— Desde Platón, difícilmente encontrarás filósofo más grato de leer. No toda, pero buena parte de la obra schopenhaueriana está escrita en un estilo llano, entretenido para el lector, salpicada de frases ingeniosas y rotundas, de esas que dan ganas de apuntar inmediatamente en un cuaderno. Schopenhauer desmiente el tópico que vincula la jerarquía de un texto filosófico con la oscuridad de su presentación.
— Ya lo hemos dicho en anteriores entregas: además de la comprensión del mundo mediante el uso de la razón, la otra tarea de la filosofía es ayudar a vivir feliz. Schopenhauer, sin dejar por ello de componer un sistema filosófico original, se interna, y de qué manera, por el camino que en su momento abrió el pensamiento helenístico, regalándonos una serie de inolvidables reflexiones sobre la muerte, dolor, placer, amor, odio… filosofía práctica, pues, y de la mejor calidad.
Son algunas de las razones por las que Schopenhauer ha sido siempre un filósofo popular (queremos decir, medianamente conocido y más o menos leído). Pío Baroja —que debajo de la boina almacenaba más filosofía que la que se puede encontrar en varias cátedras universitarias juntas— lo menciona repetidamente en sus escritos: Kant es Kant y Schopenhauer su profeta. Y sus obras —en realidad, selecciones de citas— siguen vendiéndose bajo títulos espurios, hábilmente maquilladas para mimetizarse en los estantes de libros de autoayuda. Algo comprensible, porque ¿quién seleccionaría Sobre la cuádruple raíz del principio de razón suficiente, o Parerga y Paralipómena, pudiendo escoger El arte de ser feliz, que es tal cual los hábiles editores suelen camuflar a nuestro filósofo?
Pero, apuntará el sagaz lector, ¿cómo encaja tanto consejo sobre la felicidad de la vida con que Schopenhauer sea considerado el padre del pesimismo metafísico? La clave está en el punto de partida: para nuestro filósofo, toda existencia es, de entrada, desgraciada. Lo único que puede hacerse es mitigar el sufrimiento y hacerlo soportable; eliminarlo es en vano. La felicidad, si se le puede llamar así, sería la resignación consciente a este destino, y el placer queda definido en negativo, como ausencia de dolor.
Estamos, pues, condenados a sobrellevar la enfermedad de la vida. Schopenhauer la ha diagnosticado, y avisa de que es un mal crónico, sin solución posible. Solo caben cuidados paliativos. Y nos los receta: pensamientos positivos (sic), moderación en los apetitos y aspiraciones, control de los estados de ánimo (evitando fantasear con ilusiones y quimeras), actividad intelectual (el aburrimiento es un veneno), introspección (hablar más con uno mismo que con los otros), serenidad y equilibrio mental, cuidado de la salud física (un mendigo sano es más feliz que un rey enfermo)… recomendaciones que suscribiría el estoico más conspicuo. Y también ejercitarse frecuentemente en la comparación con quienes se encuentran en peor situación que nosotros mismos. La misma idea, por cierto, que, sobre la imagen de un barco a la deriva visto desde la seguridad de la costa, expresó el epicúreo Lucrecio en hermosos hexámetros latinos.
Malas lenguas decían que la razón del pesimismo schopenhaueriano era la quiebra del banco donde estaba depositada la herencia paterna, lo que le obligó a suplicar un puesto universitario y a competir nada menos que con Hegel por los alumnos. También se le suele atribuir un anhelo de fama y reconocimiento intelectual que no casa muy bien con la suficiencia de la mirada interior que para los demás predicaba. Es, sin duda, un filósofo con encanto… quizá sea porque el optimismo siempre se ha considerado un atributo de la ignorancia.
Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo
Teléfono: 653 379 269
Psicoterapeuta. Gran Vía 32. 3° Izquierda.
Página Web: www.rcordobasanz.es
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