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Paz y Ciencia

domingo, 12 de octubre de 2008

Los destinos del amor

Los destinos del amor son poco relatados en términos justos y precisos. Existen también problemas relacionados con el amar y la búsqueda de objeto donde abrazar con amor.
Los inconvenientes relacionados con tal eventualidad surgen de una ecuación que es distinta a la suma de las partes que la componen, esa gestalt supone una entidad con vida propia que tiene su propio código, lenguaje, leyes internas y un contacto con la realidad.
El amor busca al objeto, cabe decir que puede ser un sujeto el objeto de deseo. Si no encuentra una correspondencia dicha capacidad de amar puede verse devuelta, reintroyectada como amor o equivalente, odio, o bien penetrar en el entendimiento generando confusión, ambigüedad y dudas en torno a la capacidad para amar y ser amado. Dicha ambigüedad genera angustia y la actividad imaginaria puede operar creando productos de la fantasía vívidos y en ocasiones difuminados de la realidad.
El amor es una capacidad que se imbrica de manera indisoluble con el estilo (o tipo) de cada individuo, hay quienes son más proclives a expresar su amor, otras que lo hacen de una manera más subrepticia, otras que apenas lo expresan porque puede suponer que el otro se acerque de manera “peligrosa”, por tanto los destinos, usos y formas de amor son un interesante testeo de la realidad afectiva del sujeto, de la pareja o del ambiente en una determinada atmósfera, interna y/o externa.
El amor puede generar patologías y puede partir de éstas. Un amor loco es el peor de los amores que la persona puede sentir, se trata de un amor delirante, significa que sólo se es querido como la persona quiere querer, el deseo del amado queda borrado, la capacidad de amar libremente es anulada y la volición del sujeto en cuanto deseante es obliterado, dejado a merced de un delirio de amor. De una necesidad de evacuación, como podríamos decir siguiendo a Freud o Klein, por ejemplo.
El amor delirante puede verse inscrito en una pareja, la folie à deux, desustanciado por el DSM como “trastorno psicótico compartido”, se trata de una patología que resulta un NAPALM vincular para aquellos que puedan estar cerca del radio de acción de ese amor y de su predicativa narrativa delirante.
En teoría y en la clínica suele haber un inductor, esto es, uno de los dos miembros construye una estructura hermética, bien armada, desde donde hay que pensar, respetando esos límites se está sometido sólo al daño debido al ser consciente de la angustiosa situación. Siempre y cuando la persona no se vea inscrita involuntariamente o contagiada por esa trama delirante y se derrumbe. Dejando a un lado su capacidad de pensar y sentir para someterse al imperioso deseo del otro.
En teoría nos cuentan que el inductor suele ser más hábil e inteligente, esto no es cierto, el inductor suele estar más “loco”, necesita más que el otro, para que se adhiera a su discurso insólito, que apuntale sus fallas con narrativas fantásticas que pueden ser en ocasiones pseudologías. La situación del segundo de a bordo es bien delicada, debe intentar adherirse a dicha trama sin renunciar al contacto con la realidad.
No es fácil puesto que ese inductor no admite un tercero que pueda pensar distinto, la discrepancia es locura o necedad, se niega todo aquello que le separa del camino de su dogma. Una vez se está jugando a esta dinámica psicótica no hay conciencia de estar participando en ella, es la “normalidad”, las disensiones u opiniones de terceros son amenazantes, calumnias o locuras, fenómeno proyectivo evidente.
La estructura de la razón y sus derivados analíticos poco pueden calar en tan férrea figura, la convicción de dichos principios, el mantenimiento firme en esas ideas es la manera de compartir techo y lecho, si hubiera divergencias existiría una agresión, de alguna forma hay que restaurar el equilibrio delirante para mantener el status alcanzado. En definitiva mantener la locura compartida tiene un elevado coste, el de dejar la realidad al margen, tener contactos superficiales con terceros y avasallar a los más cercanos, incluso pudiendo ahogar y aniquilar en el caso de que se piense de manera distinta, como ser libre e independiente. Circunstancia muy peligrosa en el seno de dichas estructuras psicóticas.
No hace falta que haya floridas alucinaciones, evidentes tramas delirantes ni nada demasiado pintoresco, aunque un análisis minucioso puede hacernos detectar que hay algo que apunta a este tipo de patologías. No estamos hablando de sucesos para filmar una película, porque no son explícitos ni manifiestos. Son movimientos sofisticados, sibilinos, manejados con una argucia y precisión de cirujano, con un sadismo oral que nace del impulso canibalístico de atrapar al otro para la causa. En nuestro trabajo con niños y adolescentes sería interesante el poder detectar este tipo de estructuras en familias para poder desanudar estos discursos que mantienen jugando al muchacho al control omnipotente del director de juego. Los niños quieren ser Máster de juegos de rol, no quieren verse sometidos, les gusta imaginar lo que va a pasar y elegir sus manejos. El verse sin armas, sin capacidad de maniobra, sin capacidad para elegir, para pensar, para expresar su punto de vista sin ser censurado puede ser vivido como quizás lo que puede ser, una forma de maltrato psicológico fruto de una estructura de amor enferma, en particular una folie à deux, una locura compartida.
Así pues, el amor es una fuente de narcisización eficaz para la génesis de un individuo sano, a través de ese estadío del espejo lacaniano, vía madre suficientemente buena, con un holding, etc... En esta estructura, esto mencionado sobre Lacan y DWW no es posible, el espejo está deformado, queda devuelto en esa imagen fragmentos de una realidad distorsionada que provoca que se vaya generando en el otro una imagen inconsciente de si mismo (F. Doltó) disociada, deformada y en el peor de los casos mutilada. Arrastrando una existencia sin sentido, el que haya la sensación de “abandónico” y correlatos fenomenológicos de Trastorno de Personalidad para un profesional de la salud que no contemple la estructura desde donde surge la identidad debilitada y mermada.
La solución es lo más complicado sin lugar a dudas. El psicoanálisis siempre ha trabajado con un análisis de tipo individual, esta forma de atención es siempre insuficiente para esta patología aunque la persona que porta el mayor grado de psicopatología la mayoría de ocasiones no quiere acudir a consulta porque no tiene conciencia de enfermedad, diría: “El problema no lo tengo yo, lo tiene X”.
De este modo la estructura delirante se consolida, la amenaza se disipa y las ansiedades persecutorias relacionadas con ese otro-terapeuta son eliminadas de cuajo.
Una forma de psicoanálisis vincular podría ser el futuro (J. Puget, I. Berenstein, S. Kleiman, entre otros). Si el terapeuta no se siente cómodo se puede atender también a lo que se llama en teoría de la comunicación P.I. (Paciente Identificado) y hacer al mismo tiempo una terapia de familia. El psicoanalista, o psicoterapeuta debe conocer el alcance de su saber, de su acción y las limitaciones de la estructura con la que trabaja, así como los efectos patógenos que conllevan.


Rodrigo Córdoba Sanz, 12 de Octubre de 2008.