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Paz y Ciencia

jueves, 29 de mayo de 2014

Winnicott y Bion


Una madre terrible y dos hijos díscolos: Winnicott y BionPor Daniel Ripesi

Winnicott, Bion y la preocupación compartida por mantener vivo al lenguaje psicoanalítico – Lea más sobre W. Bion en la Sobremesa al Dr. Darío Sor
Pintura: E. Hooper 'Sun in an empty room'

La obra de Wilfred R. Bion es extensa, de considerable complejidad y profunda riqueza. Por mi parte no la he leído en su totalidad, apenas si puedo decir que trabajé con algún detenimiento y minuciosidad “Aprendiendo de la experiencia”, “Volviendo a pensar” y algunos aspectos del fatigoso “Elementos de psicoanálisis”.  Por otra parte, de lo que he leído, sólo he podido abarcar muy fragmentariamente el sentido amplio de su teoría. Se me impusieron más bien algunas de sus ideas, muy agudas, creativas y deslumbrantes, desplegadas aquí o allá en el curso de sus artículos, pero que me impedían –al mismo tiempo- una visión coherente del conjunto de su teoría.
Empecé a sentir que si me imponía la ambición de aprehender “en su conjunto” la obra de Bion tenía que necesariamente sacrificar aquellas ideas dispersas que tanto me atraían. Justamente, las que más me interesaban y seducían por su originalidad y riqueza. A la inversa, si me detenía en “sus ideas” –brotadas de una originalidad que subvertían el sentido general de sus artículos-, fragmentaba el curso amplio e hilvanado de sus desarrollos. Entre el detalle lúcido y contrastante de ciertas propuestas conceptuales y el conjunto de su obra como algo que busca una coherencia teórica general, había –para mí- cierta contradicción insalvable.
Puedo decir entonces que -en mi lectura- y considerando esa tensión, opté por las  “ideas-fragmentos” al “rigor del conjunto”. La visión de conjunto la otorgaba, sin duda, su formación kleiniana: términos como “identificación proyectiva”, “objeto bueno-malo”, “envidia”, etc., hilvanan sus desarrollos de punta a punta, tratando de aportar coherencia e integración al desarrollo teórico. Pero sus ideas más personales (“reverie”, “elementos-alfa/beta”, “barrera de contacto”, etc.) rompen con tal coherencia y parecen imponer otro esquema conceptual que no convive fácilmente con el anterior. Con otro esquema conceptual parece necesario otro desarrollo teórico.
Y, es así que en Bion una amenaza de ruptura epistemológica parece imponerse a cada rato en sus desarrollos. Pero la ruptura sólo se insinúa, permanece kleiniano a pesar de su estimulante indisciplina. Finalmente uno tiene la sensación de leer, por un  lado, un texto en clave, uno que reina en la clandestinidad, no muy bien disimulado, y –en otro nivel de lectura- otro más admitido –y, que de un modo u otro censura al anterior-. Los conceptos  conviven mal entre estos dos textos. De modo que, por poner solo un ejemplo, el término “identificación proyectiva”, contraseña que otorgaba inequívoca pertenencia kleiniana, necesitó en sus desarrollos –y para armonizarse con “sus” propias ideas- un retoque: en la pluma de Bion había que reconocer una identificación proyectiva –pero ahora- “realista”, una identificación proyectiva de carácter más sano o normal que el invocado por M. Klein en su obra.
A un Bion, a quien gustaban tanto las precisiones de tipo epistemológicas, y cuya ambición máxima parecía ser una formalización completa de la experiencia analítica,  habría que haberle dicho que su recurso –con relación a la comentada identificación proyectiva, que él distinguía como “realista”-   era la construcción de una hipótesis ad hoc1.
Sin entrar en detalles respecto de la diferencia que Bion introduce al pensar una identificación proyectiva “a secas”, de otra “realista”, digamos que con este cambio –y agudizado con la introducción de su concepto de “reverie”-, se opera una total subversión del sujeto psicoanalítico kleiniano: desde un  infans capaz de tempranos mecanismos de defensa que lo hacen, desde el vamos, poseedor de una compleja estructura psíquica para “pensar”  su interacción con el entorno, se pasa a un infans en dependencia crucial respecto de la madre. Es ella, en este último caso, quien deberá aportar su propio “aparato de pensar” para que el infans simbolice dicha interacción.  He aquí un dualismo irreconciliable de textos: uno que hace del infans un sujeto precozmente maduro en su capacidad de simbolizar (herencia kleiniana), y otro que reconoce su dependencia esencial en este sentido (la significación pasará, entonces, por la sanción del Otro materno).
Para Winnicott esta dualidad de textos era –entre otras cosas- un claro ejemplo de cómo el dogmatismo y la militancia político-científica, en el seno de la Sociedad Psicoanalítica Británica, obstaculizaban el proceso creativo en el pensamiento psicoanalítico. De modo que, en octubre de 1955 le escribe al propio Bion en estos términos: “...pienso sin duda que la Sociedad2 ya está tremendamente aburrida de la repetición contumaz de términos. En los últimos seis meses las palabras “identificación proyectiva” han sido utilizadas varios centenares de veces. Desde luego, es seguro que dentro de unos meses la palabra “envidia” se introducirá en todas partes. Como usted sabe, nos topábamos con la frase “objetos internos” en todas las comunicaciones hasta el momento que tomó su lugar “identificación proyectiva”. Aquí hay algo equivocado, y creo y espero que usted participe en la tentativa que debemos llevar a cabo, si es que la Sociedad  ha de sobrevivir, para dejar atrás estas tendencias desquiciantes, que tienen la naturaleza de unarepetición contumaz de estribillos musicales.3
Winnicott debía de preguntarse: ¿Por qué insistirá Bion con el consabido dogma conceptual de “identificación proyectiva” si se trata de un mecanismo psíquico que ya no nombra bien la novedad que le impone su propia experiencia clínica? La respuesta a esta pregunta era de elaboración muy compleja para Winnicott quien tenía respecto de Bion una consideración marcadamente ambivalente: por un lado, lo consideraba sumamente original y sagazmente agudo (lo halagaba con conceptos como estos: “(Usted es) el gran hombre del futuro en la Sociedad PsicoanalíticaBritánica (...) (augurándole) Como espero que usted sea pronto Presidente de la Sociedad...4) y, al mismo tiempo, lo consideraba un mero descubridor de sus propias ideas –las de Winnicott- pero formuladas en otro lenguaje (de modo que le escribe algo fastidiado a John Wisdom: “Bion emplea la expresión “capacidad de reverie” para abarcar la idea  que yo ya he enunciado con la complejidad que merece.. (...) (y, por otra parte) Bion habla acerca de los objetos necesarios que atormentan. Ahora bien, cualquiera puede usar la palabra ‘atormentar’, pero soy yo quien la ha empleado en ese contexto”.5).
A esto último se agregaba en Winnicott un cierto monto de envidia, porque, (él mismo se preguntaba) ¿por qué M. Klein toleraba en Bion formulaciones que en él no aceptó jamás?. También es a Wisdom a quien le comenta con indignación: “(Hablando de cierto artículo) Bion dice –por la mitad de la página 36- “Lo que sucede dependerá de ...”. Melanie Klein no me habría permitido esto en absoluto, y mi relación con ella –aunque siempre fue cariñosa y buena- se vio obstaculizada por su rotunda objeción a “Lo que sucede depende de...””. En la etiología de los pacientes esquizoides –o decididamente psicóticos-, Bion describe algo inédito tomando en cuenta las enseñanzas kleinianas6: el factor “ambiental”.
Habla en consecuencia (para justificar dicha etiología) de cierta insensibilidad materna en los primeros intercambios con el bebé. Bion se refiere a un tipo de madre incapaz de recibir las inquietudes emocionales del bebé para ocuparse de ellas con su función de “reverie”: “La personalidad del niño es incapaz de utilizar los datos de los sentidos, y tiene que evacuar esos elementos en la madre (temores, ansiedades, malestares, etc.), y confiar en ella para hacer todo cuanto sea necesario para convertirlos en una forma adecuada que le permita al niño utilizarlos como elementos alfa”7 (es decir, como elementos dotados de cierta significación –a partir de la trasformación que operan los cuidados maternos-, haciendo sentir al bebé la experiencia de que el dolor que produce la frustración tiene un límite en el tiempo.
Esos primitivos sentimientos de malestar profundamente angustiosos que vive el bebé en sus primeros meses de vida, luego de la operación materna de “reverie”, pueden ser recuperados8 y “pensados” por el niño, de modo que, por ejemplo, la tardanza del pecho –la vivencia de un no-pecho que lo hunde en la desesperación- se constituye (con el adecuado auxilio materno) en una ausencia temporaria y el bebé podrá elaborar una estrategia de espera. Sin la función de reverie de la madre un no-pecho (desencuentro del pecho en estado de necesidad del bebé, lo cual puede suceder porque ella, aún cuando aporta un pecho lo hace de un modo mecánico, sin vida), no tiene ligazón psíquica en términos de ausencia, y se torna –en cambio- una presencia inquietante y bizarra en el aparato psíquico del infans, algo “impensable” (un “terror sin nombre” dirá Bion).
La madre profundamente perturbada –sin capacidad de reverie-, frente al dolor y desesperación de su hijo que demanda algún tipo de atención de su necesidad, en vez de proveer (con sus cuidados) el alivio  emocional necesario entrará en sintonía con la desesperación de su bebé (aunque esto se exprese en una actitud absoluta indiferencia), finalmente el bebé pierde las esperanzas de que la madre simbolice lo que le pasa pero no deja de proyectar –de un modo cada vez más violento- su ira y desesperación. En este sentido, Bion se refiere a ciertos pacientes que proyectaban en él sus propios temores “con la idea de que si podían permanecer allí por un tiempo, serían modificados por mi mente y podrían entonces ser reintroyectados sin peligro.
Si el analista no es perceptivo a este tipo de proyección de ansiedades inmanejables por parte del paciente (terrores sin nombre), y se desembaraza rápidamente de ellas9 (porque siente que son “manejos” emocionales-resistenciales de su paciente que solo busca provocarlo), éste redobla con mayor violencia su proyección. Hablando de un paciente de este tipo Bion dice: “Sentí que el paciente había vivenciado en su infancia una madre que respondía obedientemente a las manifestaciones emocionales del niño. Esta respuesta obediente, tenía un elemento de impaciencia, de “no sé que tiene esta criatura”. Mi deducción es que para comprender lo que necesitaba el niño,la madre tendría que haber actuado ante los llantos más que con un simple acto de presencia” (es decir, verdaderamente conteniendo y pensando lo que le pasaba.)
Finalmente, Winnicott se vio tentado de buscar alguna articulación en sus mutuas ideas. Al propio Bion, el 16 de noviembre de 1961: “Estoy tratando de elaborar la relación entre sus enunciados y mi afán por dar cuenta de los procesos intelectuales, como medio utilizado por el bebé para aminorar la herida narcisista del principio de realidad...”10. Tomemos la carta (de la que recién hicimos una cita)  y que Winnicott enviara a Bion en octubre del ’55. Podemos establecer una suerte de entrecruzamiento entre lo que allí Winnicott expone como una preocupación teórica –estimulado por el trabajo “Diferenciación entre las personalidades psicóticas y no-psicóticas”, leído por Bion en la Sociedad Psicoanalítica Británica unos días antes-, y lo ya citado con relación a su fastidio por la cristalización de una jerga que empobrecía y estereotipaba, cada vez más, la comunicación entre los analistas.
En las primeras líneas de la carta aludida, Winnicott le hace a Bion una advertencia: “Usted tiene una fuerte personalidad, y existiría el peligro de que pase a un primer plano por esa circunstancia y no por el desarrollo natural de los acontecimientos (...) Su relación con la Sociedad se vio totalmente arruinada por el hecho de que los tres o cuatro primeros oradores fueron la Sra. Klein y los pro-kleinianos. Se tuvo la impresión de que lo protegían a usted de la Sociedad (...) Una vez que usted fue aislado de la Sociedad por los cuatro oradores, ya no hubo esperanza alguna de que alguien se levantase para desafiarlo”. Le indicaba que tratara de buscar una posición menos distante –en relación, tanto a las personas que lo escuchaban, como también, respecto de aquello que él mismo deseaba expresar-. En fin, que se dejaratocar y usar –por así decir- por su auditorio.
Digamos, entonces, que la preocupación de Winnicott,   desde las primeras líneas de esta carta, pasaba por la capacidad –o incapacidad- de comunicar algo a otros, es decir, por cómo y bajo qué condiciones se sostiene el valor significante de un lenguaje como para permitir a las palabras entrar en diálogo (y no que se quedaran en la intención de un adoctrinamiento).
Veamos ahora, más allá de esta preocupación político-institucional de Winnicott, su “preocupación teórica”. “(Seguimos con la carta mencionada,  en la que Winnicott  escribe a Bion estimulado por la lectura que éste había realizado de su artículo “Diferenciación de las personalidades psicóticas y no psicóticas”. En este artículo Bion hace referencia a un material clínico en el que su paciente no deja de moverse en el diván antes de poder iniciar su sesión)11. Le escribe, entonces, Winnicott: El material clínico que usted proporcionó, pedía a gritos una interpretación sobre la comunicación, y es por eso que hago este comentario. Yo diría que si un paciente mío estuviera moviéndose de un lado para el otro en el diván como lo hacía el suyo, y después dice: ‘Tendría que haberle llamado a mi madre’, yo me hubiera dado cuenta que se estaba refiriendo a la comunicación y a su incapacidad para entablarla (...) –Pasa luego a proponer la interpretación que él hubiese formulado- “Por sus movimientos, una madre con una actitud apropiada respecto de su bebé sabría lo que usted necesita (...) yo no soy lo suficientemente sensible ni tengo esa actitud como para poder actuar lo suficientemente bien, y por lo tanto, en la presente situación analítica caigo en la categoría de la madre que ha fallado y no ha hecho posible la comunicación. Así pues, en la presente situación tenemos una muestra de la falla original del ambiente que contribuyó a la dificultad para su comunicación”.
¿A quién  está interpretando Winnicott en última instancia en este pasaje? Tomemos en cuenta dos detalles: en esta misma carta, Winnicott se le hace notar a Bion que había tenido una marcada dificultad en la lectura de su trabajo, dificultad que no había permitido una buena comunicación con sus colegas; y luego que, como lo mencionamos más arriba, que la intervención introductoria de M. Klein a este escrito, había impedido todo contacto posterior (un intercambio enriquecedor) entre el propio Bion y su auditorio. Tenemos así una madre no del todo suficientemente buena (M. Klein) y a un hijo que no puede expresarse correctamente en el propio seno de la Sociedad Psicoanalítica Británica.
¿Sería Winnicott un hermano celoso? En parte, pero si él hubiera quedado atrapado en esa posición no hubiera podido autorizar su palabra en la compleja y amplia teoría del desarrollo emocional que, sabemos, sostiene su propio discurso. Un discurso que pudo apropiarse –y por eso mismo,  tomar distancia- de las enseñanzas de esa madre terrible que también sabemos fue Melanie Klein.
La preocupación  de Winnicott hacía coincidir ética, práctica y teoría en su intención de mantener vivo al discurso psicoanalítico, y más ampliamente, para que la palabra conservara su poder de significación y vocación de diálogo. Reconociendo en este poder de significación, su virtud y su falla: la palabra  goza de la riqueza –no arbitraria- de hacerse ampliamente evocativa y sugerente, pero al precio inevitable de perder algo de su precisión “científica”.
Incluso en esto Bion podría haber estado de acuerdo. También él pretende una palabra “viva”: Leemos en su pluma “El problema está en transformar formulaciones como ‘espacio’, ‘tiempo’, ‘distancia’, de modo que la reformulación no sea tan abstracta como para convertirse en un malabarismo verbal, ni tan cargada de significación como para obstruir el progreso”. Una palabra, entonces, sin la pretensión  de un esquematismo omniabarcativo y de presunta objetividad absoluta, ni tampoco una palabra portadora de dudosas intuiciones inefables. Ni el “malabarismo verbal” –como dice Bion- del cientificista ni el del poeta. Y, para que no queden dudas, Bion agrega: “Es fatal para el buen análisis que la aplicación prematura de una teoría se convierta en un hábito, que le impide al psicoanalista el ejercicio de su intuición sobre el material nuevo y por lo tanto desconocido” (...) “En la carrera de todo psicoanalista, éste debe hallar su propio camino y llegar a las teorías bien conocidas y verificadas a través de las experiencias de su propio modo de percibir situaciones” Era su modo de enunciar la paradoja “Crear lo dado...”.

1Se llaman así a las hipótesis suplementarias que un científico forja para poder poner a salvo su teoría de las contradicciones en que incurre en el marco de la comprobación empírica.
2 Se refiere a la Sociedad Psicoanalítica Británica.
3 El gesto espontáneo, Ed. Paidós, Bs. As. , 1990; negritas mías.
4 Ob. Citada.
5 Ob. Citada.
6 Quien da todo el peso de la etiología a los factores innatos o constitucionales.
7 Una teroría del pensar, en Volviendo a pensar, W.R.Bion.
8 “Recuperados” porque el bebé los ha proyectado en la madre con la esperanza de que ella los piense por él, si ha gritado con desesperación por cierto malestar y la madre lo alimenta con amor, ella le devuelve ese “malestar” como una solicitud de cuidado y atención.
9 Sobran los “actos analíticos” o interpretaciones sagaces para este fin.
10 Ob. Citada.
11 Este caso clínico está publicado en el libro “Volviendo a pensar” de W.R.Bion

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