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Paz y Ciencia

martes, 22 de diciembre de 2020

Era Un Mundo Feliz

 


Pixabay/T.P.Heinz. Pixabay licence.

Decir que hay dos virus activos en nuestra sociedad, el bioquímico y el del miedo en la mente de la gente, no es una gran revelación. Pero la forma en que el primero desencadenó el segundo, junto con los encierros y confinamientos que para hacer frente a la pandemia se propagan por todo el mundo como un síndrome autodestructivo de la especie humana, vale la pena observar lo que pasa desde una perspectiva psicológica.

La primera pregunta es ¿cómo fue posible llevar a cabo medidas tan draconianas tan rápidamente y con un cumplimiento tan extraordinario? El miedo, por supuesto, es la respuesta: usándolo, o en el caso del coronavirus, siendo usado por él.

El miedo al virus es en realidad el miedo a la muerte - la propia, o la de un pariente cercano – a solo un paso de la propia. No es la infección por Covid-19 lo que asusta tanto a la población, sino más bien la presencia de la propia mortalidad acechando dentro de este agente viral invisible y aleatorio que es capaz de golpear a cualquiera, en cualquier momento, incluso a los de más arriba.

La fuerza de esta reacción se ve favorecida por la constante y unilateralidad de los medios de comunicación, que hacen hincapié en las cifras totales de muertes e ignoran las recuperaciones, que se podrían considerar igualmente importantes, hasta el punto de que, por ejemplo, el Reino Unido nunca publica la cifra de pacientes recuperados.

Sin embargo, uno debe ser cauteloso con respecto a la culpa, o a disparar al mensajero, porque el mensajero mismo se asusta, a menudo por sus propios informes.

Las tendencias nacionales a auto-infectarse con el virus del miedo inducen a un "pensamiento catastrófico" y son altamente infecciosas en sí mismas - de ahí la notable propagación de los confinamientos en todo el mundo.

Debido a que el miedo a la muerte es un motivador tan poderoso que puede abrumar a reacciones más ponderadas y conscientes. Una vez activado, el "Arquetipo de la Muerte", como lo identificó el psicólogo analítico C. G Jung, puede detonar rápidamente y tomar el mando de la respuesta humana.

Como admitió David Halpern, el Jefe Ejecutivo del Equipo de Conocimiento del Comportamiento (BIT) responsable de dar forma a la publicidad de la Covid-19 en el programa de la BBC Radio 4 Start the week el 27 de abril, el mensaje de miedo que lanzó el gobierno británico "Quédate en casa, protege el sistema de salud, salva vidas", "...fue tan efectivo que se quedó en casa demasiada gente que en condiciones normales debería haber ido al hospital".

Con una reducción del 50% en los ingresos por urgencias y un aumento de las muertes en casa, el gobierno ha cambiado recientemente el mensaje para corregir este exceso de respuesta, animando a la gente a ir al hospital y no proteger tanto al sistema de salud.

Para aquellos historiadores culturales que trazan las tendencias emocionales de las sociedades a lo largo de las décadas, el actual estímulo de este Arquetipo de la Muerte podría incluso llamarse cíclico.

Afirman que esta tendencia o mecanismo psicológico también es, como el propio coronavirus, un residente permanente en la sociedad humana. También permanece latente en los organismos para ser despertado de vez en cuando bajo diversas formas, y luego causar estragos.

Los ejemplos incluyen las formas en que las sociedades pueden derivar hacia otros acontecimientos autodestructivos, generalmente guerras. La Primera Guerra Mundial es un caso clásico (fue inicialmente popular en ambos lados). La Segunda Guerra Mundial fue engendrada por imperativos inconscientes similares una generación más tarde; fijémonos en las oscuras imágenes de los nazis, parecidas a la muerte, demasiado heroicas, que asustaron tanto como inspiraron al pueblo alemán, sin mencionar los cientos de guerras menores que ocurrieron desde entonces.

Tales acciones siempre se llevan a cabo en nombre de causas más grandes y nobles. Psicólogos analíticos como Sigmund Freud o Jung afirman que están impulsados por sentimientos no reconocidos que buscan hacerse conscientes.

Mucha gente alberga un deseo inconsciente de conflicto porque expone emociones que secretamente necesitan visualizar, y luego entender en sí mismos. Freud llegó a identificar lo que llamó una "pulsión de muerte" en su ensayo "Más allá del principio del placer", o Thanatos, publicado en 1920, curiosamente, justo después de la Primera Guerra Mundial. La imagen de la muerte generada por la Covid-19 está directamente relacionada con esto, aunque afortunadamente no involucra armas.

Cada gobierno y cada dictador sabe que una población asustada será probablemente más complaciente con el poder.

Los observadores políticos contrarrestarán esta "psicologización excesiva" del comportamiento social, diciendo que acciones como las guerras son cuidadosamente planeadas y tramadas por los perpetradores hambrientos de poder.

Pueden señalar relatos bien documentados como el libro "Forging War" de Mark Thompson, que seguía la pista de cómo los medios de comunicación fueron sistemáticamente explotados por los ingenieros sociales en las recientes guerras de los Balcanes. Pero incluso en los Balcanes, un ingeniero principal fue el psiquiatra serbobosnio Radovan Karadžić, que estaba perfectamente entrenado en el arte de los disparadores inconscientes. Cada gobierno y cada dictador sabe que una población asustada será probablemente más complaciente con el poder.

En cuanto a la importante desactivación del Arquetipo de la Muerte - o para ampliar la analogía viral, la generación de los anticuerpos mentales necesarios - una vez reevocado, el cerebro a menudo entrará en modo de pánico o catástrofe. A nivel nacional esto puede inducir reacciones como declarar la guerra, iniciar un feroz autoaislamiento o proteccionismo, emitir nuevas leyes draconianas y hacer cumplir los "encierros".

El confinamiento radical es una de esas reacciones, inicialmente similar emocionalmente a ir a la guerra, y con consecuencias económicas comparables. Ataca el comportamiento del virus directamente e intenta "vencerlo" como a un enemigo.

Desde el punto de vista psicológico, es la respuesta más simple, que implica el uso de fuerzas policiales y a veces militares. Aunque el Reino Unido, Francia, Italia y España probablemente estuvieron acertados al principio al confinar a la población, demasiada simplicidad corre el riesgo de paralizar el organismo anfitrión a menos que se matice rápidamente - para evitar que "el remedio sea peor que la enfermedad" (como sucede en la mayoría de las guerras).

En el caso de los conflictos militares a gran escala, después de las enormes cifras de muertes y de las economías machacadas, un nuevo sentimiento se extiende gradualmente a través de la sociedad, el sentimiento de "nunca más". Se trata del “yo” que finalmente se concilia con su propio Arquetipo de la Muerte en el brutal proceso de aprendizaje que comporta la guerra, creando sus propias células mentales anti-virales.

Estas respuestas neuronales se imprimirán físicamente en las células de la memoria, durando hasta la siguiente generación, momento en el que el ciclo de infección, si no se protege, puede comenzar de nuevo (como en la Segunda Guerra Mundial).

Pueden trazarse paralelismos con el proceso de duelo personal. También produce eventualmente su propio estilo de reacción antiviral - usualmente algún tipo de respuesta cognitiva, y frecuentemente, aunque no siempre, efectiva.

Los éxitos del mecanismo se pueden apreciar en las extraordinarias transformaciones de carácter, en la repentina capacidad de perdonar a los enemigos (como en algunas familias de Irlanda del Norte), y en un nuevo estilo de comportamiento maduro y menos reactivo.

Pero para que esto suceda, una sociedad necesita entender qué procesos y señales psicológicas están en funcionamiento. Esto nunca es fácil, porque los individuos invierten mucha energía en mantener sus debilidades ocultas, tanto las suyas como las de los demás. Sin orientación, un Arquetipo de la Muerte fuertemente reestimulado puede producir reacciones exageradas como ansiedad, agresión y la necesidad de culpar (es decir, miedo proyectado en los demás), junto con una variedad de transtornos mentales. Esto ya se está viendo en la pandemia con un aumento de los suicidios y de la violencia doméstica durante los confinamientos.

Para ayudar a encontrar soluciones vale la pena plantear brevemente una pregunta sociológica más amplia: ¿por qué la sociedad mundial ha reaccionado tan fuertemente a lo que es, en efecto, un virus relativamente leve, al menos cuando se compara con los del tipo de la Gripe Española de 1918?

Desde el punto de vista puramente psicológico, ha sido difícil no notar la silenciosa acumulación de ansiedad en las sociedades occidentales durante la última década. Muchos meses antes de la llegada del virus, se hizo normal decir a los amigos que partían, "que tengan un buen viaje", como si el miedo se estuviese poniendo de moda.

Ya habían empezado a aparecer libros con títulos como "La edad de la ira" (siendo la ira una expresión de miedo); los problemas de salud mental empezaron a recibir una cobertura mediática cada vez mayor; y se estaban difundiendo nuevas estadísticas, por ejemplo, que "el 18,1% de los estadounidenses" sufren de ansiedad hasta el punto de llegar a automedicarse. Y todo esto ocurre en el entorno global más rico y mejor protegido que los seres humanos han producido para sí mismos jamás.

Pero la nueva riqueza también ha producido la mejor protección contra la experiencia humana. La terca realidad - el entorno de aprendizaje más efectivo para el yo - ha sido reemplazada por sus sustitutos más suaves en las películas, en Youtube y en otros medios. La mortalidad ha sido escondida, suavizada, y re-encerrada detrás de la pantalla. Pero debajo de ella el Arquetipo de la Muerte siempre acecha. En algún momento, todo ser vivo debe enfrentarse a ese Arquetipo cara a cara. El Coronavirus ha puesto bruscamente esta confrontación ante nosotros.

Ahora, cada mascarilla o cada tos de un niño puede producir imágenes de nuestra propia fatalidad. Además, con la nueva riqueza ha llegado el tiempo libre, los robots e Internet. Las poblaciones tienen mayor espacio para pensar, investigar, preocuparse, elevar sus expectativas y sentir la correspondiente frustración cuando éstas no se cumplen.

Asumiendo que las mutaciones de la Covid-19 no evolucionen en algo peor que lo que ya tenemos (como la segunda ola de la Gripe Española en 1918), puede que nos hayamos librado de esta última manifestación del Arquetipo.

Pero el Arquetipo envía una clara advertencia sobre la necesidad de enfrentar las emociones difíciles y las debilidades. Como el propio virus, un antivirus permanece en el organismo, esperando a ser recibido de nuevo en la corriente sanguínea, una vez que se haya reunido el coraje necesario para mirar a la emoción ancestral del miedo, fríamente, a los ojos.

Rodrigo Córdoba. Psicólogo Clínico y Psicoterapeuta. Zaragoza.                Gran Vía 32, 3° Izqda.                        Tfno.: 653 379 269                  Instagram: @psicoletrazaragoza.          Página Web: Psicólogo Zaragoza

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