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Paz y Ciencia

sábado, 26 de enero de 2008

La Niña de los Sueños (IX)

La Princesa paseaba por la ciudad mientras el Niño intentaba a hurtadillas pedir prestada alguna vianda del mercado. A veces se caían trozos deliciosos en descuidos.

La muchacha paseaba gris entre las estancias de Palacio, magníficas, con un techo altísimo y pinturas solemnes, normalmente retratos y cosas aburridas de sus antepasados. El niño seguía rasgándose sus tenues ropajes en el suelo, de rodillas, debajo de las tablas que soportaban los alimentos del mercado. A su alrededor pies mugrientos y uñas negras.

La Niña corría por los Jardines, con las manos abiertas, dejando que el viento en su cara le dejara notar algo de vida al trasluz. Parecía marearse, todo lo que le rodeaba resultaba raro, sin sentido y el edificio se levantaba desenfocado, tan pronto cerca como lejos.

El muchacho apresó unos cuantos trozos de gallina y un buen pedazo de cerdo. Con eso tendría para un buen banquete. Estaba algo dolorido por estar escondido en un lugar tan minúsculo, tenía poco margen de maniobra y el miedo a ser descubierto hacía que sus movimientos se desgarraran con pavorosa ineficacia.

La Niña jugaba en el río, en los márgenes de Palacio, mojando sus cabellos, largos y diariamente cuidados ante su indiferencia por la Institutriz. Ella miraba en el espejo como alguien le prestaba cuidados, aunque fuera bajo las órdenes del Señor de Palacio. A veces incluso compartía sus ideas, bien disfrazadas, a la Institutriz, temía que algo o alguien pudieran hacerles daño por contar sus secretos. Peligrosos en un lugar como aquél.

El muchacho consiguió salir indemne de su escondite, lugar de frecuentes incursiones y suministros clandestinos. Liberado de todo miedo y con la felicidad que da tener un buen bocado que meterse al gaznate elucubró sobre la siguiente fase de su actuación, cómo y dónde cocinar su banquete.

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