Hannah Arendt escribió Los orígenes del totalitarismo, obra en tres partes: 1) El antisemitismo; 2) el Imperialismo y 3) El totalitarismo. (Título original: The origins of the totalitarianism Versión española de Guillermo Solana. Grupo Santillana de Ediciones, S.A., 1974,1998. Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S.A. 427 páginas).
Hannah Arendt habla de «La expansión por la expansión» de los imperialistas, lo que no constituye un hallazgo suyo sino que está inspirado en las tautologías heideggerianas como la «cosidad de la cosa» o que «el acontecimiento acontece».
Pero en el tema del imperialismo prefirió ser más rigurosa y contradecir a Lenin. Escribe Arendt: «El imperialismo debe comprenderse como la primera fase de la dominación política de la burguesía, más que como la última etapa del capitalismo». No es el lugar para argumentar una evidencia: que El imperialismo fase superior del capitalismo’…de Lenin conserva plena vigencia y actualidad. Con la frase: «El imperialismo debe comprenderse como la primera fase de la dominación política de la burguesía, más que como la última etapa del capitalismo», Arendt parece ignorar que el comienzo de la dominación política (y económica) de la burguesía no es un producto del imperialismo sino que puede situarse entre los siglos XVII y XVIII (las revoluciones burguesas) se consolidó con las guerras de conquista coloniales y la explotación de los recursos (humanos y materiales) de las colonias y de los países periféricos.
Y que el imperialismo como «mundialización» de la dominación económica y política del capitalismo monopolista (la reproducción ampliada del capital a escala mundial) es un fenómeno posterior, pues comenzó a manifestarse entre fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, como sostuvo Lenin, basándose en un estudio riguroso de los hechos y no en una mera especulación.
Pero Arendt no se queda en esta afirmación, manifiestamente contraria a los hechos históricos, y en el Prólogo a la sección de su libro dedicada al imperialismo- claramente inspirada en algunos aspectos de la obra de John Hobson El imperialismo: un estudio, (1902) escribe:
«Rara vez pueden ser fechados con tanta precisión los comienzos de un período histórico y raramente fueron tan buenas las posibilidades de los observadores contemporáneos para ser testigos de su preciso final como en el caso de la era imperialista. Porque el imperialismo, que surgió del colonialismo y tuvo su origen en la incongruencia del sistema Nación- Estado con el desarrollo económico e industrial del último tercio del siglo XIX, comenzó su política de la expansión por la expansión no antes de 1884, y esta nueva versión de la política de poder era tan diferente de las conquistas nacionales en las guerras fronterizas como del estilo romano de construcción imperial. Su fin pareció inevitable tras «la liquidación del Imperio de Su Majestad» que Churchill se había negado a «presidir» y se tornó un hecho consumado con la declaración de la independencia india. El hecho de que los británicos liquidaran voluntariamente su dominación colonial sigue siendo uno de los acontecimientos más trascendentales de la historia del siglo XX. De esa liquidación resultó la imposibilidad de que ninguna nación europea pudiera seguir reteniendo sus posesiones ultramarinas. La única excepción es Portugal, y su extraña capacidad para continuar una lucha a la que han tenido que renunciar todas las demás potencias coloniales europeas puede ser más debida a su atraso nacional que a la dictadura de Salazar; porque no fue sólo la mera debilidad o el cansancio debido a dos asesinas guerras en una sola generación, sino también los escrúpulos morales y las aprensiones políticas de las Naciones-Estados completamente desarrolladas, los que se pronunciaron contra medidas extremas, la introducción de «matanzas administrativas» (A. Carthill) que podían haber destrozado la rebelión no violenta en la India y contra una continuación del «gobierno de las razas sometidas» (lord Cromer) por obra del muy temido efecto de boomerang en las madres patrias. Cuando finalmente Francia, gracias a la entonces todavía intacta autoridad de De Gaulle, se atrevió a renunciar a Argelia, a la que siempre había considerado tan parte de Francia como el département de la Seine, pareció haberse llegado a un punto sin retorno. Cualesquiera que pudieran haber sido los términos de esta esperanza si la guerra caliente contra la Alemania nazi no hubiese sido seguida por la guerra fría entre la Rusia soviética y los Estados Unidos, se siente retrospectivamente la tentación de considerar las dos últimas décadas como el período durante el cual los dos países más poderosos de la Tierra pugnaron por lograr una posición en una lucha competitiva por el predominio en aquellas mismas regiones aproximadamente que habían dominado antes las naciones europeas. De la misma manera, se siente la tentación de considerar a la nueva y difícil distensión entre Rusia y América como el resultado de la aparición de una tercera potencia mundial, China, más que como la sana y natural consecuencia dela destotalitarización de Rusia tras la muerte de Stalin. Y si evoluciones posteriores confirmaran estas incipientes interpretaciones, significaría en términos históricos que hemos vuelto, en una escala enormemente ampliada, al punto en el que comenzamos, es decir, a la era imperialista y a la carrera de colisiones que condujo a la primera guerra mundial. Se ha dicho a menudo que los británicos adquirieron su imperio en un momento de distracción, como consecuencia de tendencias automáticas, aceptando lo que parecía posible y resultaba tentador, más que como resultado de una política deliberada. Si esto es cierto, entonces el camino al infierno puede no estar empedrado de intenciones como las buenas a que alude el proverbio. Y los hechos objetivos que invitan a retornar a las políticas imperialistas son, desde luego, tan fuertes hoy, que uno se inclina a creer mínimamente en la verdad a medias de la declaración, en las vacuas seguridades de buenas intenciones por parte de ambos bandos, de un lado, los «compromisos» americanos con un inviable statu quo de corrupción e incompetencia y, de otro, la jerga seudorrevolucionaria rusa acerca de las guerras de liberación nacional. El proceso de construcción nacional en zonas atrasadas, donde a la ausencia de todos los prerrequisitos para la independencia nacional corresponde un chauvinismo creciente y estéril, ha determinado unos enormes vacíos de poder en los que la competición entre las superpotencias resulta tanto más fiera cuanto que parece definitivamente desechado con el desarrollo de las armas nucleares el enfrentamiento directo». Los subrayados son nuestros^*.
Hobson en su obra hace una distinción entre el colonialismo que se aplica a territorios poblados de inmigrantes de la sociedad de origen como es el caso de Australia, Canadá y Nueva Zelandia y el imperialismo «la anexión pura y simple de territorios sin voluntad de integración», como ocurrió a fines del siglo XIX. Hasta aquí Arendt lo sigue al pie de la letra, que la lleva a hablar de «la expansión por la expansión». Pero Hobson hizo también un estudio económico del imperialismo y de sus móviles reales, que fueron los intereses financieros y la búsqueda de beneficios y no un simple móvil (¿psicológico?) de «la expansión por la expansión». El trabajo de Hobson es muy importante para el estudio del imperialismo, pero tiene sus límites, señalados por Lenin en El imperialismo… y por otros autores, por ejemplo el no haber distinguido la ocupación de territorios para la explotación de los recursos naturales y humanos, propio del colonialismo y la exportación de capitales (inversiones) característico del imperialismo. Que hemos llamado más arriba «reproducción ampliada del capital a escala mundial». Quizás fueron estas limitaciones de Hobson en el análisis del imperialismo y de la economía capitalista en general que lo llevaron, pese a las profundas críticas que hizo al mismo, a proponer para ciertos casos una especie de «buen imperialismo» consistente en que las naciones imperialistas podrían ejercer una suerte de fideicomisos en las naciones «más atrasadas». Esta idea del «buen imperialismo» parece haber estado en la cabeza de Arendt cuando escribe: … «El proceso de construcción nacional en zonas atrasadas, donde a la ausencia de todos los prerrequisitos para la independencia nacional corresponde un chauvinismo creciente y estéril, ha determinado unos enormes vacíos de poder…» Que habría que llenar con un «buen imperialismo».
Vale la pena recordar que las potencias occidentales, con Estados Unidos a la cabeza, se han ocupado de crear «enormes vacíos de poder» desintegrando varios países, ahora sumidos en el caos, como son los casos de Irak, Libia, Siria y Afganistán. Arendt habla de «la incongruencia del sistema Nación-Estado con el desarrollo económico e industrial del último tercio del siglo XIX». Arendt no comprendió la congruencia de un sistema mundial imperialista donde hay Estados-naciones desarrollados que tienden a reproducir sus capitales locales a escala mundial (que así devienen capitales transnacionales), ocupando, dominando, sojuzgando, oprimiendo y explotando a otros pueblos y otros Estados. Contando para ello con su potencial económico, financiero, militar, político e ideológico.
La idea del «buen imperialismo» también parece haber sido adoptada por Arendt cuando escribe que los británicos liquidaran voluntariamente su dominación colonial y… «Cuando finalmente Francia, gracias a la entonces todavía intacta autoridad de De Gaulle, se atrevió a renunciar a Argelia», de «los escrúpulos morales y las aprensiones políticas de las Naciones-Estados completamente desarrolladas», de la «jerga seudorrevolucionaria rusa acerca de las guerras de liberación nacional».
De modo que guiadas por sus «escrúpulos morales» Gran Bretaña liquidó «voluntariamente» su dominación colonial y Francia «renunció» a Argelia, después de cometer reiterados crímenes contra la humanidad, entre ellos las matanzas de Sétif y Guelma el 8 de mayo de 1945 para «celebrar», la victoria contra el nazismo (entre más de 1000 y 40000 muertos, según las fuentes). Arendt se olvidó de decir también que Francia «renunció» a Indochina después de ser derrotada militarmente en Dien Bien Phu. Para Arendt, las guerras de liberación nacional fueron «jerga revolucionaria rusa». Todo esto la lleva a formular la tesis de que el «verdadero» imperialismo que subsiste en el tiempo está originado en regímenes totalitarios y no puede tener base de sustentación en el largo plazo en Estados democráticos como, por ejemplo, Estados Unidos. Que la teoría del «buen imperialismo» de las potencias occidentales, llenas de «escrúpulos morales» y de que el imperialismo sólo puede sustentarse en el largo plazo en un régimen totalitario y no puede durar mucho tiempo en una democracia no es, de nuestra parte, una extrapolación abusiva de la obra de Hannah Arendt, lo demuestran los párrafos siguientes del trabajo del conocido ensayista David Harvey «El «nuevo» imperialismo: acumulación por desposesión» (http://www.cronicon. net/paginas/ Documentos/No.22. pdf): …
«En todos estos casos, el viraje hacia una forma liberal de imperialismo (asociada a una ideología de progreso y a una misión civilizatoria) no resultó de imperativos económicos absolutos sino de la falta de voluntad política de la burguesía para resignar alguno de sus privilegios de clase, bloqueando así la posibilidad de absorber la sobreacumulación mediante la reforma social interna. Actualmente, la fuerte oposición por parte de los propietarios del capital a cualquier política de redistribución o de mejora social interna en EUA no deja otra opción que mirar al exterior para resolver sus dificultades económicas. Este tipo de políticas de clase internas forzaron a muchos poderes europeos a mirar al exterior para resolver sus problemas entre 1884 y 1945, y esto imprimió su particular tonalidad a las formas que adoptó entonces el imperialismo europeo. Muchas figuras liberales e incluso radicales se volvieron imperialistas orgullosos durante estos años, y buena parte del movimiento obrero se persuadió de que debía apoyar el proyecto imperial como un elemento esencial para su bienestar.»
Esto requirió, sin embargo, que los intereses burgueses comandaran ampliamente las políticas estatales, los aparatos ideológicos y el poder militar. En mi opinión, Hannah Arendt interpreta este imperialismo eurocéntrico correctamente como «la primera etapa del dominio político de la burguesía y no la última fase del capitalismo», como había sido descripta por Lenin».
Y más adelante prosigue Harvey: …
«En ausencia de una fuerte revitalización de la acumulación sostenida a través de la reproducción ampliada, esto implicará una profundización de la política de acumulación por desposesión en todo el mundo, con el propósito de evitar la total parálisis del motor de la acumulación. Esta forma alternativa de imperialismo resultará difícilmente aceptable para amplias franjas de la población mundial que han vivido en el marco de (y en algunos casos comenzado a luchar contra) la acumulación por desposesión y las formas depredadoras de capitalismo a las que se han enfrentado durante las últimas décadas. La treta liberal que propone alguien como Cooper es demasiado familiar para los autores postcoloniales como para resultar atractiva. Y el militarismo flagrante que EUA propone de manera creciente, sobre el supuesto de que es la única respuesta posible al terrorismo global, no sólo está lleno de peligros (incluyendo el precedente riesgoso del «ataque preventivo») sino que también está siendo gradualmente reconocido como una máscara para tratar de sostener una hegemonía amenazada dentro del sistema global. Pero tal vez la pregunta más interesante se refiere a la respuesta dentro de EUA. En este punto, una vez más, Hannah Arendt plantea un contundente argumento: el imperialismo no puede sostenerse por mucho tiempo sin represión activa, o incluso tiranía interna. El daño infligido a las instituciones democráticas internas puede ser sustancial (como lo aprendieron los franceses durante la lucha por la independencia de Argelia). La tradición popular dentro de EUA es anticolonial y antiimperialista y durante las últimas décadas han sido necesarios muchos ardides, cuando no el engaño declarado, para disimular el rol imperial de Norteamérica en el mundo, o al menos para revestirlo de intenciones humanitarias grandilocuentes. No resulta claro que la población estadounidense vaya a apoyar en el largo plazo un giro abierto hacia un imperio militarizado (no más que lo que terminó avalando la guerra de Vietnam)».
Sin desconocer los méritos de Harvey, se manifiesta en su trabajo una evidente contradicción: por un lado da la razón a Arendt y por el otro su análisis del imperialismo se basa fundamentalmente en el que hizo Lenin, aunque con algunas concesiones al subjetivismo como cuando habla de la falta de voluntad política de la burguesía para resignar alguno de sus privilegios de clase, bloqueando así la posibilidad de absorber la sobreacumulación mediante la reforma social interna. Y cuando da rienda suelta a su imaginación al escribir acerca de que «la tradición popular dentro de EUA es anticolonial y antiimperialista» contradiciéndose con lo que escribió algunos párrafos más arriba: «Muchas figuras liberales e incluso radicales se volvieron imperialistas orgullosos durante estos años, y buena parte del movimiento obrero se persuadió de que debía apoyar el proyecto imperial como un elemento esencial para su bienestar». Este último es un dato objetivo que corresponde a la realidad del sistema mundial imperialista.
Como lo describió hace algunos años Ronald Mc Kinnon, profesor titular del Departamento de Ciencias Económicas de la Universidad de Stanford, en un artículo publicado en el Boletín del Fondo Monetario Internacional (Fondo Monetario Internacional, Finances et Developpement junio 2001) refiriéndose a cómo una buena parte del pueblo estadounidense vive a expensas del resto del mundo:
«Durante el último decenio, el ahorro de las familias (en los Estados Unidos) ha disminuido más de lo que el ahorro público (expresado por los excedentes presupuestarios) ha aumentado en el mismo período. El enorme déficit de la balanza de pagos (exportaciones versus importaciones) de las transacciones corrientes de Estados Unidos, de alrededor de 4,5% del producto nacional bruto de 2000, refleja ese desequilibrio del ahorro. Para financiar un nivel normal de inversión interior -históricamente alrededor del 17% del producto nacional bruto- Estados Unidos ha debido utilizar ampliamente el ahorro del resto del mundo. «Malas» reducciones de impuestos -las que reducen el ahorro público sin estimular el ahorro privado- podrían incrementar esa deuda con el extranjero. Desde hace más de veinte años (es decir desde antes de 1980), Estados Unidos recurre ampliamente a las reservas limitadas del ahorro mundial para sostener su alto nivel de consumo- el de la administración federal en los años 80 y el de las familias en los años 90. Las entradas netas de capitales son actualmente más importantes que en el conjunto de los países en desarrollo. Es así como Estados Unidos, que era acreedor del resto del mundo a comienzos de 1980, se ha convertido en el más grande deudor mundial: unos 2 billones 300 mil millones de dólares en 2000. Los balances de las familias y de las empresas en Estados Unidos muestran el efecto acumulado de los préstamos privados obtenidos en el exterior desde hace diez años. La deuda de las empresas es también muy elevada con relación a su flujo de caja. Sin embargo, no tienen por qué inquietarse. Estados Unidos se encuentra en una situación única y es que disponen de una línea de crédito prácticamente ilimitada, en gran parte en dólares, frente al resto del mundo. Los bancos y otras instituciones financieras de Estados Unidos están relativamente al abrigo de las tasas de cambio: sus activos […] y sus pasivos son en dólares. En cambio, otros países deudores deben acomodarse a las disparidades de las monedas: los pasivos internacionales de sus bancos y de otras empresas son en dólares y sus activos en moneda nacional».
No hay pues, un «nuevo imperialismo», sino un imperialismo que se adapta a las circunstancias, entre otras, a las relaciones de fuerzas, pero que mantiene su esencia depredadora, agresiva, militarista, explotadora y totalmente contraria a los derechos fundamentales del ser humano. Por cierto que a la gran mayoría del pueblo estadounidense no le agrada la idea de poner sus muertos en las guerras de agresión. Para evitar tal inconveniente, la doctrina militar estadounidense se ha enriquecido con la estrategia del «cero muerto» (zero killer: ok 1), consistente en evitar el uso de tropas de tierra y recurrir a bombardeos aéreos masivos, perfeccionados con el bombardeo por medio de drones (aviones no tripulados dirigidos electrónicamente -como un videojuego- desde los Estados Unidos), con los consiguientes «daños colaterales». Consistentes éstos en la destrucción indiscriminada de las infraestructuras civiles y en la masacre, también indiscriminada, de la población del país agredido.
Hannah Arendt, para formular sus tesis, ha debido omitir por completo en su trabajo mencionar la política imperialista de Estados Unidos en América Latina en los últimos 170 años, que incluye anexiones, comenzando por la de una parte de México en 1845, promoción de golpes de Estado para instalar y sostener dictaduras sanguinarias, invasiones armadas, presiones económicas, etc. Y guardar silencio sobre el hecho de que en África en el momento de la descolonización y de los movimientos de liberación nacional surgieron líderes como Patrice Lumumba, Kwame Nkrumah, Amílcar Cabral, Jomo Kenyatta y más tarde Thomas Sankara, que bregaron por una vía independiente para sus pueblos, contraria a los intereses de las ex metrópolis y de sus grandes empresas. Todos ellos fueron derrocados o asesinados, como fueron los casos de Lumumba, Cabral y Sankara, y reemplazados por dirigentes dictatoriales, corruptos y fieles a las grandes potencias neocoloniales. Quizás haya sido también superfluo para Arendt recordar que las potencias europeas, como culminación de las guerras coloniales que emprendieron en África en el siglo XIX, en la Conferencia de Berlín de 1885 se distribuyeron dicho continente como una tierra de nadie, creando fronteras artificiales, y se la redistribuyeron después de la guerra 1914- 1918. Todavía se sufren los resultados de esas fronteras artificiales con las guerras interétnicas, fomentadas por las grandes potencias para seguir saqueando los recursos naturales del continente.
Otras «perlas» de Arendt en su análisis del imperialismo. … «la era del llamado imperialismo del dólar, la versión específicamente americana del imperialismo anterior a la segunda guerra mundial, que fue políticamente la menos peligrosa, está definitivamente superada. Las inversiones privadas -«las actividades de un millar de compañías norteamericanas operando en un centenar de países extranjeros» y «concentradas en los sectores más modernos, más estratégicos y más rápidamente crecientes»-crean muchos problemas políticos aunque no se hallen protegidas por el poder de la nación, pero la ayuda exterior, aunque sea otorgada por razones puramente humanitarias, es política por naturaleza precisamente porque no está motivada por la búsqueda de un beneficio. Se han gastado miles de millones de dólares en eriales políticos y económicos en donde la corrupción y la incompetencia los han hecho desaparecer antes de que se hubiera podido iniciar nada productivo, y este dinero ya no es el capital «superfluo» que no podía ser invertido productiva y beneficiosamente en la patria, sino el fantástico resultado de la pura abundancia que los países ricos, «los que tienen» en comparación con»los que no tienen», pueden permitirse perder. En otras palabras, el motivo del beneficio, cuya importancia en la política imperialista del pasado llegó a ser sobreestimada frecuentemente, ha desaparecido ahora por completo; sólo los países muy ricos y muy poderosos pueden permitirse soportar las grandes pérdidas que supone el imperialismo». (Arendt, Los orígenes del totalitarismo. Prólogo a la segunda parte: Imperialismo, pág. 13. Editorial Taurus, 1998). [Los subrayados son nuestros].
Un verdadero himno al carácter humanitario y desinteresado del capital monopolista transnacional y una crítica inmisericorde (por cierto en no pocos casos justificada) en lo que se refiere a los dirigentes corruptos, pero totalmente falsa en cuanto concierne a los pueblos presuntamente «beneficiarios», víctimas del imperialismo y de sus cómplices locales.
Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo Clínico. Teléfono: 653 379 269 Zaragoza. Gran Vía 32, 3° Izquierda. Psicoterapeuta. Instagram: @psicoletrazaragoza. Página: www.rcordobasanz.es
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