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Paz y Ciencia

sábado, 12 de enero de 2008

La niña de los sueños (IV)

Al muchacho le costaba respirar, esa dolencia le hacía tomar aire muy mal, como en angosta penumbra, durante esas crisis, temblaba y se asustaba por una inminente muerte. La gente solía pasar al lado sin mostrar ni un mínimo atisbo de compasión. El muchacho no podía diferenciar qué era lo que más pena o dolor le daba, si esa indiferencia propia de aquellos que se creen mejores o esa sensación mortífera de punzamiento. Durante esas crisis tendía a pensar en otra cosa, habitualmente dejaba volar su imaginación, cuando se lo permitía el dolor, y pensaba en un prado lleno de flores de todos los colores, un aroma embriagador que le aturdía y aliviaba al menos en su poderosa imaginación. Durante esos leves momentos, él aparecía bien vestido, limpio y vigoroso, saltando y jugando con las breznas. Su cuerpo se deslizaba entre la vegetación en un recíproco rito de caricias. Después acababa, a veces, en el suelo, frotándose a conciencia con la alfombra verde.
Por momentos podía oler, ver las montañas nevadas al fondo y sentirse en ese campo amplio, magnífico y soleado, en libertad y amplitud. En realidad, era la única medicina que se podía permitir. La vida no debía haber sido justa en cuanto a lo material, pero afortunadamente, había construido una alternativa más que adecuada donde ajustarse y poder sobrevivir con dignidad y mucho más, con magia, casi diría.
Terminó la crisis y agotado procuró hacer un intento de levantar sus riñones. A su alrededor, el bullicio, el olor a pollo y a grasa. Lejos queda atrás la montaña, la vida, el prado y la sensación de libertad y autonomía. Cogió su bolsa de patatas, lugar donde residían sus pertenencias y caminó rumbo a Palacio.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me interesó mucho tu blog, el mío es sobre libros médicos (soy estudiante de medicina del último año).
Quisiera saber si puedo enlazarte en mi blog, en páginas amigas.
Gracias y suerte.
Mi mail: tuslibrosmedicos@live.com.ar