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Paz y Ciencia

sábado, 26 de diciembre de 2020

Umberto Eco: Migración e Intolerancia

 


Si se pretende averiguar qué es un intelectual, un excelente ejemplo sería el nombre de Umberto Eco. De hecho, podría calificárselo como el último intelectual de Italia. Como los grandes intelectuales italianos del siglo XX –Pier Paolo Pasolini, Italo Calvino, Leonardo Sciascia– Eco reflexionó sobre una gran variedad de facetas del conocimiento humano: literatura, estética, política, ética, metafísica, arte, economía y poesía. Escribió novelas y ensayos filosóficos; crónicas y cuentos; manuales de semiótica y de crítica literaria. Asimismo, siempre se posicionó frente a los acontecimientos políticos y sociales de su tiempo, advirtiendo el resurgimiento de los fascismos [1] o la atrofia intelectual generada por la comunicación de masas, redes sociales y fake news [2]. El texto reseñado es una recopilación de artículos y conferencias inéditas dictadas en los últimos veinte años (conviene recordar que Eco murió en 2016). Los problemas tratados son, ciertamente, urgentes para el mundo contemporáneo y particularmente para Europa: la migración, el racismo y la intolerancia.

En el primer capítulo –titulado “Las migraciones del tercer milenio” – Eco presenta una distinción esencial: la inmigración y la migración. Así pues, la estrategia argumentativa del italiano para abordar el fenómeno de la movilidad humana parte de la separación entre estos conceptos. Por un lado, la inmigración ocurre cuando individuos o grupos de individuos se transfieren de un país a otro, por ejemplo lo que sucede actualmente con los turcos en Alemania, los argentinos en España o los mexicanos en Estados Unidos. Por otro lado, y esta es una de las tesis centrales del libro, Eco entiende que las migraciones son “como los fenómenos naturales: suceden y nadie las puede controlar. Se da migración cuando todo un pueblo, poco a poco, se desplaza de un territorio a otro” (p. 25). En particular, en la migración importa cómo y de qué manera la movilidad humana transforma de manera radical la cultura de la sociedad a la que ha migrado. Ya sean programadas, espontáneas, forzadas o voluntarias, las migraciones implican un cambio en las culturas receptoras. Piénsese en las invasiones bárbaras hacia el Imperio Romano o en las migraciones masivas luego de la Segunda Guerra Mundial hacia Estados Unidos, hecho que desencadenó que la estructura demográfica y cultural de la sociedad norteamericana se haya alterado considerablemente.

Dicho esto, Eco se pregunta por la posición actual de Europa: ¿hay inmigración o migración? Si bien depende el punto de vista que se adopte y el estatuto económico, sociológico y político que se le otorgue a cada flujo humano concreto, una cosa es segura: en el siglo XXI, el continente europeo tiene frente a sí un fenómeno migratorio. Buena parte de poblaciones africanas, americanas y asiáticas llaman a sus puertas, y los migrantes han entrado –y seguirán entrando– pese a todas las políticas restrictivas implementadas, las tecnologías de seguridad o los muros, concertinas y barreras levantados para impedirlo. Por este motivo, el análisis de Eco se decanta por, antes que nada, asumir que la migración existe, que es un hecho indiscutible: “Europa será un continente multirracial, o, si lo prefieren, coloreado. Si les gusta, así será; y si no les gusta, así será igualmente” (p. 30).

Por otra parte, en el segundo capítulo Eco introduce el problema de la intolerancia ante los extranjeros. De la mano de este problema aparecen dos conceptos íntimamente imbricados: el fundamentalismo y el integrismo. No obstante que ambos sean formas de intolerancia respecto de lo otro, no todos los intolerantes son fundamentalistas e integristas. La cuestión a desentrañar es, justamente, cuál es el germen y cómo se disemina la intolerancia. Eco entiende que el fundamentalismo es una categoría ligada a la religión, en especial a la interpretación de los libros sagrados, como por ejemplo los grupos protestantes surgidos en Estados Unidos en el siglo XIX –el cual entendía que a la Biblia debía leérsela de manera literal–, o el fundamentalismo islámico respecto de los preceptos del Corán, movimiento que no admite otras interpretaciones de dicho texto. Ahora bien, pese a que el fundamentalismo sea, ciertamente, intolerante en el plano hermenéutico, puede no serlo en el político, como lo demuestra el caso de los grupos protestantes mencionados, quienes convivían perfectamente en la democracia norteamericana. Por el contrario, el integrismo sí es intolerante políticamente: determinados preceptos, pautas y cánones deben convertirse en el fundamento de las leyes de tal o cual Estado y, en paralelo, rechazar cualquier cambio que altere y que no mantenga “íntegro” los principios tradicionales. El caso típico de integrismo lo constituye el integrismo católico español del siglo XIX –en 1888 Ramón Nocedal fundó el Partido Integrista–, que propugnaba la aplicación total de la doctrina católica en las cuestiones sociales.

Expuestos brevemente los significados de fundamentalismo e integrismo, ¿dónde se sitúa la intolerancia? Para Eco, ésta es más profunda, más elemental y debe ubicársela más atrás que las formas fundamentalistas e integristas. Las raíces de la intolerancia son biológicas y nacen de las pulsiones vitales de los hombres, es decir, se genera por el rechazo a lo extraño y lo diferente. Por este motivo, la intolerancia es salvaje. Pero, ¿cuál es la solución, medida o política que permite combatir la intolerancia? El italiano sostiene que aleccionar a personas mayores y pretender educar a los intolerantes es tiempo perdido. La única solución posible transita por una fuerte y decidida educación en la infancia. En el último tiempo, en ámbito español este espinoso problema ha cobrado especial relevancia, sobre todo debido a la polémica en torno al denominado “pin parental”[3] impulsado por la ultraderecha en la región de Murcia: ¿es deseable educar o no educar a los niños en materia sexual, migratoria, religiosa o moral? ¿Implica adoctrinamiento o emancipación? El libro de Eco propone que la intolerancia “se ataja de raíz a través de una educación constante que empiece desde la más tierna infancia” (p. 48).

Otra propuesta especialmente interesante que plantea el autor italiano se encuentra en el capítulo tercero, y consiste en la suscripción de un nuevo pacto de Nimega. Sobre este punto, cabe señalar que la pequeña ciudad de Nimega fue testigo, en agosto de 1678, de un acontecimiento decisivo en la historia política de Occidente. Aquí se celebró el Tratado de Nimega que puso fin a las guerras franco-holandesas –marcadas, a su vez, por las guerras de religión del siglo XVI y XVII–, afianzando el sistema de cooperación internacional entre los Estados y dio lugar a la consolidación de la identidad común europea. Si bien la intolerancia en la actual Europa ya no es la que se vivía en el período de Nimega y los conflictos armados por cuestiones religiosas se han evaporado, el problema subsiste: los inmigrantes son hoy los principales blancos de altos niveles de intolerancia por parte de los nativos. Más grave todavía resulta que el miedo social se haya esparcido entre los pobres: son estos quienes temen al desempleo y, sobre todo, a la posible quita de trabajo por parte de los extranjeros, como sucede con los obreros franceses respecto de los inmigrantes musulmanes o con los trabajadores del sur norteamericano, que desprecian a los recién llegados mexicanos.

En el último capítulo Eco sugiere un ejercicio de “antropología recíproca” (p.65-78). Al hilo de la propuesta desplegada en el capítulo anterior, este tipo de antropología se define por el ejercicio de miradas alternativas y bilaterales entre Europa y los otros pueblos. Dejando atrás el etnocentrismo propio de la civilización occidental, el continente europeo debería, según Eco, buscar una razonable proximidad con las otras culturas. En sus palabras: “Ya no estamos los unos (activos) que miran a los otros (pasivos), sino ante los unos y los otros como representantes de culturas distintas que se analizan la una frente a la otra, o muestran que se puede reaccionar de manera distinta ante la misma experiencia” (p. 75). Así las cosas, el entendimiento entre culturas distintas no significa valorar aquello a lo que cada una tiene que renunciar para llegar a ser iguales –por ejemplo, que los musulmanes que viven en Francia se integren a la cultura francesa, respeten sus reglas, sigan sus cánones cívicos, etc.– sino, ante todo, comprenderse de manera recíproca en la diversidad. Dicho de otra manera: eliminar el racismo no significa convencerse de que los otros no sean distintos que nosotros, sino aceptar su diferencia.

¿Cuáles son las razones para leer Migración e intolerancia? En primer término, el lenguaje de los artículos y conferencias que lo componen es directo, transparente y sencillo, por lo que el libro entero se deja leer en un solo tirón. La virtud de Eco –como hizo en la mayoría de sus libros, desde las novelas hasta los ensayos filósoficos– es tratar temas complejos, como la migración, el racismo, la intolerancia y el contacto con los otros bajo hipótesis profundas pero expuestas de manera simple. En segundo lugar, el texto representa una excelente ocasión para pensar, de manera desprejuiciada, los fundamentos de las actitudes reaccionarias respecto de la inmigración. En Estados Unidos y en la Unión Europea quizás no existe tema más apremiante que éste: ¿Es verdad que los extranjeros quitan empleo a los nacionales, como alegó Trump, quien a causa de la crisis del coronavirus prohibió la entrada a trabajadores inmigrantes[4]? ¿Qué grado de verosimilitud empírica tienen las afirmaciones de VOX, cuándo asevera que el Ingreso Mínimo Vital aprobado recientemente por el Gobierno de España generaría un inmediato “efecto llamada” sobre los inmigrantes para intentar cobrarlo[5]? Las premisas de Eco son especialmente sugerentes para interpretar las intolerancias de las derechas actuales: antes que basarse en análisis pormenorizados y en estudios científicos sobre el fenómeno migratorio, y mucho menos en rescatar los beneficios socioeconómicos del mismo –por ejemplo, pueden balancear la envejecida población europea y la que ha fallecido recientemente por el coronavirus–, las pulsiones conservadoras provienen de sentimientos que rechazan lo foráneo y presuponen que lo autóctono es la única fuente de sabiduría, pureza y justicia.

Finalmente, la riqueza de las tesis de Eco estriba en que trabajan sobre los conceptos mismos: sin precisar migración, intolerancia, fundamentalismo y racismo las discusiones intelectuales no pueden prosperar. El autor italiano nos proporciona definiciones sólidas y razonables que permiten adaptarse a las más diversas y heterogéneas situaciones de la realidad. Por esta razón, el libro de Eco constituye una sugerente caja de herramienta para formarse juicios reflexivos sobre las relaciones entre nacionales e inmigrantes en la Europa de nuestro tiempo. Ojalá que sigan apareciendo más escritos póstumos del último intelectual italiano: el pensamiento crítico le estará agradecido.

Rodrigo Córdoba Sanz. Psicólogo Clínico y Psicoterapeuta. Zaragoza. Tfno.: 653 379 269.      Instagram: @psicoletrazaragoza

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