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Paz y Ciencia

martes, 20 de marzo de 2018

El último aliento de Anna Freud




ANNA FREUD 

En los confines últimos de la vida de Anna, después de que durante más de cuarenta años la imagen de su padre desaparecido hubiese sido para ella como una sombra protectora, y el propulsor interiorizado, el inspirador, el animador y el objetivo ideal de su afirmación existencial, en este tramo último y final de su vida, en el aledaño último de su muerte, su principal biógrafa Elisabeth Young-Bruehl pone con estas palabras el proceso descriptivo de la historia de Anna:



"Tan grande fue el sufrimiento de sus últimos días que ni siquiera sus fantasías le sirvieron de ayuda. Durante su larga internación en el hospital, a menudo Manna (su enfermera) la sacó a pasear en un sillón de ruedas hasta un pequeño lago donde podían arrojarles migas de pan a los patos y ver a los niños que jugaban con sus barquitos. Esas excursiones tan alegres le hacían recordar cuando ella salía con su niñera Josephine por Bergasse, pasaba por Ringstrasse y llegaba al parque de los niños donde estaba el lago lleno de peces de colores. Cuando estaban organizando uno de esos paseos para el día siguiente, y pese a lo mucho que le costaba hablar, Anna le pidió a Manna Friedmann que al regresar al hospital parara en Maresfield Gardens 20 (allí es donde se instaló su padre a su salida de Viena, y donde él murió un año más tarde, el 23 de septiembre de 1939, y allí, donde ahora está instalado el Museo de Freud, impresionante por su sencillez y por la fuerza evocadora e irradiadora que desprende, es donde Anna le sobrevivió hasta la madrugada del 9 de octubre de 1982. Allí Manna encontró en el armario de Anna, el viejo abrigo del profesor que sistemáticamente había sido limpiado y acondicionado año tras año desde finales de la guerra".

"Después, prosiguieron rumbo al parque. Anna, que ya se había encogido y tenía apenas el tamaño de una colegiala, iba envuelta en el grueso gabán de su padre".


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