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Paz y Ciencia

viernes, 21 de agosto de 2015

Poesía y Gestalt


Y de pronto...la belleza.
Me ha pasado algunas veces. Ocurre de pronto, sin esperarlo realmente. Me sorprende. Lo siento en todo el cuerpo, pero sobre todo en el pecho, y cuando lo siento me reafirmo, me digo que vale la pena dedicarme a esto y que vale la pena estar aquí para contemplarlo.

Me ha pasado viendo trabajar a Robine, a Latner, a Delacroix, a Philpson, a Hausner, a Carmen Vázquez. También lo he sentido viendo a Guy Pierre, a Carola, a Ana Duckles y a otros, igual de cercanos. Y algunas veces, solo algunas, lo he sentido en mi propio trabajo. Entonces, lo tomo, lo gozo, lo agradezco. Y se me queda adentro, en algún lugar profundamente mío durante mucho tiempo.

Me refiero a ciertos momentos terapéuticos, a algunas intervenciones, a una forma de estar del terapeuta, a veces, a sesiones casi enteras. Ocurren de repente y me siento vibrando, muy abierto, conmovido. Y es entonces cuando pienso que la palabra que mejor describe lo que estoy contemplando es: belleza. Eso me pasa. Me descubro diciendo o pensando: “Qué bello”. No digo “Qué acertado” o “interesante” o “agudo” ni siquiera “terapéutico”. La palabra es belleza. No tengo duda.

Pero, ¿hablar de belleza ante una experiencia terapéutica? ¿lo que experimento  ante  esos  momentos  terapéuticos  se asemeja a  lo que  me ocurre ante alguna pintura, alguna sinfonía, el vuelo o la quietud de un bailarín, algún paisaje, algún poema, algunas personas? Si. Sin duda es semejante.

Luego, durante el IX Congreso Internacional de Psicoterapia Gestalt escuché a Margherita Spagnuolo hablando sobre los valores estéticos como parte fundamental de la terapia. “No cambiamos lo que está mal –dijo en su conferencia- sino acrecentamos la belleza que vemos”. Y aún más: “La belleza es nuestra normalidad”.

Allí estaba lo que había sentido aquellas veces. La belleza en la terapia. La belleza en la persona que está buscándose y descubriéndose frente al terapeuta. La capacidad del terapeuta para descubrir esa belleza, o mejor, desde la visión relacional de la Gestalt, la belleza que sólo se revela ante el otro porque ese otro la mira, que existe porque es contemplada. La belleza que es una creación de ambos, paciente y terapeuta y que surge en un momento específico, aquí y ahora, que es el único espacio-tiempo donde algo real puede surgir.

Esa es la belleza que he contemplado, ni más ni menos.

Pero, entonces, ¿cómo decir esa belleza? Resulta difícil. Y recuerdo las veces que en el grupo de supervisión hablamos de eso: lo difícil que es poner en palabras lo que ocurre en ciertos momentos terapéuticos. Tan difícil como poner en palabras lo que sucede ante una obra de arte o ante un paisaje o ante un cuerpo desnudo que nos conmueve profundamente. Resulta que el lenguaje cotidiano no basta para expresar ciertas cosas, y en terapia no basta para expresar lo relacionalporque, como dice Wheeler (2005, pag.47), nuestro lenguaje está dentro del paradigma individualista, es parte de él, no puede escaparse.

Pero, ¿ y el lenguaje poético?, ¿puede decir lo que no se expresa de otra forma?, ¿puede decir lo relacional? El mismo Wheeler responde: “Podríamos argumentar que la función básica del artista, y particularmente del poeta, no es sólo expresarse, sino enunciar en forma específica las verdades que se encuentran fuera del paradigma imperante, y que precisamente por eso no se pueden expresar en prosa”. (Wheeler 2005, pag.72)

Y en palabras de un poeta, Octavio Paz: “...ver cómo la imagen (poética) puede decir lo que, por naturaleza, el lenguaje es incapaz de  decir”. (Paz 1956, pag.106)
                                        
Polster escribe que “Toda vida merece una novela” y creo que es cierto, pero también creo que en muchas ocasiones, la prosa no basta para expresar lo sucedido entre paciente y terapeuta; al menos no lo que sucede en esos momentos terapéuticos –de belleza- de los que he hablado.


Terapia en prosa y terapia poética.

Me parece que la terapia Gestalt, a diferencia de otras corrientes psico- terapéuticas, está más cerca del lenguaje poético que de la prosa. Más próxima al poema que al ensayo o la novela, por ejemplo.

“Valéry ha comparado la prosa con la marcha y la poesía con la danza (...) la figura geométrica que simboliza la prosa es la línea: recta, sinuosa, espiral, zigzagueante, más siempre hacia delante y con una meta precisa”. (Paz 1956, pag.69)

En la novela, al menos en la novela más clásica, hay dos elementos importantes: la creación de personajes con un mundo interno propio y el transcurrir del tiempo. La novela se mueve en el tiempo, no siempre lineal, es cierto, pero de cualquier forma hay pasado, presente y futuro. Hay eventos que ocurren, sucesos, dentro de los personajes o fuera de ellos y que los involucran. Hay una historia.

Me parece entonces que en la novela tradicional hay un mayor enfoque en el contenido, en el QUÉ y en el transcurrir del tiempo. Una terapia en prosa exploraría en estos mismos aspectos: cómo es este paciente-personaje que está frente a mí, cuáles son los sucesos determinantes en su historia, cuál es esa historia, qué tendría que reconstruir de esa historia, qué papel juego yo terapeuta en esa historia. Estamos hablando de una terapia centrada en el QUÉ, en el contenido y en lo intrapsíquico.

La poesía nos permite una visión distinta. En la poesía el CÓMO es tan importante como el QUÉ, o aún más, el QUÉ y el CÓMO son lo mismo, se funden, no es posible uno sin el otro.

“El poema no explica ni representa: presenta (...) Por lo tanto la poesía es un penetrar, un estar o ser en la realidad” (Paz 1956, pag.112) ¿No es eso lo que pretendemos hacer en psicoterapia Gestalt?

En la poesía, el tiempo es diferente al tiempo real, más que transcurrir, se centra en el instante, un fragmento de tiempo que no por ser fragmento está incompleto, por el contrario, ese instante es una totalidad en toda su riqueza y complejidad. El lenguaje poético es ideal para expresar lo que ocurre –o mejor, lo que es- en la intemporalidad, en el más radical aquí y ahora, en esa realidad inaprensible que llamamos presente. La poesía dice o intenta decir lo inexpresable.

Para Octavio Paz, en la poesía “El tiempo cronológico –el tiempo común, la circunstancia social o individual- sufre una transformación decisiva: cesa de fluir, deja de ser sucesión, instante que viene después y antes de otros idénticos, y que se convierte en comienzo de otra cosa (...) ese tiempo está vivo, es un instante henchido de toda su particularidad irreductible (...) tiempo único, arquetípico que ya no es pasado ni futuro sino presente”. (Paz 1956, pag.187) También en esto coinciden poesía y terapia Gestalt.

Así, una terapia “poética” está centrada en el presente, no en el contenido o en la historia como se construyó (lo que llamamos función personalidad), sino  en el proceso tal y como se va desplegando, con todas sus posibilidades, aquí, ahora y entre nosotros (funciones ello y yo). Es imposible que el terapeuta se excluya o que sea mero observador porque ya forma parte del instante y ese instante es resultado de lo que está pasando entre su paciente y él/ella.
Una terapia en donde QUÉ y CÓMO se entrelazan y que por lo tanto es relacional y tiene su sentido en el encuentro mismo.

“Las palabras en una poesía no remiten a ningún sentido ulterior; tienen relieve en sí mismas, valen y significan en cuanto se pronuncian (...) La relación terapéutica, lo hemos visto no tiene otro sentido salvo el que ella se da en su hacerse, y, con el que, en definitiva,  en este hacerse, coincide” (Sichera, Antonio en Spagnuolo 2002, pag.48)



La mirada, la atención y la palabra



¿Qué es lo que considero que puede hacer que mi trabajo terapéutico sea poético?

Fundamentalmente tres elementos: hacia dónde veo, cómo atiendo a eso que veo y cómo expreso aquello que veo.

Para hablar de lo poético quiero recurrir a los poetas y su visión de lo que es la poesía y he preferido citar a poetas que me son cercanos. Quizá ninguno ha hecho una profunda teoría acerca del tema (con excepción de Paz), pero eso no me importa demasiado ahora. Cito a poetas que me conmueven y que hablan un lenguaje que me es accesible y cercano.  Son poetas que dicen, como Nicanor Parra:

“Y perdonen si me he expresado
en lengua vulgar.
Es que es la lengua
de la gente”

O como Sabines:

“Hay dos clases de poetas modernos, aquellos sutiles y profundos, que adivinan la esencia de las cosas y escriben: Lucero, luz Eros, la garganta de la luz pare colores coleros, etcétera; y aquellos que tropiezan con una piedra y dicen: pinche piedra”

O como Neruda:

“... y entonces, otra vez
junto a mi poesía
volvieron a vivir
mujeres y hombres,
de nuevo hicieron fuego,
construyeron casas,
comieron pan,
se repartieron la luz,
y en el amor unieron
relámpago y anillo.
Y ahora perdonadme, señores,
que interrumpa este cuento
que les estoy contando
y me vaya a vivir
para siempre
con la gente sencilla”.

Porque me parece que justo esa es la magia: que usan palabras simples, cotidianas, sencillas, palabras que tu y yo usamos todos los días y con ellas expresan lo más profundo.

La mirada, tanto en la poesía como en la psicoterapia es central. De hecho, me parece que el poeta y el terapeuta se distinguen por su particular forma de mirar.

Dice Eliseo Alberto, escritor e hijo del poeta cubano Eliseo Diego: “O para decirlo con palabras de mi padre, el poeta nos invita a prestar atención a lo en apariencia insignificante, convencido que en la minúscula verdad del detalle radica o puede radicar la mayúscula representación del mundo. El sello de distinción de un escritor es su mirada. Ni más ni menos” (Eliseo Alberto 2004, pag.301)

¿Hacia dónde miro como terapeuta? ¿Hacia dónde miras tú? Si pretendemos un trabajo verdaderamente centrados en la relación, nuestra mirada tendría que estar allí, en ese espacio que co-creamos y conformamos ambos. Miramos al paciente, nos miramos a nosotros mismos, pero sobre todo miramos hacia lo que sucede, a lo que está sucediendo entre nosotros.

Y entonces no podemos más que preguntarnos acerca de ese encuentro: ¿Puedo establecer una relación de auténtica intimidad con esta persona?, ¿qué me acerca a ella, qué me aleja?, ¿qué la acerca a mí, qué la aleja?, ¿cuándo establecemos contacto y cuándo lo evitamos?, ¿dónde están mis límites y los de el otro?, ¿los ponemos claramente?, ¿puedo expresar abiertamente lo que me pasa ante ella?, ¿puedo compartir mi cariño y empatía lo mismo que mi enojo y distancia?, ¿cómo hacemos, cómo estamos haciendo ésto juntos?

Sin duda, no es una tarea fácil, pues en ella estamos implicados totalmente. Al observar la frontera del otro necesariamente contemplamos la nuestra, al ver sus heridas tocamos las nuestras. Y a veces ocurre: nos encontramos allí, en ese espacio que somos ambos y al mismo tiempo no es ninguno.

Al ser terapeutas, miramos, como dice Eliseo Diego, lo que en apariencia es “insignificante”, lo que está allí todos los días, en mi vida y en la vida de mi paciente, aquello en donde muchas miradas pasan sin quedarse, o reaccionan ante ello sin detenerse a observar y a explorar lo que realmente sucede. Nosotros miramos allí en donde puede parecer que no hay nada y sin embargo ocurre todo.

Miramos, en muchas ocasiones, algún aspecto del paciente que muy pocos, o acaso nadie ha mirado antes,  quizá porque genera mucho dolor o vergüenza. Nos volvemos, como dice Wheeler, testigos íntimos del otro. El sólo hecho de mirar dejándonos afectar ya es terapéutico. La sola presencia de otra persona que ve – porque hay algo digno de ser visto-  y que se asoma a  conocer el mundo del otro desde dentro e intenta comprender lo que pasa, es terapéutico. “Solamente eso. Ni siquiera alguien que los ayudara o rescatara. Lo único que hace esa persona- a quien llamaremos testigo íntimo- es ver” (Wheeler 2005, pag.177)

¿Y no es eso la poesía?, ¿no podría definirse al poeta como testigo íntimo del mundo? Así lo expresa Octavio Paz en un poema que siempre me conmueve:

“Pido,
no la iluminación:
mirar, tocar el mundo
con mirada de sol que se retira”

Esa es la mirada del poeta que mira lo cotidiano: la sopa de pescado (Neruda), la tía soltera (Sabines), las hormigas (Pacheco), el gato que se lava (Diego); pero lo mira de una forma nueva. Con una especial atención, siendo “testigo íntimo” de aquello, contemplando “... con mirada de sol que se retira”.

Este es el segundo aspecto en terapia. No sólo hacia dónde miro, sino cómo atiendo a eso que miro.

A la pregunta ¿para qué sirve un libro de poemas?, el poeta Eliseo Diego escribe en el prólogo de su poemario Por los extraños caminos: “Servirá para atender, les respondería. Maestros mayores les dirán en palabras más nobles o más bellas, qué es la poesía. Básteles si les enseño que para mí es el acto de atender en toda su pureza” (Alberto 2004 pag.332)


Cuando Neruda, Sabines, Pacheco o Diego miran a la sopa, la tía, las hormigas o al gato lamiéndose, lo miran de una forma distinta y nueva, como muy pocos se han permitido verlo: descubren lo que es único, lo que nos distingue o hermana con aquello que ven. Miran –y creo que eso es lo esencial- con asombro, con auténtico asombro ante la novedad escondida en lo cotidiano. Eliseo Alberto nos invita a intentarlo:

“Ahora mismo, miren sus zapatos. Regálense un minuto, un instante apenas, y traten de descubrir lo que su imagen esconde, vean los caminos que han pisado con esos cómodos zapatos (los viejitos, los ricos, de domingo), recuerden los tropiezos, las metidas de pata que junto a ellos han sufrido, vean que ese doméstico y domesticado zapato de cuero fue una vaca, una vaca que se aburría cómo solo pueden aburrirse las vacas sin toro, allá en el rancho de las reses solteronas y flacas, mírenla con qué inocencia sube al camión que habrá de llevarla al matadero  (...) con un pedacito de ella, un par de tiras de la panza, ya tenemos mocasín para el domingo (...) Toquen entonces sus zapatos, así, suave, como masturbándolos,  y dejen que rumie la vaquilla entre sus dedos”. ( Alberto 2004, pag.333)

Como terapeuta ¿me permito el asombro o finjo saberlo todo?, ¿con qué frecuencia me abro a la posibilidad de “atender en toda su pureza”?

El poeta –y también el terapeuta- miran más que lo aparente, miran cada cosa y de algunas cosas se asombran, están absortos y se dejan afectar y descubren la belleza, esa que dice Margherita Spagnuolo que es nuestra normalidad. Y no se trata de inventar nada o de agregar algo a lo que ya existe, sino de mirar lo que hay, ni más ni menos, pero con una mirada capaz de captar lo sagrado de lo cotidiano.

Octavio Paz cita el breve poema de Buson, poeta japonés (Paz 1956, pag.154):

“Ante los crisantemos blancos
las tijeras vacilan
un instante”

Las flores y las tijeras se transforman por la particular atención del poeta. Es también lo que Jean Marie Robine nos invitaba a hacer en el taller que impartió en el instituto utilizando la obra de Marcel Duchamp como ejemplo: si vemos lo cotidiano de otra forma (incluso un mingitorio) es posible que se transforme en una obra de arte. Si logramos atender así a la vida de nuestros pacientes, si nos permitimos el asombro ante aquello que juntos creamos y si sabemos expresarlo, puede ocurrir eso que Delacroix llama “lo maravilloso”:

 “Entender que uno es coautor de este proceso que conduce a la maravilla y compartir esta experiencia con el cliente, es hacerle saber que él también es coautor de este hecho inesperado que es el surgimiento de lo maravilloso. Es, por ende, reubicarlo en su dignidad de ser humano, capaz de ser partícipe cocreador de lo bello y de lo bueno que hay en la relación”. (Delacroix  2004, pag. 27)

Así llegamos al tercer elemento: no basta con mirar y con atender, en terapia es necesario expresar aquello, ponerlo en palabras, ayudar a que el paciente vea y luego a que ponga en sus palabras esta experiencia.

“Quien “hace” experiencia se siente profundamente cambiado por ella, y esto quiere decir esencialmente tener palabras para expresar y comunicar el cambio del Self que se ha percibido en el acontecimiento. Vista en la totalidad de su desarrollo, la experiencia de contacto, por lo tanto, no puede prescindir del lenguaje (...) No hay cambios que sean de verdad nuestros hasta que no tengamos palabras para ellos” (Sichera en Spagnuolo 2002, pag.45-46)

Así que además de la mirada y la atención del poeta, el terapeuta requiere un lenguaje poético porque de ninguna otra forma puede decirse aquello que ocurre en la relación. Esto es algo que ya decían Perls, Hefferline y Goodman en nuestro libro fundador y que retoma Antonio Sichera:

“El opuesto al verbalizar neurótico es el lenguaje creativo y variado; no es ni la semántica científica ni el silencio; es la poesía” (PHG, 130) La relación terapéutica no es, por lo tanto una zona neutra donde haya que desterrar el hablar común, sino un contexto en el cual devolver la vida a la comunicación, dando espacio a la poesía. El acto del contacto en su hacerse espontaneo y en su cumplirse no renuncia nunca al poder de la palabra, sino que le devuelve una frescura y un sabor que a menudo, en la cotidianeidad, se pierde de vista”  (Sichera en Spagnuolo 2004, pag.47)

Esta poesía de la que hablan no supone expresar la experiencia con un falso lirismo o buscando palabras grandilocuentes. Ya dijimos que, por el contrario, los poetas usan las palabras más comunes y sencillas, y con ellas expresan lo profundo. Poesía es, entonces y en nuestro contexto terapéutico, dar peso a cada palabra, llenar a las palabras de sentido, elegir cuidadosamente lo que queremos decir y cómo decirlo, de modo que la palabra recupere su fin original que es el de comunicar lo que somos. Esta es la palabra que se contrapone al hablar vacío y deflector,  al hablar para evitar el contacto y no para producirlo. El lenguaje poético requiere elegir las palabras, quitar lo que sobra, estorba o entorpece; y decir lo esencial.


“Hay, también, el silencio...”


Me parece que este lenguaje poético, esta forma de expresar en que cada palabra tiene peso y sentido, solo puede surgir en el silencio.

En la poesía, los espacios en blanco son tan importantes como las palabras. Los espacios son pausas necesarias sin las cuales las palabras pierden su fuerza o su sentido. Hay palabras que resuenan con un poder especial entre otras cosas porque aparecen entre dos silencios sabiamente colocados. “El poeta vuelve palabra todo lo que toca, sin excluir al silencio y los blancos del texto”. (Paz 1956, pag.282)

Los silencios, los espacios en blanco, además, crean el ritmo necesario para que exista la poesía. Y así como el ritmo es esencial para el poeta, también lo es para el terapeuta. La psicoterapia supone un ritmo que no siempre es fácil descubrir. “Así la función predominante del ritmo distingue al poema de todas las otras formas literarias (...) el ritmo provoca una expectación, suscita un anhelar. Si se interrumpe sufrimos un choque. Algo se ha roto. Si continúa esperamos algo que no acertamos a nombrar. Nos coloca en una actitud de espera”. (Paz 1956, pag.57)

Me parece que cuando he presenciado situaciones terapéuticas que me parecieron bellas, el ritmo era un aspecto importante. El ritmo entre ir al cliente y venir hacia mí, el ritmo para llevar mi mirada de lo intra, a lo inter, a lo grupal; el ritmo entre la frustración y el apoyo, entre el acercarse y alejarse físicamente, entre la palabra y el silencio. Un ritmo que, efectivamente, suscitaba expectación y anhelo.

Quizá todos hemos presenciado –o hemos sido parte- de sesiones en que las cosas parecen apresurarse demasiado o por el contrario, transcurrir exageradamente lentas. ¿Cómo podemos percibir esta prisa o lentitud si no es porque hay un ritmo que puede intuirse? Y ese ritmo depende de cada sesión –así como cada poema tiene su propio ritmo-, de cómo están ocurriendo las cosas, del tiempo que ese terapeuta y ese paciente tienen de trabajar juntos. De nuevo recurro a mis notas de la conferencia de Margherita Spagnuolo: “Una sesión de terapia es una danza, una combinación co-creada de movimientos con diferentes niveles de riesgo (...) Cómo el baile, tiene un inicio y un fin y nos movemos según eso (...) Las mismas palabras tienen diferente significado según la fase de la sesión en que nos encontramos”.

Así,  en la terapia como en la poesía, ponemos una especial atención al ritmo, y en ello, el silencio, los silencios, nos permiten percibir y construir ese ritmo necesario.

Me parece que con frecuencia, en la psicoterapia olvidamos esos silencios. A veces me sorprendo tratando de llenar esos vacíos por suponer que en ellos no hay nada. No es así. Muchos de esos silencios están llenos de preguntas, de elecciones, de dudas. “El silencio humano es un callar, y por tanto, es implícita comunicación, sentido latente”. (Paz 1956, pag.56) Necesito de esos silencios para volver a enfocar mi mirada, para atender a lo que me pasa ante el otro, para dejar que algo me afecte, para saborear lo que está sucediendo. Necesito los silencios para elegir las palabras que tengan más sentido.

Recuerdo ahora el trabajo de Stephen Hausner, que hace Constelaciones Familiares. Lo que más me impactó fue su capacidad de silencio. Podía pasar varios minutos completamente callado, llevando su mirada hacia el paciente y hacia sí mismo. No dejaba de haber contacto, por el contrario, a veces era un contacto profundo. Entonces, tras largos minutos, decía algo. Y lo que decía era exacto, con la intensidad justa, en una palabra, bello. Y conmovía al paciente. Y yo me daba cuenta de que esas palabras tan adecuadas, tan agudas, tan bellas, solo habían podido surgir de ese largo silencio que él se permitía.

“Un silencio que es como un lago, una superficie lisa, compacta. Dentro, sumergidas, aguarda las palabras. Y hay que descender, ir al fondo, callar, esperar. La esterilidad precede a la inspiración, como el vacío a la plenitud” (Paz 1956, pag.148)

Me gusta el silencio. Me parece útil y creativo. Algunas veces, los alumnos o algún paciente me dicen que les gustó algún silencio mío. Y yo les contesto que en mí hay dos silencios: uno es el elegido, el que decido hacer para acompañar, porque me parece que cualquier palabra sobraría, un silencio-contacto.

Otras veces hago silencio... porque no tengo la menor idea de para donde seguir. Y aunque son diferentes, creo que ambos son importantes. Del primero es clara su riqueza. El segundo también me parece importante y creo que es un silencio al que los terapeutas nos enfrentamos muchas veces, ese silencio en que nos preguntamos: “¿Y ahora?” Creo que  entonces lo mejor es callar y esperar... volver a poner mi mirada en lo que está ocurriendo, fijarme en cómo está mi atención, quizá preguntarme hacia dónde no estoy mirando. Y a veces, basta con compartir con el paciente justo eso: mi no saber hacia donde seguir.

 “...Hay, también, el silencio.  El silencio es, por definición, lo que no se oye. El silencio escucha, examina, observa, pesa y analiza. El silencio es fecundo. El silencio es la tierra negra y fértil, el humus del ser, la melodía callada bajo la luz solar. Caen sobre él las palabras. Todas las palabras. Las palabras buenas y malas. El trigo y la cizaña. Pero sólo el trigo da pan”. (Saramago 1999, pag.52)



Estando iguana


Y nos encontramos con la dificultad, ya mencionada, de decir la experiencia terapéutica. Aunque las palabras son importantes  muchas veces podemos tener la sensación de que no alcanzan para expresar determinada experiencia.

El lenguaje nos permite expresar pero también nos limita, y si el lenguaje es limitado, puede empezar a ser una barrera en lugar de un puente. Me parece que en este sentido, parte de nuestro trabajo terapéutico es enriquecer nuestro lenguaje, ampliarlo, darle colores y matices.

En palabras de Octavio Paz:

“las palabras son inciertas
y dicen cosas inciertas.
Pero digan esto o aquello,
                                        nos dicen”

Cuando una persona solo conoce la palabra “triste” para expresar lo que le sucede, quizá está limitada para decir con más claridad su experiencia. Puede sentirse no exactamente triste sino nostálgica, o melancólica, o aislada, o incomprendida o frustrada o añorando algo. Pero si ante toda esta gama de sentimientos sólo puede decir que se siente triste, empobrece su expresión. El paciente habla como habla, y está bien, pero es importante que el terapeuta pueda ayudar –desde un lenguaje más rico- a explorar estas vivencias.

Más aún, me pregunto si esa pobreza de lenguaje solo limita la expresión de la experiencia o si limita también la experiencia misma. Nuestro lenguaje, dicen, es el reflejo de nuestras representaciones del mundo; mis experiencias, mi historia, “crean” mi lenguaje. ¿Pero es posible que también ocurra al revés? ¿La pobreza o riqueza de mi lenguaje pueden empobrecer o enriquecer mi experiencia del mundo?, ¿si solo conozco los nombres de siete u ocho colores, puedo en realidad “ver” más que esos colores?

“No sabemos en donde empieza el mal, si en las palabras o en las cosas, pero cuando las palabras se corrompen y los significados se vuelven inciertos, el sentido de nuestros actos y nuestras obras también es inseguro” (Paz 1956, pag.29)

No tengo una respuesta clara, pero en mi propia experiencia me parece que el tener más palabras enriquece mi visión del mundo y de mí mismo.

Además, en la poesía, las palabras pueden usarse de formas menos tradicionales, pueden re-crearse para expresar algo nuevo. Cuando el poeta Carlos Pellicer dice que está “...todo lo iguana que se puede estar”, o cuando Nicanor Parra dice que era su corazón “... ni más ni menos que el olvidado quiosco de una plaza” re-crean las palabras para decir algo que quizá no puede decirse de otra forma, o si se dice de otra forma pierde su verdadero sentido. 

¿No te has sentido iguana alguna vez?, ¿o piedra con musgo, o ventana, o humo de incienso?, ¿no ha sido tu corazón ese quiosco olvidado? Posiblemente sí, y aunque pueda decirse de otro modo, quizá estas palabras, éstas imágenes,  sean la mejor forma de decirlo.

Juan Gelman, poeta argentino, re-crea el lenguaje al preguntarse si...

“...los rostros los oleajes la ternura
alguna vez apenan apenumbran
olvidan arden escarnecen astran
politizan solean pájaramente
plumean se arrepienten memorizan maran
enróstranse olean o enternecen”

¿Podemos “astrar”, “solear pájaramente”, “plumear”, “marar”, “olear”?  ¿es posible “deshablar” o “destener”, como dice en otros poemas?

“Ellaba mucho esa mujer” nos cuenta de la persona a la que amaba, y con profundo dolor le dice a su hijo muerto:


“Me penás el mientras,
la dulcísima recordación donde se aplaca el siendo
...rostro o noche donde brillás astrísimo de vos,
hijo que hijé contra la lloradera”

Son palabras que no existen pero que posiblemente expresan mejor que las que existen. Y esto solo es posible en el lenguaje poético, que sin duda podríamos incluir en la terapia para enriquecer la expresión de lo que somos, o mejor, de lo que vamos siendo a cada instante con el otro y que difícilmente podría decirse de otra manera.

De nuevo, Octavio Paz: “La pobreza de nuestro lenguaje psicológico y filosófico contrasta con las expresiones o imágenes poéticas. Recordemos la Música callada de San Juan o el Vacío es plenitud de Lao Tse (...) Mi corazón está brotando flores en mitad de la noche, dice el poema azteca (...) Las imágenes poéticas crean su propia lógica, dicen algo sobre el mundo y sobre nosotros mismos y ese algo, aunque parezca disparatado, nos revela de veras lo que somos”. (Paz 1956, pag.38)

No es lo mismo estar brisa que estar llovizna o aguacero o tormenta. No es igual estar agua que estar aireestar fuego que estar tierra. Una cosa es ser otoño y muy diferente es ser primavera. Hay una enorme diferencia en estar recta o espiral, sol o luna, piedra o flor ¿Podemos como terapeutas salir del lenguaje más limitado y conservador para re-crear junto con nuestros pacientes uno más lúdico, creativo y nuevo?


“Tú Eres Aquello”.

En psicoterapia Gestalt trabajamos para integrar las diferentes partes que nos constituyen, aún las que parecen más ajenas y distantes. Este es un aspecto central de lo que hacemos. También en esto coincidimos con la poesía. “El acto de escribir poemas se ofrece a nuestra mirada como el nudo de fuerzas contrarias, en el que nuestra voz y la “otra” voz se enlazan y confunden”. (Paz 1956, pag.159)

En el lenguaje poético, el hielo puede arder y el fuego helarnos. Los contrarios se tocan y a veces se enredan, se mezclan, se aparean para volverse uno. “El cielo anda en la tierra” dice el poeta.  Y algo parecido decimos al paciente y esperamos que él descubra: eres fuerte y débil, suave y duro, valiente y cobarde, poderoso e impotente. De nuevo, esta idea está expresada en la poesía, en este caso, en el antiguo Upanishad:

“Tu eres mujer. Tú eres hombre. Tú eres el muchacho y también la doncella. Tú como un viejo, te apoyas en un cayado... Tú eres el pájaro azul oscuro y el verde de ojos rojos... Tú eres las estaciones y los mares... Tú eres aquello”. (Paz 1956, pg.102)

No sólo eso. A través del lenguaje poético podemos decir o intentar decir eso que ocurre “entre”, el modo medio, lo verdaderamente relacional, porque, entre otras cosas, la poesía es algo que ocurre en ese justo lugar: el poeta crea el poema, pero de alguna forma, al escribirlo, el poema revela algo al poeta, a veces –y en eso coinciden varios poetas- algo que el poeta mismo no sabía.  No deja de sorprenderme que cuando Paz intenta expresar qué es lo poético, lo hace casi con las mismas palabras que en psicoterapia usamos para intentar expresar qué es el Self y cómo solo existe en el contacto:

“Lo poético no es algo que está fuera, en el poema, ni dentro, en nosotros, sino algo que hacemos y que nos hace (...) Antes de la creación, el poeta, como tal, no existe. Ni después. Es poeta gracias al poema. El poeta es una creación del poema tanto como éste de aquel”. (Paz 1956, pag.168)


En resumen: la belleza puede –debe- estar presente en la psicoterapia, y me atrevería a decir, que sólo cuando hay belleza hay verdadera terapia.

Es posible hacer terapia –o intentar hacerla- con una perspectiva poética, es decir, centrada en el instante y en el proceso, y en donde QUE y COMO sean inseparables.

Para tener esta perspectiva es importante estar conscientes de hacia donde miramos, con qué atención, respeto y asombro miramos, y cómo expresamos eso que contemplamos.

El lenguaje poético en psicoterapia implica dar a cada palabra su peso y sentido. Requiere también un especial ritmo y la presencia del silencio. Este lenguaje poético, además, nos permite re-crear el habla cotidiana para expresar de formas nuevas lo que no pueda decirse de otra forma, nos permite integrar lo que en apariencia está separado y decir o intentar decir lo relacional, el modo medio, el Self en acción.

“Cuando la palabra se re-encuentra, hablar no sirve ya para huir o aislarse, sino para sostener el encuentro. La terapia se puede describir como un largo camino de búsqueda de una palabra: lo que empuja al paciente, del mismo modo que a los poetas, es el deseo de la palabra que sea correcta para decir-se, para decir la unicidad de la propia experiencia “ (Sichera 2002, pag.49)

Poema y poesía no son lo mismo, dicen Eliseo Alberto y también Octavio Paz. El poema queda escrito y forma parte de la literatura. La poesía, en cambio, no se limita a la escritura. Puede haber poesía en la profundidad  o en la luz de una pintura, en los ángulos y sombras de una escultura, en el Adagio de una sinfonía, en un solo de violoncello, en la lentitud y misterio de una danza, en el teatro, en un objeto, en una mirada, en una relación.

Entonces, puede haber poesía en la psicoterapia, y saberlo quizá nos permita mirar nuestra labor con una mirada distinta.  En el fondo, la razón de ser de la poesía y de la psicoterapia se encuentran:

“La poesía pone al hombre fuera de sí y, simultaneamente,  lo hace regresar a su ser original: lo vuelve a sí. El hombre es su imagen: él mismo y aquel otro. A través de ella, el hombre –ese perpetuo llegar a ser- es. La poesía es entrar en el ser”.  (Paz 1956, pag.113)




ALBERTO, Eliseo (2004) DOS CUBALIBRES. Oceano. México
GELMAN, Juan (2001) VALER LA PENA. Era. México
NERUDA, Pablo (1978) ANTOLOGIA ESENCIA. Losada. Argentina
PARRA, Nicanor (1993) POEMAS PARA EVITAR LA CALVICIE. Fondo de Cultura Económica. México
PAZ, Octavio (1956) EL ARCO Y LA LIRA. Fondo de Cultura Económica. México.
PAZ, Octavio (1989) EL FUEGO DE CADA DIA. Seix barral. México,
SABINES, Jaime (1968) NUEVO RECUENTO DE POEMA., Lecturas Mexicanas. México.
SARAMAGO, José (1999) EL EQUIPAJE DEL VIAJERO. Alfaguara. México
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