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jueves, 29 de julio de 2021

Frases de Fritz Perls

 


Fritz Perls (1893-1970) fue un médico psiquiatra y psicoanalista alemán que, junto a su esposa Laura, psicóloga, desarrolló la Terapia Gestalt. Esta selección de algunas de sus frases nos permite acercarnos a su enfoque vital y terapéutico y nos ofrece valiosas reflexiones a tener en cuenta:

1- Si necesitas los halagos y las palmaditas en la espalda de todo el mundo,
estás convirtiendo a todo el mundo en tu juez

Depender de la aprobación externa nos convierte en personas sin autonomía y nos empuja a estar más pendientes de gustar a los demás que de gustarnos a nosotras mismas. Si le damos más importancia al exterior que a nuestro propio criterio, estamos otorgando a nuestro entorno un gran poder sobre nosotros, convirtiéndolos en jueces de nuestra existencia. Cuanta más importancia damos al exterior, menos nos damos a nosotras mismas.  Esta frase nos invita a ser más autónomos y a basarnos en nuestras propias opiniones y necesidades.


2- El pasado sólo es visto a través de nuestros ojos secuestrados por el presente

Es imposible mirar objetivamente al pasado, pues la visión se da desde nuestro ahora, en el que las circunstancias, emociones y vivencias son distintas a las de entonces.

Por un lado, podemos lamentarnos del camino que elegimos porque hemos conocido su resultado, pero olvidamos que en ese momento fue nuestra mejor opción (o la única respuesta que fuimos capaces de dar). Por otro lado, si nuestro presente no es todo lo feliz que nos gustaría, también existe el peligro de idealizar el pasado, quedándonos aferrados a una actitud nostálgica que puede resultar muy perjudicial.


3- Esperar a que el mundo te trate en forma justa porque eres una buena persona
es lo mismo que esperar que un toro no te ataque porque
 eres vegetariano

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Tratar bien a las demás, ser justas, empáticas y tener buenas intenciones son comportamientos que no garantizan que las circunstancias nos sean favorables o que los que nos rodean nos traten de la misma manera.

Actuar a partir de nuestros valores debe ser una manera de estar bien con nosotros mismos, de desarrollar una actitud de coherencia interna. De lo contrario, puede ser una forma de protegerse («te trato bien, no me hagas daño») de intentar obtener el mismo trato por parte de las demás («te trato bien, trátame igual») o de exigir que todo el mundo vea, sienta o actúe como yo lo haría. De alguna manera, eso se convierte en mercantilismo, en una forma de intercambio y no en una verdadera actitud de bondad desinteresada.


4- La angustia siempre es el resultado de alejarse del ahora.
La angustia es la brecha entre el «ahora» y el «después»

La vida no es más que un constante «aquí y ahora», un presente continuo que sólo podemos apreciar si estamos en una actitud de conciencia en el momento que estamos vivendo. Si lográramos estar siempre «aquí y ahora», desaparecerían nuestros problemas de ansiedad, estrés, depresión, etc…

Cuando nos vemos sobrepasados por nuestro pasado o excesivamente preocupados por el futuro, es recomendable realizar una revisión de aquellos aspectos que no logramos gestionar. Desarrollar una actitud de conciencia en el momento, apartando las preocupaciones sobre el «después» (futuro) y las experiencias de «antes» (pasado), nos libera de mucha carga mental, física y emocional y nos acerca a un estado de mayor presencia y bienestar.


5- No busques la felicidad. La felicidad sucede, es una etapa transitoria

«Ser felices« se ha convertido en una obligación, en una meta tan imposible como frustrante. La felicidad entendida como emoción intensa, es un estado provisional. En lugar de esforzarnos en mantener una imposible condición de felicidad extrema, mejor ocupémonos en cultivar otro tipo de felicidad, una actitud de paz y bienestar internos a través de acciones sanas y coherentes con nosotras mismas.


6- Las emociones no son molestias que deban ser descargadas.
Las emociones son los motores más importantes de nuestro comportamiento

Todas las emociones que sentimos tienen un mensaje que darnos. En la sociedad actual, enfocada totalmente en los resultados y el intelecto, a menudo obviamos y reprimimos nuestro mundo emocional, callándolo o ignorándolo sin gestionarlo adecuadamente. Aprender a aceptar, tomar conciencia y trabajar nuestras emociones es imprescindible para vivir de forma equilibrada y saludable.


7- El loco dice: “soy Abraham Lincoln”, el neurótico: “ojalá yo fuera como Abraham Lincoln”, y la persona sana: “yo soy yo, y tú eres tú”

La mayoría de nosotrxs entramos en la categoría de «locos» y «neuróticos»: creemos ser distintos de lo que somos (por no darnos cuenta de cómo realmente somos) o estamos en una constante comparación con el exterior, buscando parecernos a unos modelos impuestos por la sociedad, el entorno, o una idea propia de cómo «deberíamos ser».

Cuando alguien ha alcanzado un cierto grado de conciencia, deja de compararse, se acepta a sí misma con sus virtudes y defectos e invierte sus energías en su propio crecimiento en lugar de esforzarse en ser quien no es.


8- Sin toma de conciencia no hay nada,
ni siquiera el conocimiento de la nada

El primer e imprescindible paso para realizar cualquier cambio es darnos cuenta de las cosas. Sobre todo ¡necesitamos darnos cuenta de que no nos damos cuenta! Hasta que no iniciamos un proceso de autoconocimiento profundo, somos muy ajenos a todo lo que se oculta bajo nuestras motivaciones, reacciones, miedos, pensamientos… solamente conocemos nuestra «punta del iceberg». Cuando nos hacemos conscientes de ello podemos empezar a actuar sobre lo que nos aleja de nuestro bienestar y desarrollar nuestros propios recursos.


9- Es muy raro que las personas puedan hablar y escuchar.
Muy pocas escuchan sin hablar

La mayoría de las veces no estamos en una actitud de escucha sino que más bien callamos para poder contestar. Sabemos lo que queremos decir y esperamos para decirlo, pero sin estar realmente atentas a la otra persona. La comunicación verbal puede ser el caldo de cultivo perfecto para dar rienda suelta a nuestras neuras, tanto a la hora de expresar algo como de entender la información que recibimos. Desarrollar una escucha verdadera, más empática y consciente es clave para comunicarnos mejor.

orejas de entender bcn gestalt


10- Algunas personas son verdaderos coleccionistas de lamentos. No hacen más en sus vidas que juntar desgracias que jamás dejan salir. ¿Se pueden imaginar qué poca vitalidad les queda para vivir?

Hay personas que viven instaladas en el victimismo, el sufrimiento y la queja. Incapaces de darse cuenta de la parte positiva de sí mismas o de su vida, suelen estar muy necesitadas de atención y cariño, que reclaman a través de su máscara de víctimas. En esta actitud queda muy poco espacio para lo placentero, el descanso, lo positivo… queda poca energía para vivir.


11- Amigo, no seas perfeccionista. El perfeccionismo es una maldición y un esfuerzo.
Es perfecto si te dejas estar y ser.

El perfeccionismo (muchas veces visto como una virtud) es en realidad una gran fuente de malestar. En un punto equilibrado nos mueve a dar lo mejor de nosotros, pero llevado al extremo se convierte en un monstruo insaciable. Eso nos lleva a estar siempre disconformes con lo que hacemos y somos, escondiendo una cierta vanidad, una pretensión de «ser perfectos», sin aceptarnos con nuestras luces y nuestras sombras.


12- No estoy en este mundo para cumplir tus expectativas y tú no estás en este mundo para cumplir las mías

Muchas veces, más que por nuestros propios deseos y necesidades, nos movemos por cumplir las expectativas de nuestros padres, de la sociedad, de nuestras parejas… De esta manera acabamos viviendo la vida de otros y poco a poco quedamos «desdibujadas», sin un propósito o identidad propios. Otras veces exigimos que las personas de nuestro entorno cumplan nuestras propias expectativas, desarrollando una actitud egocéntrica y demandante.

Esta frase nos recuerda la importancia de asumir la responsabilidad sobre nuestra propia vida y encontrar un equilibrio para relacionarnos de forma sana, respetándonos a nosotras mismas y a las demás.

BCNGestalt

domingo, 11 de julio de 2021

Claudio Naranjo: Ascenso y Descenso de la Montaña Sagrada

 

CLAUDIO NARANJO

Rodrigo Córdoba Sanz 
Psicólogo Psicoterapeuta Psicoanálisis Humanista.
Zaragoza (Gran Vía), Presencial Y Online.
IG: @psicoletrazaragoza

En sus memorias -tituladas Ascenso y descenso de la montaña sagrada-, el reconocido siquiatra no sólo repasa su nutrido camino profesional. También su ruta más íntima, la de los vínculos familiares. Habla del desamor de sus padres, de las esquirlas que eso le dejó y de cómo su hijo fue una tabla de salvación. Aunque haya una tragedia incluida.

Claudio Naranjo, un zombi y el corazón endurecido.

En sus memorias -tituladas Ascenso y descenso de la montaña sagrada-, el reconocido siquiatra no sólo repasa su nutrido camino profesional. También su ruta más íntima, la de los vínculos familiares. Habla del desamor de sus padres, de las esquirlas que eso le dejó y de cómo su hijo fue una tabla de salvación. Aunque haya una tragedia incluida


Esa madre, que se llamaba Julia Cohen, es uno de los personajes de los que Claudio Naranjo más escribe en su recién publicada autobiografía Ascenso y descenso de la montaña sagrada. En el libro hay, claro, un recorrido por lo que uno ya sabe de un hombre como Naranjo: que es un reconocido siquiatra, que es seguido como rockstar y rebalsa auditorios con sus conferencias, que de joven se ganó las becas Guggenheim y Fullbright, que tiene posgrados en universidades norteamericanas y es doctor honoris causa en varias otras, que ha escrito decenas de libros, que ha sido un médico poco convencional, que en sus tratamientos usó alucinógenos que él mismo experimentó, que se convirtió en referente de la terapia Gestalt y la sicología transpersonal -donde no sólo importa la mente, sino también el espíritu-, que ha usado la música y la meditación como armas terapéuticas. Todo eso está en las 800 páginas de este libro. Pero lo que más sorprende, por el desgarro y la honestidad que tiene, es el viaje interior por sus afectos. Una ruta que, según él, comenzó con el desamor.

-Cuentas que tu madre, que estudió Derecho y Periodismo, era una mujer muy ilustrada, amiga de intelectuales, gran anfitriona. Pero que era escasamente tierna y muy desconectada de su maternidad. ¿De qué manera eso te resintió?

-Bueno, cuando uno no tiene algo, a veces ni siquiera quiere imaginarse qué es lo que le falta. No tengo el recuerdo de querer que mi madre me quisiera de una manera que no me quería, era como un mundo desconocido para mí eso del amor. Pero no ser visto, no tener un retorno, me dejaba seco. Es como lo que han descubierto en estudios con macacos: que si un macaco no tiene una madre peluda a la cual aferrarse, después no tiene capacidad maternal. El desarrollo del amor requiere que uno haya recibido amor. Así que yo fui una persona muy poco empática, muy aislado, muy poco interesado en los demás. Yo uso mucho la palabra zombi, yo creo que fui un zombi.

-Qué fuerte reconocerse zombi.

-Sí. El camino mío ha sido como un empezar a sanar desde que tengo memoria. No me ha interesado otra cosa en la vida que, como Pinocho, llegar a ser una persona de verdad.

-Lo escribes en tu libro: "Crecí aislado en mi propio mundo, con escasa experiencia de los demás y de mí mismo. Aprendí a no molestar y a esperar sin reaccionar. Aprendí a estar solo, sin sentir soledad, sin sentir nada, convirtiéndome en algo como un zombi".

-Sí, y eso tuvo mucho que ver con mis primeras experiencias al nacer, como la que te conté de no poder sacar leche de la teta de mi madre.

-¿Pudo darte leche finalmente?

-No, me cambiaron a la mamadera. Y yo preferí la mamadera, lo que en cierto modo fue simbólico: que prefiriera el mundo de las cosas al mundo de las personas.

-¿Cómo de niño buscabas llamar la atención de esa madre desconectada de ti?

-Mi madre me mandó interno desde los 7 años y no era claro por qué, pero yo en mi calidad de zombi ni siquiera se me ocurría preguntarle por qué viviendo a sólo 20 minutos del colegio me ponía interno. Entonces, hice un razonamiento implícito de que la única forma de tener amor de mi madre o interesarla era ser un buen alumno. Me volví más intelectual por esta necesidad de decir aquí estoy, existo.

-En el libro dices que en tu infancia la odiaste inconscientemente, y que en la adolescencia el odio hacia ella fue consciente.

-Sí, recuerdo muy bien que a eso de los 14 años yo quería darle patadas a mi madre en la cara y me parecía sumamente injusto cuando ella, supuestamente, era tan buena madre. Para mí no había la idea de que ella me hubiera fallado, de que por alguna razón justa yo pudiera estar enojado, entonces me parecía una aberración odiarla, me sentía un monstruo de tenerle tanta rabia.

-Pero la rabia estaba…

-Claro, estaba. Y tuve que dedicarme a la sicoterapia para sacar esa rabia, para tratar de entenderla, por último para dejarla de lado.

Ser padre

El padre se llamaba Vicente Naranjo. Era el proveedor del hogar, trabajaba como tesorero provincial de Valparaíso y estaba poco en casa. Sí se daba el tiempo de plantar naranjos en el patio. Era muy distinto a su esposa, Julia, pese a que ambos eran librepensadores y viajeros. Él tenía una biografía más humilde, que esta mujer con ascendencia francesa miraba no pocas veces con desdén. Con los años terminaron separándose.

Claudio Naranjo fue hijo único. Y se daba cuenta de las diferencias entre sus padres. Incluso en detalles cotidianos: "Cuando viajaba con ellos en coche y la radio estaba encendida, mi madre elegía la música clásica; y mi padre prefería la música popular".

-Pero tampoco lograste una conexión con tu padre. Intentaste amarlo, pero él siempre se mantuvo lejos y delegó todo lo tuyo a tu madre, mientras tú lo idealizabas a la distancia.

-Así fue. Yo diría que siempre he andado buscando a un padre, también sin darme cuenta; que he buscado gente a quien admirar.

-¿Y esta carencia del padre fue distinta a la de la madre?

-Diría que sí. Mi padre era más maternal que mi madre, tenía un contacto más fácil, era más protector, más tierno; sólo que no lo fue conmigo, porque mi madre tenía una actitud muy posesiva conmigo. Cuando conocí a Bob Hoffman, un gran clarividente, él me dijo esto: que veía a mi padre acercarse a mi madre cuando yo recién nacido estaba en los brazos de ella; que mi padre quiere tomarme en brazos y mi madre se escandaliza ante la idea de que lo haga porque no está esterilizado. Hoffman me dijo que mi padre se enojó y tuvo una actitud de "bueno, quédate con tu chiquillo, yo me desentiendo". Y eso fue lo que yo siempre sentí: que mi padre no se metió, se alejó, renunció a ser mi padre. Así que yo sentía en mi padre una persona humana, querible y cariñosa, pero que se había retirado de mi vida y yo no entendía por qué.

-¿Qué pasa con todo eso cuando a ti te toca ser padre? ¿Repites el molde o te conviertes en el padre que a ti te habría gustado tener?

-Hubo un elemento de no querer ser como mis padres. Al ser yo padre, quise muy especialmente que mi hijo fuera libre, pero eso no fue solamente una rebelión al ambiente convencional en torno a mí, había también un elemento de experiencia directa. Para mí fue muy cierto lo que leí que decía Dostoievski: que con un hijo todo se puede hablar, y que un niño es un ser maravilloso. Tenía yo esa percepción del niño como algo cuasi divino, que no se ha ensuciado en el mundo todavía. Entonces sentí una responsabilidad de tratarlo como alguien que, por una parte, tiene una gran altura en su conciencia aunque no sepa del mundo, pero que se merece que todo se le explique bien y honestamente. No quería repetir mi propia infancia, en que todo se hacía sin consultar conmigo y como en automático.

Matías Naranjo Bruna nació en Santiago, el 27 de enero de 1959. El mismo día de Mozart, escribe su padre Claudio en el libro. Él también le eligió el nombre: asoció Matías al sánscrito "mat" -alusivo a la sabiduría- y a la terminación "ías", que según él era un sonido que visualizaba como una línea ondulante y le sugería la trompa de un elefante. "Matías fue como una gota de alegría en mi vida", escribe en su autobiografía.

Claudio Naranjo se separó de su esposa, Cecilia Bruna, cuando el niño tenía 4 años. Claudio, que estaba instalado en Berkeley, Estados Unidos, comenzando una carrera sólida como terapeuta, lo veía por temporadas cuando venía a Santiago. Cuando unos años después la madre de Matías se trasladó a París, decidió dejar al hijo con el padre. El chico llegó a vivir a Berkeley a fines de los años 60.

-Tenías una relación cercana con tu hijo. Aunque también reconoces una paternidad insuficiente, que te sentías poco preparado para eso.

-Sí, en cierto modo olvidaba a Matías emocionalmente. Recuerdo haber tenido sueños en que lo llevaba en un maletín; él ya no era una persona más en el mundo de las personas, sino un objeto en el mundo de mi trabajo. Me parecía monstruoso eso, pero me pasaba.

-Me pareció una relación con culpa de tu parte, por la separación con su madre, por no verlo con frecuencia... ¿Cómo se quiere cuando hay sensación de deuda?

-La deuda me recargaba el ánimo, pero no creo que me quitara capacidad de amor. Lo que me quitaba capacidad de amor era que simplemente yo era una persona de corazón chico, de corazón estrecho desde la infancia.

-Tú hablas de un corazón endurecido. Herencia del niño zombi, supongo.

-Claro; el zombi era ya menos zombi, pero algo quedaba de ese mal, de ser una persona fría.

Tendría que ocurrir una tragedia, el dolor más profundo de todos, para que ese corazón endurecido de Claudio Naranjo se ablandara. Se rajara por dentro. Se partiera en dos.

Por fin el amor

Fue en Semana Santa de 1970. Claudio Naranjo andaba por viaje de trabajo en San Francisco. Matías, su hijo, se había ido con unos amigos del padre a un paseo en otra localidad de California. En el camino, el auto en que iba el niño se desbarrancó. Varios ocupantes quedaron heridos. Matías murió de inmediato. Tenía 11 años.

Un policía llamó al padre a las 5 de la mañana para avisarle. Claudio Naranjo estaba en la pieza de su hotel. Dice que se puso de rodillas en la cama y dio golpes de puño contra ella. Lo que sentía, lo define como "una avalancha de dolor". Lloró por varios días.

Hasta que en un momento se dio cuenta de que sus "lágrimas estaban equivocadas". Que para que la muerte de Matías no fuera en vano, él debía encontrarle un sentido. Y que eso partía en el lado izquierdo de su pecho. "Fue como sanar de mi mal. Mi mal era esa insensibilidad, esa anestesia emocional, pero con la muerte de Matías se me rompió ese velo sobre el corazón".

-En el libro dices que la muerte de Matías fue "la manera en que Dios golpeó mi corazón endurecido".

-Exactamente, me imaginaba que Matías había venido al mundo para hacer eso por mí: golpearme el corazón y rajármelo, para que yo pudiera sentir el dolor y empezar a amar al mismo tiempo.

-Romper ese corazón de zombi.

-Sí, ese corazón de zombi.

-Había una misión, entonces.

-Desde que Matías murió, la imagen era como si él hubiese venido al mundo para morir, para darme la experiencia de su muerte y así despertarme. Que eso fuera una voluntad superior puede estar sugerido en que su muerte ocurrió el Sábado Santo.

Tres meses después de la muerte de su hijo, Claudio Naranjo se fue 41 días al desierto en Arica. Estuvo solo, meditando y contemplando la naturaleza. Abriéndose, a sus 37 años, a lo que llama una nueva vida. Centrada en la espiritualidad y en el amor. A sí mismo y a los demás. Que es parte importante del trabajo que ha desarrollado como terapeuta.

"En mi retiro en el desierto en Arica había un propósito de iluminación, de realización mística. Era como si no contento con haber salido de la anestesia emocional, no contento de que la muerte de Matías había cumplido su propósito, no contento con que esa muerte había tenido el sentido de despertarme emocionalmente, quería yo usar esa circunstancia para ir más allá. Me sirvió de gasolina para hacer el trabajo que necesitaba en el desierto, para seguir los trabajos que me estaban pre-escritos. Fue como una elaboración de la muerte de mi hijo", dice.

-Otras muertes no te afectaron tanto. Pienso en la de tu padre, en un accidente. O la de tu madre, cuando era ya una señora octogenaria y enferma.

-Sí. La de mi padre, fueron apenas unas pocas lágrimas. La de mi madre, nada. En su funeral sonreía casi extático, con la idea de que ella estaba contenta de irse. Me dijo por teléfono cuando la llamé antes de viajar a verla por última vez: "Aquí estoy con vida, pero no sé si es castigo o regalo".

-En el libro dices que con el tiempo has tratado de amar a tus padres. ¿Lo lograste?

-Sí, es una de las cosas que he alcanzado. Ya no puedo decir que estoy disgustado por la vida que me tocó. Me reconcilié hace mucho con eso, entendiendo que estamos en un universo causal, que todo es de la única manera que pudo ser y que ellos no tuvieron alternativa. Lo hablamos con mi madre en vida y ella me pidió perdón; así que antes de que muriera yo ya la había comprendido y me había reconciliado con ella.

Claudio Naranjo queda en silencio. Por el teléfono -él está viviendo en Barcelona- sólo se escucha su respiración y el golpeteo de su mano izquierda sobre una mesa, porque hace un tiempo empezó con temblores que la ciencia no ha podido explicar. A sus 86 años, este hombre tiene la salud resentida. Al inicio de la conversación contó que en estos últimos doce meses ha estado seis veces hospitalizado. La última fue en enero en Udine, Italia. Le dan bronquitis espásticas que lo asfixian, y le dejan los minutos justos para llegar a un hospital. Por prescripción médica tiene prohibidos los viajes largos. Sólo hará uno más, a mediados de año, para ir a desarmar su casa en Berkeley y para despedirse de su antiguo maestro budista, antes de regresar a instalarse a Europa. Se dedicará a la vida contemplativa. Ya no dará más conferencias; sólo terminará un par de libros. Quiere concentrarse en sí mismo y prepararse para lo que llama la gran transición.

De pronto, su voz suena de nuevo en el teléfono. Retoma la idea que tenía antes de este silencio. "Sí, a mis 86 años me siento en calma con mis padres", dice.

-Y a tus 86, ¿cómo ves y sientes a Matías, tu único hijo, muerto hace casi medio siglo?

-Siento que Matías estuvo muy cerca de mí después de su muerte, era como si estuviera presente. Y ya no está tan presente, como si lo hubiera olvidado un poco.

-¿Por qué?

-No lo sé, pero es así. Lo quise mucho, lo sufrí mucho, pero no te puedo decir que lo extrañe. Es un poco como si lo hubiera olvidado. Puedo decir que intelectualmente lo extraño, pero no es un gesto emocional, no es un verdadero echar de menos.



jueves, 24 de junio de 2021

Boceto de la Terapia Gestalt

 

FRITZ PERLS

Rodrigo Córdoba Sanz
Psicólogo y Psicoterapeuta.
Teléfono: 653 379 269
IG: @psicoletrazaragoza
Website:Conóceme


La Terapia Gestalt es una terapia perteneciente a la Psicología Humanista(o Tercera Fuerza), la cual se caracteriza por no estar hecha exclusivamente para tratar enfermedades, sino también para desarrollar el potencial humano.

La publicación, en 1951, de Gestalt Therapy: Excitement and Growth in the Human Personality, (conocido también como PHG, por las iniciales de sus autores), y escrito por Paul Goodman y el catedrático de psicología de la Universidad de Chicago, Ralph Hefferline, a partir de un manuscrito de Fritz Perls, establece las bases fundamentales de la terapia Gestalt.

La terapia Gestalt se enfoca más en los procesos que en los contenidos. Pone énfasis sobre lo que está sucediendo, se está pensado y sintiendo en el momento, más que en el pasado. En este sentido, se habla del aquí y ahora, no para dejar de lado la historia de la persona, sino que esta historia se mira desde el presente, cómo se viven, afectan, etc.… los hechos pasados a día de hoy. La persona es quien es, entre otros, por lo que ha vivido.

Desde esta perspectiva, se utiliza la aproximación fenomenológica y el método del “darse cuenta” (awareness), prestando atención a las percepciones, impactos emocionales y cómo hacemos con esto, cómo actuamos. El terapeuta devuelve al paciente justo esto, dejando a un lado los prejuicios y adoptando la postura de “no saber”, no dando nada por supuesto. Con esto, se pretende que la persona sea consciente de cómo impacta y es impactada por su entorno, haciendo más consciente su manera de hacer, así como la vivencia de ello, con lo que podemos discernir qué son respuestas fijadas del pasado, que a día de hoy ya no tienen sentido, y descubriendo nuevas maneras de hacer que le sean más útiles, aprendiendo a adaptarse y ajustarse a cada situación.

La Terapia Gestalt también es heredera de la Teoría de Campo de Kurt Lewin, de donde extrae que el organismo (en este caso el individuo) es inseparable, indivisible del entorno, por lo que afecta y es afectado por este. La Gestalt, deja de mirar al individuo aisladamente para considerarlo un elemento más de la situación, de tal manera que la persona crea y es creada por la situación, es actor y actuante de ella.

El objetivo de la Terapia Gestalt es ayudar al paciente en su problemática, haciéndole más consciente de cómo ha llegado hasta el punto en el que se encuentra y cómo aprender a hacer de otras maneras, devolviéndole la capacidad de elegir que opción quiere tomar para afrontar la vida, ampliar el campo de posibilidades y dejar de reducirla a una o unas pocas opciones (adicciones, depresión, ansiedad, etc.). Gracias a esto, la persona puede conocerse mejor y recobrar la creatividad perdida.

jueves, 21 de enero de 2021

Aquí y Ahora


 La idea de «el aquí y el ahora», de la experiencia inmediata y del presente, es uno de los principios más importantes y a la vez más difíciles de mantener cuando se realiza la terapia gestáltica. ¿Por qué? Por la sencilla razón que las personas tienden a hablar continuamente del pasado y de sus experiencias como si fueran hechos históricos.
Por eso, con el objetivo de fomentar la conciencia del ahora, se les sugiere que se comuniquen en tiempo presente. Para lograr este objetivo se les suelen hacer las siguientes preguntas: ¿Qué te está pasando ahora mismo? ¿De qué tienes conciencia ahora? ¿Qué estás sintiendo en este instante? ¿Qué necesidad sientes que está surgiendo en ti en este momento? De esta forma se promueve un intercambio en «aquí y ahora».
Obviamente, esto no significa que el material pasado no tenga importancia pero en la Terapia Gestalt se intenta incorporar ese material a la experiencia presente, y para ello, cuando surge, se le pide a la persona que lo haga y lo exprese como si lo estuviera viviendo ahora mismo, como si ese sentimiento que ha aparecido estuviera sucediéndole ahora. Así se evita así el «sobreísmo», es decir, hablar acerca de algo en lugar de sumergirse en esa situación.
El «sobreísmo» hace que se pierda la intensidad que estaría presente en el caso de traer la experiencia al aquí y el ahora. De esta manera, en la Terapia Gestalt se intenta discernir la necesidad que tiene la persona de hacer intervenir en el diálogo a personas ausentes, la nostalgia que lo lleva a rememorar y volver al pasado, su tendencia a ocupar la mente con temores y fantasías acerca del futuro y todo lo que le perturbó esa experiencia del pasado.
Siguiendo a F. Huneeus, el «aquí y ahora» podríamos definirlo como un estado en que la persona está consciente únicamente de la experiencia sensorial generada en este preciso instante. Lo que está viendo con sus ojos, escuchando con sus oídos y lo que está sintiendo en el plano kinestésico. Es el estado sin diálogo interno, sin fantasías visuales de ninguna especie y, por lo tanto, sin deseos u otros estados emotivos suscitados por ellas. Es el estado presente, sin conciencia del pasado ni del futuro.

Evidentemente, en nuestra vida cotidiana no podemos estar constantemente en el «aquí y ahora» porque vivimos en sociedad por lo que necesitamos imaginar por lo menos un futuro próximo y aprovechar nuestras experiencias pasadas y nuestros recuerdos para sobrevivir y manejar la vida. No obstante, esto no significa que en determinados momentos no sea oportuno abandonarse única y exclusivamente al «aquí y ahora», sobre todo cuando queremos disfrutar al máximo de las sensaciones placenteras que nos brindan algunas situaciones como las relaciones en pareja o con los hijos.

Perls distinguía tres tipos de filosofías. La primera es lo que él llamaba el sobreísmo. En esta filosofía se habla  de las cosas, se habla «acerca de» y «sobre» ellas, sin llegar a sentirlas jamás. Dentro de este tipo de filosofía podemos encuadrar las ciencias, donde se dan explicaciones y más explicaciones sin llegar a la experiencia directa y enriquecedora, aquélla que nos hace crecer y cambiar, que nos permite mayores aperturas, y contactos más ricos.
La segunda es lo que él llamaba el debeísmo. Dentro de esta filosofía encuadramos la moralidad con sus continuos deberías;: «Deberías ser de esta manera o de esta otra«, «Deberías cambiar esto o aquello«, «Deberías no haber hecho esto o aquello«… Es la filosofía de las prohibiciones y de las órdenes.
Sin embargo, y a pesar de que la gente repite continuamente estas ideas y pensamientos, la experiencia nos demuestra que los «deberías» rara vez son llevados a la práctica, mientras que, por el contrario, nos provocan sentimientos de malestar y de culpa cuando no los realizamos. Como sabemos, los sentimientos de culpa esconden sentimientos agresivos hacia las personas hacia las que se tienen estos sentimientos. A menudo los sentimientos de culpa desaparecen cuando los hacemos conscientes y los expresamos directamente o a través de una silla caliente.
La tercera filosofía propuesta por Perls es el existencialismo, que intenta trabajar con el principio del darse cuenta y del aquí y el ahora, con la experiencia inmediata, las sensaciones y las necesidades. Dos de las grandes aportaciones del existencialismo a la terapia gestáltica son la responsabilidad y el suavizar las normativas sociales y morales.
Obviamente, reconocer qué pautas de comportamiento asumimos ante las diversas situaciones y vivir según el principio del «aquí y ahora» no solo puede aplicarse por los profesionales de la Psicología sino que también puede ser puesto en práctica en la vida cotidiana. De esta forma, podemos vivir con mayor plenitud cada momento.
Fuente:
Martín, A. (2006) Manual Práctico de Psicoterapia Gestalt. Bilbao: Desclee de Brouwer.

Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo Clínico. Psicoterapeuta. Psicoterapia Integradora. rcordobasanz@gmail.com.        Página Web: Psicólogo y Psicoterapeuta Zaragoza