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Paz y Ciencia

jueves, 2 de septiembre de 2010

Autobiografía de un espantapájaros, un relato.

...Akayesu, por su parte, se vio obligado a guardar silencio por las circunstancias en las que discurrió el genocidio. Una vez restablecidos los lugares nominales, el niño no pudo expresarse en ellos. La escena de horror había instaurado en su memoria una representación aterradora imposible de negociar. Su padre era hutu y su madre tutsi. Cuando empezó el genocidio, una tía suya había llegado para refugiarse en casa de su hermana y ésta la había escondido en el granero. Akayesu le llevaba comida todos los días pero una noche, al llegar al granero, sorprendió a su padre asiendo a su tía por los cabellos y matándola con el hacha. Lo que más aterrorizó al niño fue el silencio de aquella ejecución. Su tía se protegía quedamente de los golpes mientras su padre la mataba. Aquellas dos personas que se conocían tan bien no cruzaron un grito ni una palabra. Nada. Ningún ruido. Nadie pronunció ni una sílaba; ni siquiera cuando el padre volvió a entrar en casa con las ropas limpias.
Cuando terminó el genocidio, la pareja de los padres de Akayesu se transformó en símbolo de la reconciliación nacional. El padre hutu que se había casado con una tutsi fue elegido juez de un tribunal gacaca. En la aldea se decía que la sabiduría de aquel hombre traería paz. El único que sabía la verdad era Akayesu, pero no podía decir nada. Si hubiera hablado, habría matado a su padre y destruido a su familia. Pero al callar, se convertía en cómplice del crimen. El niño se volvió mudo, pero todas las noches, cuando se adormecía y su vigilia entumecida se alejaba de lo real, los fantasmas de la oscuridad despertaban los dramas sepultados y el filme mudo de la aterradora escena resurgía en su conciencia. Habría bastado con que Akayesu abriera la boca y contara lo ocurrido pero, para no ser responsable del estallido familiar consecuente, se callaba y adormecía su mundo íntimo: "cuando me hablan de la sabiduría de mi padre, presidente del tribunal gacaca, me las arreglo para no pensar en nada, para no sentir nada". El silencio protegía a todos y a la vez amputaba la personalidad del niño...
Akayesu, maniatado por las circunstancias de la tragedia, optó por callar y así se sometió al sufrimiento. Cuando no pudieron escapar a su tragedia personal, todos estos niños imaginaron que se habían convertido en espectros: "Usted es un ser humano porque tiene una verdadera familia y lugares donde hablar. Pero yo, si cuento lo que me sucedió, voy a asustar a los demás y todos huirán de mí. Usted cree que soy un Hombre, pero yo sé que sólo tengo la apariencia de persona". En todos estos casos un relato, una sola frase a veces, ha torturado, demolido o, por el contrario, dado nueva vida al mundo íntimo de estos heridos.
Ya sea que nos atormenten o que nos tranquilicen, ¿podríamos vivir sin historias?

págs. 24-25. "Autobiografía de un espantapájaros. Testimonios de resiliencia: el retorno a la vida". Boris Cyrulnik. Gedisa.

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