Charles Baudelaire fue el poeta precursor de simbolistas, parnasianos, modernistas, de la vanguardia latinoamericana y de todo poeta maldito. Su influencia traspasó el mundo de la poesía y cambió la mirada estética general.
Su libro Las flores del mal (1857) es considerado uno de los más revolucionarios y provocadores del siglo XIX. Es un libro que proclama una belleza diferente, a veces perturbadora. Canta a lo efímero, lo que se descompone, a lo urbano y sus habitantes anónimos, a la moral ambigua que se pregunta por el remordimiento y a todo lo marginado y lo tabú (el vino, las prostitutas, los mendigos, el amor lésbico, el sexo).
. El gato
La imagen del gato atraviesa el poemario de Las flores del mal. Esta imagen crea una asociación insólita que pide que miremos el oficio poético de una manera diferente. El gato implica lo voluntarioso, lo caprichoso, lo que no se controla, pero también la gracia y la sensualidad.
A través de él, Baudelaire nos habla de una visión del arte asociada a la magia y lo divino, que nos recuerda el gato como dios egipcio, y, como tal, remite a la perfección, la armonía y la proporción. También habla de la necesidad de la poesía como un bálsamo para la vida del poeta.
I
En mi cabeza se pasea,
como en su propio aposento,
un bello gato fuerte, suave y encantador.
Cuando maúlla, apenas se le oye,
de tan tierno y discreto que es su timbre;
pero su voz, ya se apacigüe o gruña,
es siempre rica y profunda.
Ahí está su atractivo y su secreto.
Esta voz, que gotea y se filtra
en mi interior más tenebroso,
me invade como un verso cadencioso
y me refocila como un bebedizo.
Ella adormece los dolores más crueles
y contiene todos los éxtasis;
para decir las frases más largas
no necesita palabras.
No, no hay arco que rasque
mi corazón, instrumento perfecto,
y que haga con más majestad
cantar su cuerda más vibrante,
que tu voz, gato misterioso,
gato seráfico, gato extraño,
en quien todo, como en un ángel,
es tan sutil como armonioso.
II
De su pelaje rubio y moreno
sale un perfume tan suave, que una noche
me impregné de él porque una vez
lo acaricié, solo una.
Es el espíritu familiar de la casa;
él juzga, él preside, él inspira
cualquier cosa en sus dominios;
¿es quizá un hada, es un dios?
Cuando mis ojos, hacia ese gato que amo
atraídos como por un imán,
se vuelven dócilmente
y miro entonces en mí mismo,
veo con sorpresa
el fuego de sus pupilas pálidas,
claros fanales, vivientes ópalos,
que me contemplan fijamente.
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