
La joven princesa con los mofletes sonrosadas bajó liviana por la escalera. Tras de sí había dejado escenas mortíferas, sequedad, angostas cuevas y recovecos escondidos, recónditos, poco oxígeno y tenue luz. Voluptuosa y fresca bajó a comer con la familia. Su padre se levantó de la mesa y mandó traer un plato para la princesa. Sus hermanos miraban con una sorpresa que no podían disimular bien.
La muchacha les contó lo sucedido a sus hermanos que habían podido oír muchas cosas por el Pueblo y los alrededores, había sido un tema controvertido para su padre y él reflejaba su pesadumbre que ahora parecía aproximarse más cariñosa y profundamente al retiro que había llevado a cabo la Princesa.
Durante la degustación de los manjares, la niña dijo con vehemencia, sin parar a tomar aire, explicó qué excitante resultaron sus escapadas nocturnas y qué experiencia más fascinante, viva y plena significó el poder subir a la fortaleza y reconstruir el rostro desfigurado por la amargura del pueblo.
Comentó lo importante que había sido aquel muchacho sin familia ni ropas ni alimento que llevarse a la boca. Suplicó el poder llevarlo a Palacio.
Tras unos minutos de perplejidad, donde los comensales miraban atónitos lo que decía, por fin, la Princesa todo se empezó a aclarar. La imaginación había dado lugar a esas pesquisas y ella tenía derecho a solicitar tales encuentros y estilo de vida pero suponía una herejía y un insulto a los títulos que se levantaban sobre ella. Era un despropósito.
Sin importarle demasiado ese tipo de circunstancias continuó su diatriba y finalizó con unos postres excelentes por su sabor y la dificultad de hallarlos en esas zonas.
Con la cuchara ya reposando en el plato, junto a los demás cubiertos y la garganta seca de hablar había, sumado, una atmósfera de desconcierto encima de la mesa. Los congregados estaban pensando en lo poco que conocían a esa muchacha de sueños que se mostraba allí, tal cual, ligera, con un vestido de seda blanco, contando esas sugerencias y necesidades que se desviaban tanto de lo que se supone bueno para una mujer de su posición. Asustados cedieron, liderados por el padre no sin lamentarse e intentar convencerle de su error. Pero se concedieron sus deseos. Podría ir al pueblo cuando quisiera y el niño del mercado sería bien recibido.
El rostro de la niña empezó a brotar alegría, sus pómulos expresaban calor y sus músculos faciales reflejaban movimientos más rítmicos y expresivos que de costumbre. Estaba expuesta a la evidencia de su sentir, y no pasaba nada, excepto el deseo de otro, que no siempre coincide. Pero esto es aburrido y ya lo sabía la Princesa así que dio, para variar, dos besos a sus hermanos y un fuerte y largo abrazo a su padre. Después subió a su cuarto de nuevo, esta vez con paso firme, decidido y vigoroso.
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