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Paz y Ciencia

lunes, 31 de diciembre de 2007

Nightwish, la niña de los Sueños. (I)

Cuenta esta historia que hace mucho tiempo, en un reino donde había gruesa suciedad en las calles y ampulosos jardines imperiales llenos de verde cubierto de rocío también existían los sueños. Por ese paraje sin parangón caminaban, aún inocentes, dos varones y una muchacha jugando a caballeros.
Un buen día, en uno de sus paseos pertrechados por la guardia real, la niña vio a un joven ensimismado que llevaba consigo un libro y un lápiz en la oreja. El joven casi es atropellado mientras los caballos avasallaban al pueblo llano, que bastante tenía con inclinarse ante la majestuosa presencia infantil.
La niña regresó a Palacio pensativa, dudando y sintiendo que esa vida tan hermosa que le habían inculcado quizá sólo fuera una quimera, algo difícil, basado más en la arquitectura de la sangre que del poderoso deseo.
La niña decidió callar, trabajadora siguió sus estudios muy interesada en todo lo referente a la letra, a la historia, filosofía, biología y la mente. Para ella la libertad empezó a cobrar tintes de magenta con espolvoreado de oro.
Sintiéndose apresada guardó con celo sus anotaciones mientras esperaba ver de nuevo a ese muchacho, quería escuchar y ver cara a cara a un chico de su edad. Quería hablar con alguien que no fuera esclavo de las normas encorsetadas de Palacio, quería saber cómo podía elegir Ser uno cuando no debía rendir pleitesía.
Tiempo después la muchacha con su caballo serpentearon las calles una vez más hasta encontrar al joven. Llevaba los pantalones algo raídos y una camisa negra con las mangas rotas. Estaba sentado en la pared de una casa, en la calle, cerca del mercado donde vendían tomates y gallinas.
Se acercó a él por curiosidad, le fascinaba cómo un chico tan joven podía estar absorto en los libros ante tal algarabía.
Nightwish se acercó a preguntarle qué leía.
No ves que me molestas –explicó huraño el muchacho, desconcertado por la interrupción-.
Pareces un chico interesante pero tienes mala uva.
Eso es cierto –contestó el joven- a decir verdad no tengo comida y por su fuera poco tampoco a nadie que me la prepare. Vivo hurtando pocas monedas para llevarme a la boca un mendrugo de pan. Mientras cojo fuerzas y valor prefiero evadirme de este mundo construyendo, yo mismo, con el soporte de un libro, una realidad donde sumergirme y no ver lo que de verdad me atormenta.
No debemos ser tan distintos entonces –dijo la doncella-.

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