Yayo Herrero: “La clave es no destruir las barreras naturales que protegen a la especie humana”.
Todo parece indicar que esta pandemia tiene muchísimo que ver con la crisis ecológica que vivimos. Lo que nos dice el IPBES (Plataforma Intergubernamental sobre la Biodiversidad y los Servicios Ecosistémicos) es que este tipo de pandemias, según se pierde biodiversidad, van siendo muchísimo más frecuentes y más violentas en su letalidad con los seres humanos.
La biodiversidad es la densa red de relaciones que hay entre los objetos vivos y ha sido como una especie de estrategia de seguridad para la propia vida a lo largo de todos los millones de años de evolución. Cuando se pierde biodiversidad, la zoonosis, es decir, la transmisión de virus que proceden de los animales a los seres humanos, es muchísimo más frecuente. Y en un mundo en el que hay millones de virus a nuestro alrededor, cuanta más biodiversidad se pierda más expuestos estamos a ellos. El IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático) alerta también desde hace tiempo de que tanto las pandemias como la recuperación de enfermedades erradicas o el aumento de vectores de infección van acompañando a la lógica del cambio climático.
Por ejemplo, uno de los efectos del cambio climático es una disminución de la rentabilidad de muchísimas cosechas porque la fotosíntesis o las temperaturas o los cambios en las condiciones geofísicas afectan, por decirlo así, a la productividad de la tierra. El hecho de que diga que ese decrecimiento no es una opción sino simplemente un dato es de nuevo responder a lo que nos está diciendo la comunidad científica. En el año 2006 se alcanzó el pico del petróleo convencional, en los años siguientes se ha venido alcanzando el pico de extracción de algunos minerales, otros están próximos a alcanzarse, y pasar de depender del petróleo a otro tipo de fuentes energéticas supone básicamente pasar de depender del petróleo a otros minerales que también son finitos.
Por ello, la clave no es tanto si decrecer materialmente o no hacerlo sino cómo hacerlo.
Se puede abordar, por un lado, como considero se está haciendo ahora mismo, desde una perspectiva, y lo digo provocadoramente, fascista. Es decir, que aquellos países o sectores de población que están amparados y sostenidos por el poder económico, el poder político y el poder militar sigan funcionando con la importación de una cantidad ingente de recursos naturales que vienen mayoritariamente de los países del sur global para sostener esas zonas de privilegio. Ahora mismo, si las vallas que rodean los países ricos, además de no dejar entrar a personas migrantes, no dejaran entrar energía, cultivos o minerales de los países de esas personas, los países ricos no se sostendrían ni dos meses. Todos dependen materialmente de la naturaleza, de los bienes y de los productos de otros territorios que están muy distantes.
Esa es una vía de decrecimiento: que los sectores que viven en lugares más empobrecidos, y me estoy refiriendo a personas que viven en los países del sur global pero también a personas en las periferias de nuestras ciudades o de lugares donde hay mucha gente empobrecida, vaya siendo expulsada a los márgenes de precariedad de la vida mientras hay una población que blinda sus propios privilegios. A mí ahora mismo el separatismo que más me preocupa es el de los ricos. El de las poblaciones ricas que blindan sus privilegios, que tienen vallas unas veces visibles y otras invisibles para sostener sus tasas de ganancia, sus propias condiciones de vida, dejando a cada vez más gente fuera.
La otra forma de afrontar el decrecimiento global de la economía es asumir un proceso de transformación a todos los niveles. Necesitamos economías radicalmente diferentes, que se centren en producir para satisfacer las necesidades básicas de las personas; necesitamos una disputa de la hegemonía política, porque lo que hay ahora mismo no es falta de ideas, no es saber cómo transitar, no es que no haya investigación o conocimiento técnico o desarrollo industrial respecto a las energías renovables. No es que no sepamos cómo producir alimentos, ahí está la agroecología. No es que no sepamos cómo transformar nuestros modelos de ciudad. Estamos lejos de tener una hoja de ruta concreta, pero tenemos muchas, muchas pistas de cómo evolucionar. Lo que hay es un desequilibrio de poder brutal. Ese poder político es clave y para disputarlo, desde mi punto de vista, no solo hacen falta partidos políticos, sino una base social tremenda que quiera, desee y esté dispuesta a trabajar por esos cambios.
Y entonces llega la tercera de las disputas, la de la hegemonía cultural. Necesitamos superar de una forma radical esa “lógica sacrificial” de la que hablaba antes. Estos días de confinamiento han aparecido reflexiones muy interesantes, porque se ha dado un pequeño minuto de lucidez en el que se ha visto la fragilidad del metabolismo económico. Vivimos instalados en un verdadero polvorín, en una situación de riesgo permanente.
Hemos visto cómo de repente se denominaban trabajos esenciales a trabajos de cuidados, a trabajos localizados en los servicios públicos, a transportistas, carretilleras y reponedoras, empleadas de supermercados o de tiendas de barrio, que son normalmente los trabajos peor pagados y que casi nadie quiere, pero que en un momento de crisis se transforman en trabajos esenciales de los que no se puede prescindir. Esa transformación cultural es fundamental y en ella es muy importante que las personas sepamos lo que está en juego. Con el Covid hemos podido asumir medidas excepcionales porque la población sabía que lo que estaba en riesgo era la vida. El problema es que con la crisis ecológica, el cambio climático y el agotamiento de recursos básicos todavía no somos conscientes, al menos de forma mayoritaria, de que lo que está en riesgo es la vida. Y que además hay que ponerse las pilas ya.
Me parece muy importante pensar las medidas postpandemia en el marco de la crisis ecológica que tenemos. No pensar como si eso no existiera y estuviéramos en 1975, cuando la superación de la biocapacidad de la tierra no se había producido. Si ahora mismo no miramos y no buscamos imaginativamente otro tipo de medidas, lo que nos vamos a encontrar es una especie de "efecto rebote". Volveremos a salir en coche individual, volveremos a aumentar la polución, volveremos a estar en condiciones de enfermar… Ahora mismo la incertidumbre es grande y no tenemos ni idea de qué tipo de repuntes puede tener el virus, cómo puede evolucionar.
Pero también se puede ir a mejor. Hay muchísima gente que está señalando que no podemos salir de esta situación abonando el terreno para que se pueda producir otra igual dentro de muy poquito tiempo, que cada vez tendremos posibilidades más escasas de afrontar. Ahora mismo va a haber que invertir unas cantidades ingentes de dinero en recuperar la economía y lo suyo sería no recuperarla como se hizo en 2008, por la vía de precarización, de la privatización y de colectivizar los riesgos del capital, sino poner en el centro la seguridad de las personas. Que vayamos por ahí o no depende, bajo mi punto de vista, de lo que seamos capaces de articular como sociedad. Vamos a necesitar mucha reflexión, pero también mucha organización social y mucha presión. Podemos aprovecharlo para que sea un momento de lucidez que nos permita empezar a caminar en una dirección distinta.
Las ciudades son fundamentales porque se han convertido en los mayores sumideros de energía y materiales, de gases de efecto invernadero, porque han crecido sin observar límites, sin haber previsto una ordenación de territorio que pusiera las necesidades de las personas en el centro.
Necesitamos ir a ciudades policéntricas, donde las personas no se vean obligadas a tener que trasladarse muchos kilómetros todos los días para atender las diferentes dimensiones de su vida. Ciudades en las que la escala del barrio sea importante, que tenga servicios sociocomunitarios donde se puedan atender las necesidades de cuidados, donde se fortalezca y se impulse la cultura comunitaria y organizativa barrial.
No sé si has visto el programa electoral de la alcaldesa de París, que lleva una propuesta estrella, “La ciudad a un cuarto de hora". Es una propuesta en la que intentan replanificar París para que las personas tengan todo lo que necesitan para hacer su vida a menos de quince minutos. Eso implica una transformación del planeamiento y del modelo urbano, pero también, por ejemplo, meterle mano al precio de la vivienda. La gente no vive a dos horas del sitio en el que trabaja por vicio. Vive a dos horas del sitio en el que trabaja porque no hay vivienda que pueda pagar ahí.
En segundo lugar está el modelo de transporte. Necesitamos ciudades donde la bici y caminar sean formas de desplazamiento y de movilidad mayoritarias, y donde aquellas que no se puedan resolver así se puedan solucionar con un transporte público y colectivo. Y además electrificado. Creo que repensar el modelo de transporte es fundamental, con el criterio ecológico de fondo de disminución de la huella ecológica, de los gases de efecto invernadero y de la polución y la contaminación.
El tercer eje tendría que ver con la edificación. Ya hay algunos estudios interesantes que hablan de cómo se podría rehabilitar energética y económicamente la vivienda en nuestras ciudades y también en el campo, para conseguir que los propios edificios no se conviertan en sumideros de energía y en generadores de gases de efecto invernadero, sino que puedan ser productores incluso de su propia energía. Hay muchas propuestas elaboradas desde hace tiempo, que calculan los puestos de trabajo que podrían generar y cómo podría convertirse en un sector orientado a lo social y lo ecológico.
Y el último eje es el sistema alimentario, de tal modo que la apuesta por la agroecología sea clave. También implica importantes cambios en los hábitos de alimentación: productos de temporada, una disminución drástica del consumo de proteína animal, sobre todo en la de origen industrial, productos que vengan de más cerca... Son cambios en los hábitos que poco a poco van asumiendo muchas personas, pero que tienen que ser generalizados y para ello han de ser abordados por la política pública. Nosotros no queremos un modelo en el que algunas personas que tienen dinero van a una tienda ecológica y compran los tomates a cinco euros el kilo. Eso es alimentar una especie de pijoprogresismo que muy pocas personas pueden mantener. De lo que estamos hablando es de la transformación del modelo alimentario, de tal forma que todas las personas puedan acceder a alimentos de calidad, que sean de cercanía, y ahí las políticas de incentivos y penalizaciones y las políticas de estímulos a determinados tipos de producción pueden jugar un papel fundamental.
Claramente todas las iniciativas de la economía social y solidaria son claves. A mí me parecen importantísimas, en primer lugar porque son laboratorios de experiencia, que luego pueden ser llevados a la política institucional, y, en segundo lugar, porque resuelven necesidades concretas de gente. La explosión de solidaridad y el rearme comunitario durante la explosión del Covid ha sido impresionante en barrios, en pueblos, en un montón de sitios. Hay mucha gente que ha puesto energía y tiempo en esas dinámicas solidarias por el bien común.
Ahora, yo creo que también necesitamos que estas ideas adquieran una dimensión y una escala mayor. Impregnar las instituciones y trabajar para que vayan en esa línea. Bajo mi punto de vista y como integrante de los movimientos sociales, creo que hay que conseguir que estos se articulen y sean fuertes. Más que nunca necesitamos sindicatos, asociaciones de familias de centros educativos, asociaciones feministas, ecologistas, pensionistas, personas que trabajan en torno a la diversidad funcional... No pretendo que sea todo un único movimiento, pero sí que la mayor parte de estos movimientos sociales sean conscientes del problema que tenemos en frente, para tratar de caminar y de presionar en un sentido adecuado que consiga esas transformaciones. Yo creo que va a depender mucho, mucho, de la articulación social que consigamos ganar.
Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo Clínico.
Teléfono: 653 379 269 Psicoterapeuta
Gran Vía 32, 3° izquierda.
Página Web: www.rcordobasanz.es
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