiencia del bebe de la modulación de la ausencia materna cuando efectivamente está presente con él, y la experiencia de la modulación de su presencia cuando efectivamente está ausente (he aquí el valor del objeto transicional, encarnar ese ritmo). La madre es un ritmo cuando está presente, con atenuaciones y énfasis, diluciones y acentos. De este ritmo no hay “representaciones”, en principio solo hay experiencia.
[1] “Falla” en bastardilla para diferenciarlo de “error”

[2]Winnicott plantea que la madre con sus cuidados permite que el bebé viva cierta experiencia de omnipotencia, una paradoja: “crear lo dado”, circunstancia vital para la normal estructuración del aparato psíquico, para que esto suceda, la madre –dice Winnicott “no debe formular la pregunta”, es decir, debe permanecer en silencio para que su hijo despliegue una experiencia subjetiva sin la intrusión de sus propias expectativas. Este tema se desarrolla (especialmente) en su artículo “Objetos transicionales y fenómenos transicionales, primera posesión no-yo”


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